La filosofía contra las cuerdas

14.07.2019


   Juan A. Flores Romero

   Hubo un momento en que la filosofía sirvió para defender al hombre de las acciones de otros hombres con la única arma de la razón. Todo lo que se oponía a esta idea de racionalidad podría llamarse de cualquier otro modo menos filosofía, pues esta es el arte de organizar al hombre en la "polis", en la ciudad, que es el contexto en el que el ser humano aprendió a ser algo más que un animal sometido a sus instintos. Durante toda la historia, la filosofía ha vivido de la mano de la teología y de otras disciplinas afines ya que también constituyen un camino para que el hombre logre comprender los misterios que le rodean, intente comprenderlos en esencia y juzgue si le son de utilidad o si suponen un peligro para él y sus semejantes. Igual que el león explora la selva, el ser humano quiere conocer aquello que le es propio y que le rodea, tanto lo físico como lo metafísico. La filosofía ha ayudado a remover conciencias, a entender que el mundo tiene una leyes que lo rigen, que la sociedad no es una jungla, aunque muchos quieran presentarla así para preservar sus propios intereses. Hay opciones políticas que sobreviven con el discurso al diferente, al inmigrante, al que propone otros modelos alternativos a los vigentes.

   Los conflictos mundiales dieron al traste con el intento de civilizar al hombre, esto es, de convertirlo en sujeto y objeto de su propio devenir siempre en el ámbito de la ciudad o del estado, entendido como unidad en la que el ciudadano ha decidido vivir; muy alejado de la idea de imperio que no es sino un conglomerado de territorios, lenguas y costumbres que no tiene otra razón de ser que preservar los intereses personales de determinadas familias, linajes, compañías comerciales, etc.

   Todo el siglo XX, y antes el XVII o el XIV, sirvieron para poner de manifiesto que el hombre no solo busca leyes para poder preservar su modo de vida en la ciudad, sino que en su esencia de homo sapiens "evolucionado" busca nuevas estrategias para detentar aquello que desea por los medios que considera legítimos. Pero la legitimidad se trabaja, se maquilla, se fabrica. Ya dijo Maquiavelo que "el fin justifica los medios", y eso es muy propio de este homo que comenzó cultivando a pocos metros de la caverna. Cuando la hambruna toca a la puerta, cuando otro ha logrado un bocado más del mamut cazado,... se activa el instinto competitivo que llevamos dentro. Y ese es el origen de la guerra y de los conflictos que existen en el mundo. Para perpetuar ese orden, el hombre ha creado sistemas, linajes, estructuras políticas, económicas, religiosas,... muy alejados de la idea de consenso o de diálogo (la interculturalidad y el respeto por las ideas o creencias ajenas fue un concepto muy intermitente y muy posterior). En el siglo XXI ha habido intentos de poner de manifiesto que estos instintos totalitarios del hombre son amparados por las naciones, las organizaciones supranacionales o por organizaciones poderosas (Banco Mundial, FMI, OPEP,...). El mundo está lleno de lobbys que son los que controlan los medios de comunicación, los que crean un escenario propicio para justificar cualquier tropelía que quieran practicar en beneficio siempre del lobby que hay detrás de tales organizaciones. El sistema de propaganda fue un instrumento potentísimo en el siglo XX. No olvidemos a la Unión Soviética, a la Alemania nazi, a la China de Mao, a la Cuba castrista o a la mismísima Coca Cola. Es el instrumento del que se sirve cualquier decisión que suponga hacer algo inmoral: ocupación de un país, control de los recursos energéticos, propagación de ideas con el fin de conseguir una transformación significativa de la sociedad con fines más prosaicos que aquellos que pregonan la libertad de sus súbditos, ¡perdón!, de sus ciudadanos.

   Hoy es responsabilidad de la filosofía, y no de los medios controlados por la propia propaganda y que comen frecuentemente en su mano, llegar a poner en evidencia los desajustes, las injusticias o las tropelías de un mundo cada vez más controlado por unos medios al servicio del poder. Nuestras tablets, móviles o la prensa que compramos en el kiosko están controlados por unos grupos mediáticos y de poder que nos hacen ver que somos nosotros mismos los que decidimos qué ver o qué pensar. Nada más lejos de la realidad. Son los lobbys los que controlan canales de derechas y de izquierdas (a veces, ambos a la vez) y que ofrecen a su parroquia lo que quieren oír. Es un modo muy práctico de hacer caja. Es mucho más fácil controlar a una audiencia y ganar adeptos a la causa con el enconamiento y el radicalismo en los mensajes, en las opiniones, que con un debate más sereno y constructivo. Eso mismo se está trasladando a otros ámbitos del tejido socioeconómico; la mediocridad siempre fue enemiga de la pluralidad, pues esta requiere estar más preparado para un debate de ideas más activo y multidireccional. La televisión de hoy está alejada totalmente de la idea de consenso y apuesta por la verborrea estéril y el recurrente exabrupto . Se concibe como un espacio en el que el que piensa distinto es el enemigo a aniquilar. La demonización del otro, la negativa a estar abiertos a otras propuestas, al debate enriquecedor, desaparecen de los objetivos de estos medios. Sucede justamente lo contrario; ofrecen a una audiencia lo que quiere oír con el fin de mantenerla y, en la medida de lo posible, engrandecerla.


