¿Adónde vas, forastero? Geopolítica de Far West

07.08.2020


Juan A. Flores Romero


Hace una temporada que estoy leyendo bastantes libros sobre la realidad de Oriente Medio. Apenas unos días terminaba "La sonrisa del cordero" de David Grossmann" y "Piedra por piedra" o "Asesinato en Jerusalén", de Batya Gur. En ambos autores se expresa la situación crítica y angustiosa de unos ciudadanos sometidos al poder de un estado lleno de barreras de todo tipo: informativas, físicas, sociales, étnicas,... Creemos que esto solo ocurre en Oriente Medio. Sí, en realidad la sociedad israelí y palestina es tan poliédrica como lo son sus colectivos, sus sensibilidades, sus fobias,... En otros puntos del mundo menos mediáticos ocurre tres cuartos de lo mismo. Pero, ¿realmente interesa a alguien mantener esa situación de alerta máxima, de eterno conflicto, de odios larvados? Ingenuamente, desde nuestra etapa escolar, todos ansiamos un mundo en paz, no un mundo en el que triunfe el liberalismo al estilo de Fukuyama, sino simplemente un mundo en paz, en el que la convivencia sea un hecho palpable. Algunos de los Premios Nobel de la Paz organizaron sangrientas operaciones contra sus enemigos y otros hombres de paz fueron, en su día, activistas dentro del círculo más estrecho del terrorismo internacional. La sociedad etiqueta muy bien a los buenos y a los malos en cada momento. El mundo sabe valorar quizá, cuando el malo ha hecho un gesto que lo convierte automáticamente en alguien de fiar, como si fuera merecedor de una indulgencia colectiva con tal de que deje de cometer sus fechorías.


Muchos son los autores que se han preocupado por analizar este mundo en el que vivimos, con sus problemas medioambientales, con las injusticias generadas por la globalización, por la falta de derechos en muchos puntos de la tierra, por la connivencia política -por mero interés económico- con dictaduras pseudomedievales, repúblicas bananeras y reyezuelos puestos a dedo por un Dios acostumbrado a mover las fichas de ajedrez.

Noam Chomsky ha trabajado mucho sobre ese lado oculto de los conflictos y, tomando algunos de sus trabajos, ha hecho referencia al hecho del terrorismo como respuesta a los desajustes creados por el propio sistema global. De sus líneas se deduce una crítica mordaz a los Estados Unidos de América, como juez y parte del mayor número de conflictos desde el desembarco de Normandía, allá por 1944.

En el mundo hay muchas formas de esa guerra de baja intensidad, de ese terrorismo que no se expresa exclusivamente por grupúsculos armados y muy mediáticos, con una propaganda que justifica la inversión en armamento de países occidentales. Los grandes productores de armas se frotaban las manos cada vez que el ISIS mostraba ejecuciones en directo en sus vídeos, puesto que muchos países habían optado por enriquecer su arsenal por miedo a un califato de consecuencias impredecibles.

Pero, como iba diciendo, hay otro terrorismo practicado por la sociedad misma y tolerada por decenas de estados que podrían poner coto a ellos en muchas de las cumbres que se celebran anualmente y para las que hay un despliegue tan brutal que podría terminar con el hambre en el mundo por unas semanas; la exclusión social, la marginación, las rivalidades étnicas o religiosas, la pobreza extrema, la indiferencia y la invisibilidad de los sin techo en nuestras ciudades.

Siguiendo a Chomsky, Estados Unidos ha tenido carta blanca para intervenir tras la II Guerra Mundial en muchísimos conflictos bajo el pretexto de la seguridad nacional. La lucha contra los grupos armados en Oriente Medio, de religión islámica, ya era un proyecto de la era Reagan-Bush I mucho antes de que un puñado de fanáticos derribasen las Torres Gemelas de Nueva York. La invasión de Afganistán en 1079 por la URSS fue uno de los escenarios más decisivos de ese conflicto. No olvidemos que un año después la Guerra Irán-Irak, que duró ocho largos años, se pusieron de nuevo en el tablero de ajedrez los intereses entre Estados Unidos y la URSS.

