Rediseñar el tablero global

02.08.2020


       Juan A. Flores Romero


Algo va mal, como diría el título del libro de Tony Judt; pero muy mal. El hombre se ha marcado una fecha, no el planeta. Año 2030 es el punto de no retorno. Muchos lo han anunciado en la prensa como una cuestión apocalíptica. Algo se podrá hacer hasta entonces. Quizá sí, lo dice el ser inteligente que pisa la tierra, el mismo que llevó a la muerte a noventa millones de personas en las dos Guerras Mundiales del siglo XX, el mismo que no pudo hacer nada ante la invasión de peste negra en el fatídico 1348. Como recogen las palabras de "El mito de Sísifo", de Albert Camus, "pensar es, ante todo, querer crear un mundo" (o limitar el propio, lo que equivale a lo mismo). Querer, crear, limitar. Son palabras clave que sacadas de contacto pueden dar mucho juego. Crear un planeta en el que haya cero emisiones de gases de efecto invernadero. Buen titular para una declaración de intenciones de un puñado de soñadores que hablan ante la Asamblea de la ONU o para unos escolares que celebran la semana del planeta. La realidad es muy distinta. Querer no es poder. El poder está en manos de oligarquías y grupos sociales que velan más por sus intereses económicos que por el bienestar del planeta. Ah, ¿Pero ellos no van a sufrir el cambio? Claro que lo harán, pero de forma muy distinta. Los efectos que ya está produciendo el cada vez más asumido cambio climático lo están pagando los países pobres. Los tornados, huracanes, tsunamis, riadas,... se ceban mucho más con infraestructuras más propias de la población cercana a los umbrales de pobreza e incluso a los que lo superan. Es una realidad palpable. Sequías, lluvias torrenciales, desplazamiento de tribus,... se están dando más en latitudes en las que ese temido cambio climático se está cebando más. La actitud de los países ricos y en vías de desarrollo lo están pagando los países pobres. ¿Cuántas casas de Beverly Hills se han visto afectadas por catástrofes naturales así si exceptuamos los incendios, en la mayor parte provocados directamente por la mano humana?


Año 2030. Punto de no retorno. Y de nuevo me viene a la cabeza aquel Sísifo condenado de por vida a subir una roca a la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso, sin la más mínima posibilidad de hacer nada para cambiarlo. En palabras de Camus "no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza". El mundo no nos ha puesto una fecha; es nuestra propia conciencia la que nos hace marcarnos un reto para que el planeta no se convierta en un lugar inhabitable. Hay decisiones supranacionales como la protección de determinados espacios y ecosistemas, al margen de lo que argumente el gobernante de turno en aras del desarrollo tecnológico y los avances científicos. Francis Fukuyama creyó que la ciencia conduce al capitalismo y que en éste el hombre se desarrollaría como ser capaz de demostrar todo su potencial. Pero ese desarrollo científico-tecnológico nos conduce cada vez más a un punto de no retorno o, a lo que prefiero denominar, un punto de inflexión en el que el ser humano deberá plantearse o replantearse su modo de existir en el planeta.

El capitalismo ha dejado espacios vacíos. La autorrealización, la meritocracia, la competitividad, se pueden deducir de la lectura de "El fin de la Historia" de Fukuyama. Habría que estudiar si ese modelo termina y perfecciona los anteriores. Algunos hablan de que solo disfrutamos de unos Derechos Humanos desde hace poco mas de 200 años, mientras el Homo Sapiens lleva varios centenares de miles de años sobre la tierra. Pero, ¿realmente esos Derechos Humanos son una realidad o el sueño de una sociedad burguesa que busca proteger sus propios intereses de clase? ¿Acaso no existe hoy la esclavitud, la colonización, la depredación, la conquista de tierras a tribus ancestrales por meros intereses económicos de las madereras o de los buscadores de coltán? Efectivamente, hoy existen modernos esclavos que se cuentan por miles, y la tecnología aún busca crear una red de humanoides alienados que nos resuelvan los problemas cotidianos dejando la incertidumbre a una humanidad en busca de respuestas sobre le enfermedad o la guerra. Hoy es relativamente fácil inmunizar a una parte de la humanidad frente a un virus mortal mientras la otra gran parte sucumbe a los efectos de una pandemia. ¿No creéis que algunos sueñan con un planeta para unos cuantos, servidos por ejércitos de humanoides diseñados en base al concepto de Inteligencia Artificial?