   A aquellos que nos gusta curiosear en las redes, leer habitualmente la prensa y zambullirnos en lecturas de libros más allá de los bestsellers -que no nos hace ni mejores ni peores que nadie- nos incomoda este mensaje exclusivista. Algunos autores, como Slavoj Zizek -autor esloveno de moda entre los lectores que vamos buscando un análisis más completo de la realidad que el que ofrecen los medios-, son tildados de antisistema (la etiqueta es el pensamiento más simple; es el emoticono de la filosofía). Y en cierto modo son antisistema. Se han negado a formar parte de un entramado que quiere devorar cualquier nota discordante que lleve a las sociedades a pensar, a transformar el mundo en el que viven. Aunque este autor concretamente procede de la escuela marxista (no olvidemos que hasta 1980, la Yugoslavia del mariscal Tito se constituía en satélite de la URSS), se ha adaptado muy bien al análisis de esta sociedad globalizada en la que vivimos, sin reivindicar planteamientos que ya se consideran trasnochados, más propios de la época de la Guerra Fría, sino velando por mantener unos cimientos humanos que sigan definiendo la razón de ser de las sociedades occidentales. Quizá Occidente aprendió de sus siglos de explotación en América, en el continente africano, en otros lugares del mundo. Es posible que aún hoy en día siga siendo responsable de muchos de los males que aquejan el mundo. Pero no cabe duda que no hubo otro escenario en la historia de la Humanidad en el que se hablara y trabajara más por definir los derechos humanos desde la óptica de los valores judeocristianos y burgueses que en Europa occidental y los territorios anglosajones de ultramar.

   Es necesario hoy una apuesta por el pensamiento divergente, por unos medios que aseguren la pluralidad de puntos de vista y no tengan como objetivo controlar a sus consumidores de información. Manipular a la gente es relativamente fácil. Mannings o Snowden, e incluso el polémico Julian Assange, ya pusieron sobre la mesa algunos de los atropellos que se estaban produciendo en el mundo con el silencio de muchos medios de comunicación y de prestigiosos estados occidentales. Atentados en toda regla contra los derechos humanos. El resultado fue tildarlos poco menos que de traidores a su patria, y por extensión al sistema (disculpad...porque gran parte de la sociedad lo sigue pensando).

   En el mundo de la literatura y de la filosofía ocurre lo mismo. Muchos analistas como Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs o Paul Krugman, todos ellos analistas económicos, se enfrentan desde sus publicaciones a gobiernos oscuros como el de Donald Trump, aunque ya se encargan otros medios de defender su política con sugerentes titulares que anuncian una lucha contra el desempleo como nunca hubo en la historia de los Estados Unidos, contra las monstruosas mafias de la inmigración, o que ofrecen un nivel de satisfacción ciudadana que asombra después de varios episodios de mala gestión (por poner un ejemplo, en la guerra de los aranceles contra China, los campesinos del medio oeste perdieron millones de dólares por la negativa del gobierno chino a comprar soja estadounidense como castigo por lo que consideraban una injusta decisión de Trump. En la siguiente cumbre, no tardó en volver estrechar la mano al dignatario chino. La sangría podría llegar a ser importante).

   En definitiva, la filosofía ofrece un campo muy amplio en el que trabajar. No olvidemos que el siglo XX nos puso el listón muy alto en el desprecio de la condición humana y en los esfuerzos por corregir tales tropelías. Es tarea de los pensadores seguir ofreciendo al hombre la posibilidad de pararse al pensar sobre el impacto de sus propias decisiones, a valorar la ética de sus acciones o la veracidad de las informaciones que recibe. La "condición pensante " del hombre nos convierte a todos en filósofos, en seres racionales preparados para aceptar las informaciones que nos rodean con un criterio crítico, alejándonos de dogmatismos y verdades prefabricadas. Un hombre del siglo XXI no se puede permitir el lujo de engullir información sin apenas digerirla. Nos estaríamos convirtiendo en peligrosos espejos de aquellas redes que intentan hacernos instrumentos de sus propios intereses. No pasemos, pues, a ese lado oscuro. La filosofía nos hizo plenamente humanos y es en ella donde tenemos que hallar nuestra tabla de salvación como especie.


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