Si nos trasladamos a América Latina, en la obra de Chomsky "La quinta libertad" se expone cuál fue toda la estrategia para convertir al subcontinente en la despensa del norte. Repúblicas bananeras pagadas por los gobiernos norteamericanos para mantener a raya el creciente poder indígena y otras alternativas de gestión de la economía, la subvención de grupos paramilitares pagados con la escusa de retener el avance del comunismo, la financiación de terroristas para realizar acciones de sabotaje. Bueno, eso también lo hicieron otros estados como Israel en Angola y algunos países del este africano, incluidos sus conflictos preventivos con Egipto o con Líbano, causando un desplazamiento masivo de poblaciones enteras hacia barrios periféricos de Beirut.

Necesidades y deseos se mezclaron en un cóctel. El ansia de expansión y de vender armamento a ciertos estados en conflicto no hizo sino avivar una época que prolongó, sin duda, el estado de tensión que prometía acabar con el fin de la Guerra Fría.

Una de las preocupaciones de la actualidad es el medioambiente. Compañías internacionales, en connivencia con las superpotencias y países con influencia internacional, han ido transformando el paisaje en función de sus intereses, catalogando lugares de vital importancia para la sostenibilidad del planeta como mero "territorio nacional o asuntos internos". Es el caso del Amazonas o de los bosques africanos, muchos de ellos gestionados por empresas multinacionales. Incluso hay países de tradición ecologista que siguen apostando fuertemente por la extracción de combustibles fósiles. Es el caso de Canadá, cuya economía depende en gran medida de las exportaciones de crudo a los Estados Unidos por ser uno de los principales productores de petróleo del mundo, o de Noruega. ¿Acaso solo hay pozos en Oriente Medio? Claro que no. Ahí tenemos a Canadá, Venezuela, Noruega y, si nadie lo impide, hasta en la árida y fría Groenlandia. ¿Se ha terminado realmente la era de los combustibles fósiles o todo forma parte de campañas de publicidad institucional hasta que otra vez un puñado de científicos demuestren que no son tan malos para la vida del planeta y que el revés climático forma parte de un ciclo contra el que el hombre no está preparado para reaccionar?

¿Y la gestión de residuos plásticos? China ha planteado un veto para la entrada de basura a su territorio y muchos buques deben retornar la carga a sus países de origen. Ya en 2018, la importación de residuos plásticos se redujo en un 82%, según los expertos. Los países que ya han dado el salto a la economía globalizada ya no se sienten el basurero de un mundo occidental que nos muestra su color, su radiante limpieza, sientas exporta su basura a terceros países. Por tanto, la guerra al plástico iniciada hace apenas unos meses ha sido más fruto de la imposibilidad de asumir todos esos residuos con una mezcla de orgullo patrio. Los emergentes ya no quieren seguir comiendo basura. Es por eso por lo que Occidente pretende cambiar hábitos de consumo, implementando políticas más restrictivas con el uso del plástico y los residuos altamente contaminantes. No se trata de atender a una emergencia medioambiental sobrevenida; es una política pragmática para impedir que Europa tenga que deglutir sus propios residuos. La economía global, por tanto, nos ha obligado a buscarnos modelos de consumo y de gestión de residuos alternativos.

Esa aldea global con la que soñamos a comienzos del milenio ha generado, sin duda, una cierta dosis de bienestar a los países desarrollados y una oportunidad para algunos sectores sociales de los países emergentes. También ha sido la responsable del crecimiento de la pobreza y de las desigualdades en el mundo. La corrupción, el uso de la fuerza, las apropiaciones indebidas de territorios, el reparto injusto de la riqueza, la guerra preventiva,... han sido herramientas utilizadas por los "poseedores de la verdad" al estilo superhéroes de Marvel. Paul Krugman apuesta por un concepto de fiscalidad única (o más homogénea) para impedir las recolocaciones de las empresas en función de sus intereses fiscales. En estos momentos, el ciudadano está a merced del capricho de la empresa que quiera cerrar su planta con 1500 trabajadores porque en Indonesia tiene una carga fiscal y unos costes laborales menores. Ese es el capitalismo que hemos experimentado en las últimas décadas y contra el que se están profiriendo serias críticas. Algo hay que cambiar en el sistema para que siga existiendo.