Llegados a ese punto, conceptos como dignidad y lucha por la justicia habrán tocado a su fin. Parte de la humanidad se habrá hecho con la totalidad de los recursos del planeta. Hasta Fukuyama se hubiese asombrado hoy de lo revisable que es su obra en función de todo lo acontecido desde los años noventa. En veinte años más, este planeta no será el mismo y es posible que el mismo hombre haya ideado un nuevo modo de regular el número máximo de efectivos sobre el mismo, incluso en base a la selección de especímenes que superen determinados criterios. Es probable que 2030 marque un punto de inflexión porque seguiremos haciendo lo mismo. En ese caso la ciencia ideará un sistema basado en el Arca de Noé. Salvemos a un  puñado de seres pues la humanidad entrará en una especie de hecatombe bíblica. Nadie soñó en 1912, mientras los periódicos se hacían eco de la desgracia del Titanic, que durante los años posteriores decenas de millones de personas sucumbirían ante un aquelarre de fuego y destrucción que se cebaría especialmente con el corazón de Europa, sin contar con todos los millones de víctimas que apenas seis años después de la desgraciada tragedia atlántica se llevó la peor epidemia del siglo XX: la denominada gripe española.

Los modelos apocalípticos actuales se basan en fechas, en puntos de no retorno. Es posible incluso que hayamos rebasado esa fecha o que aún falten varias décadas para llegar. Es probable que el propio planeta tenga mecanismos de autorregulación aunque estos puedan ser letales y traumáticos para una humanidad acostumbrada desde tiempos bíblicos a sentirse dueña y señora de la creación. Cuánto daño ha hecho el humanismo que se olvidó del respeto a la naturaleza, aquel que olvidó que el hombre se debe a su entorno y que, desde el punto de vista natural, es una especie más, en muchos casos invasora.

Hoy en día la dignidad no es ni universal ni homogénea. Francis Fukuyama vaticinaba una sociedad digna y sin clases; tal vez lo centraba demasiado en el área del mundo desarrollado. ¿Qué visos había entonces de que esto podría cambiar? África se desangraba en decenas de conflictos interétnicos avivados por potencias occidentales. América Latina se había constituido en un gran tablero de ajedrez entre las grandes compañías comerciales en connivencia con la CIA y los movimientos revolucionarios e indigenistas de corte más socialista. ¿Era ese el mundo que tocaba techo? 

1989, caída del muro de Berlín. 1991, disolución de la URSS. Años 90, hegemonía con luces y sombras de los Estados Unidos. 1992, explosión de conflictos civiles en los Balcanes. ¿Ese era el mundo que había logrado el grado máximo de satisfacción? ¿En realidad cualquier modelo alternativo al capitalismo liberal no era viable? Año 2019, se replantea el modelo capitalista si queremos que sobreviva a largo plazo. Es tan solo una crisis del modelo o es que no hay modelos que marquen el fin de la historia? Seguro que Fukuyama ha reflexionado sobre todo esto y tiene conocimientos muchos más vastos que los míos para responder estas preguntas.


En nuestras ciudades del primer mundo se está generando un "cuarto mundo" compuesto por las áreas marginales, generalmente asentadas en cinturones de pobreza en torno a las grandes urbes o integrándose en barrios céntricos que fueron abandonados por la clase media mientras crecían locales ocupados, pisos de personas desahuciadas en manos de los bancos y una capa de población inmigrante que solo tiene acceso a una vivienda de renta baja o a una humilde propiedad en lugares de los que la gente va huyendo buscando protección en áreas habitadas en función de su renta. La proporción de un tipo concreto de automóvil o de las matrículas más nuevas o más antiguas dan también mucha información, especialmente en las pequeñas y medianas ciudades, sobre la clase social que las habita. Los barrios marginales son una realidad, la gentrificación ha convertido a los espacios urbanos en parques temáticos. La urbe ya no es un espacio habitable, sino visitable, accesorio para muchos y necesario para los que acuden a adquirir productos y servicios que no pueden encontrar en espacios urbanos más reducidos.

Fukuyama plasmó recurrentemente el sueño de la clase media, de una porción de la población absorbida interesadamente por el modelo liberal capitalista. Se olvidó de otras realidades más complejas del planeta como incluir en ese concepto de hombre aquel que sufre las injusticias que el mismo modelo capitalista liberal generó desde sus inicios en el siglo XVIII tras un periodo de mercantilismo que ya quedó en la prehistoria de toda una revolución comercial que invadió el mundo occidental desde la época ilustrada, incluso antes de las revoluciones que marcaron el paso a la Edad Contemporánea: la revolución de las Trece Colonias Americanas, en 1776, y la revolución Francesa en 1789, si bien ya hubo antecedentes en el siglo XVII con la república de Cromwell en Inglaterra o en las mismas transformaciones de los modelos financieros que surgieron en la era de las grandes compañías comerciales como la VOC holandesa, fundada en 1602.

Esa clase media de la que habla Fukuyama es la que hace que se desarrolle el mundo del consumo. En la obra de Tony Judt, "Pensar el siglo XX", se tocan varias claves sobre las que se sostiene el mundo de hoy, ese mismo que nos está llevando a la sobreexplotación de los recursos y al agotamiento de bienes que nos pertenecen a todos. Las claves estarían en el endeudamiento y el mafioso sistema monetario internacional, la privatización y la explotación del miedo entre los ciudadanos.

Comencemos por el primero. El endeudamiento ha sido la clave del desarrollo económico durante los años 20, los años 30 e incluso en la época de la Guerra Fría. Estados Unidos abanderó el periodo de superproducción a partir de los años 20. Después de 1945 ,a través del Plan Marshall, se procedió a la reconstrucción de una Europa que no podía quedar en manos soviéticas. Pero, en el fondo, resultó ser una inversión muy rentable para América. Europa compraba, gastaba, pedía créditos a los americanos y con ello se produjo el milagro alemán y la reconstrucción de todas las ciudades y pueblos aniquilados por la barbarie. Igual que el país americano hace en la actualidad con China, que "presta dinero al gobierno, mantiene la economía a flote y mete dólares en los bolsillos de los estadounidenses para que puedan salir y comprar productos fabricados en China". Es la rueda marcada por la producción-venta-endeudamiento-consumo-incremento de la producción... Estados Unidos exportó a Europa la idea de democracia liberal-capitalista, pero, como apunta Tony Judt, "las democracias se corroen muy rápidamente". Estados Unidos dejó de respaldar sus dólares con reservas de oro a partir de 1971 lo que quebró ese equilibrio capitalista que pretendió diseñarse en Bretton Woods. Ya sabemos lo que llegó en los 70; inflación del precio del petróleo, Guerra de Yom Kippur en Oriente Medio e injerencia de Estados Unidos en asuntos de Medio Oriente.

En cuanto a la privatización de la que nos habla Tony Judt, podría decirse que es la tendencia que nos sigue marcando la senda a un escenario capitalista más pleno. Más libertad para las empresas, impuestos flexibles para las grandes multinacionales, menos libertades laborales, etc. Pero hay un mal por encima de todo, que señala Judt; "la privatización quita al estado la capacidad y la responsabilidad para reparar las deficiencias de la vida de la gente (...). Lo único que queda es el impulso caritativo derivado de un sentimiento individual de culpa hacia las personas que sufren". La tendencia en Occidente es entender que la justicia social y el reparto de la riqueza ya no son valores tan absolutos. Por ahora prima la iniciativa privada y la política de que cada palo aguante su vela.

Por último, muchos politólogos como Judt o Chomsky, o incluso novelistas como Don Delillo o incluso Paul Auster denuncian la explotación del miedo en Occidente por parte de la clase política. Es una parte importante del sistema de control. A más miedo, más excusas para tenernos vigilados. El terrorismo es un hecho real. Pero las sociedades desarrolladas capitalistas han hecho de él una herramienta para mermar libertades y para estigmatizar a ciertos grupos sociales que pueden resultar molestos al sistema.

El mensaje de la ultraderecha en continuo crecimiento en Europa viene por el mensaje del miedo: a los nacionalismos, a la inseguridad ciudadana, a un incierto futuro laboral. La imagen del político ha de ser el del caballero dispuesto a luchar contra el dragón para devolver la confianza a la sociedad. Esto se traduce, en definitiva, en un paternalismo inadmisible que socava cualquier pretensión abiertamente democrática en nuestras sociedades. Delegar parte de la libertad en un individuo o grupo social nos lleva a un modelo oligárquico o totalitario que arrojó pésimos resultados en el pasado reciente.

Es hora de analizar cómo funciona nuestra sociedad para no dar lugar a descompensaciones tan notables en el tablero global, sin ceder soberanía ni libertades individuales o colectivas a supuestos grupúsculos o lobbys de poder que prometen, por encima de todo, salvarnos de algo que nos asusta desde el inicio de los tiempos y cuyo nombre se deletrea así: M-I-E-D-O.


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