Pese a todos los adelantos y comodidades, especialmente en el mundo desarrollado, la sociedad no ha llegado a su cumbre de bienestar y justicia. Siento decepcionar a Fukuyama al que ya le dediqué un extenso artículo. Es posible que el modelo liberal sea viable e interesante pero deben ponerse coto a los abusos. La obsesión por abrirse mercado puede tener como aliados la corrupción, la injusticia social y la excusa para iniciar conflictos por meros intereses geopolíticos o económicos. Por tanto ese fin de la historia con el que también soñaron Hegel y Marx aún está por determinarse. En los últimos tiempos se han abierto demasiados interrogantes. Hegel estaría más en la línea de Fukuyama, ya que apostaba por una sociedad en la que el fin de las contradicciones se produjera en el marco de una economía en libertad que proporcionase el máximo de satisfacción a sus ciudadanos. Marx, por su parte, soñaba con el fin de la alienación del proletariado y que este fuese el dueño de su propio destino. Una lucha de clases que terminaría con un estado de justicia; quizá una metáfora de la vuelta al Edén. Los experimentos en ese sentido se demostraron más que ineficaces por el alto grado de corrupción que soportaban y por las injusticias que generaban. La fuga de cerebros hacia Estados Unidos fue una prueba palpable de ello.

El signo de los tiempos nos puede abrir varias vías: puede y debe haber una transformación gradual, en la que el capitalismo se transforme en un modelo más humanizado, acabando con la polarización extrema que hoy soportamos. O, en el peor de los casos, y siguiendo la visión de Nietzsche, el fin de la historia sería un enorme caos de guerras de la que surgiría un nuevo orden. ¿Se refería a las dos grandes guerras y al orden económico surgido en 1944 en Bretton Woods, germen quizá del mayor índice de desigualdad y endeudamiento conocido en la historia? ¿Tal vez ese momento no ha llegado y nos preparamos para una auténtica explosión de todos los modelos conocidos hasta ahora? ¿Es posible que colapse la humanidad por pura necesidad de supervivencia como especie? Al ritmo que llevamos de explotación de recursos, de consumo incontrolado y de degradación del medio, todo apunta a esta fórmula? Son pocos los que hoy se atreven a mentalizarse de que la economía circular y el coto a la especulación financiera son algunas de los problemas a atajar. Pero de esto último dependen los que gestionan los fondos de los que dominan el mundo. Los políticos, los presidentes del FMI o del Banco Mundial no son filántropos sino fieras sedientas de más beneficios a costa de un patrimonio colectivo llamado planeta Tierra.

Experimentamos en los últimos lustros un déficit democrático camuflado por los mismos medios de comunicación. La sociedad cada vez está más sometida al imperio del dinero. Ese periodo poshistórico del que hablaba Fukuyama tras 1989, en el que primaría el liberalismo y el deseo de reconocimiento, llegaría acompañado de conflictos, de polarización social y de un resurgir de nuevos nacionalismos que prometen la panacea universal a los que viven la amarga experiencia de la decepción con lo que tienen a su alcance. Lo que ha surgido desde 1989 ha sido un mundo multipolar y globalizado en lo económico, con un resurgir del odio étnico y religioso. El mundo no termina en los Urales o en California. El mundo es Somalia, Sudán, Costa de Marfil o Timor Oriental. Cientos de iglesias han ardido por odios religiosos, poblaciones enteras son sometidas por pertenecer a otra etnia, millones de obreros son explotados por grandes multinacionales para que sus precios sean más competitivos en esta economía globalizada.

Me temo que, con este panorama, ese último hombre de Fukuyama aún no se ha formado. Está en fase de gestación o está directamente abocado al aborto. Nos queda mucho recorrido hasta que la humanidad alcance cotas de bienestar y de simetría; eso no lo dan los siglos, sino la mentalidad de que otro mundo no es posible a largo plazo.


¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar