trazos

¿La energía osmótica moverá el futuro?


La energía del futuro es la energía osmótica y podría producir un 40% de la demanda energética mundial

       Fuente: www.ecoticias.com

   Decía el famoso "hidrólogo" Jorge Manrique que "nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar". Lo que no sabía (ni llegaba si quiera a intuir) era que ese "dar al mar" podría generar hasta el 40% de toda la demanda energética mundial.

   Mientras que a la fusión nuclear ("la energía del futuro®") le quedan siempre 30 años, muchos científicos tratan de solucionar el problema energético mirando a lugares poco investigados. Ahora un equipo de la Penn State han conseguido aprovechar las diferencias de salinidad entre el agua de los ríos y el agua del mar. Y tiene una pinta brutal.

   "El objetivo de esta tecnología era sacarle partido a las distintas concentraciones de sal de las dos masas de agua", explicaba Christopher Gorski, profesor de ingeniería de la Penn State y parte del equipo de desarrollo. Y vaya si lo han conseguido: su tecnología consigue producir una cantidad de energía sin precedentes.

   Mientras que a la fusión nuclear ("la energía del futuro") le quedan siempre 30 años, muchos científicos tratan de solucionar el problema energético mirando a lugares poco investigados. Ahora un equipo de la Penn State ha conseguido aprovechar las diferencias de salinidad entre el agua de los ríos y el agua del mar. Y tiene una pinta brutal.

   Ya sabíamos que esa diferencia entre concentraciones de sal podía producir energía; también sabíamos que, por ello, las desembocaduras de los ríos podían ser sitios ideales para instalar plantas energéticas. El problema es que las tecnologías que habíamos desarrollado hasta ahora no daban la talla.

   Esto se ve claro si nos fijamos en las dos más potentes: La 'ósmosis por presión retardada' es el mejor sistema que teníamos hasta ahora: usa membranas semipermeables que aprovechan la concentración para generar electricidad. El problema es que esas membranas se convertían rápidamente en nidos de bacterias y su efectividad caía en picado: las bacterias acababan por bloquear los canales por donde pasaba el agua.

   En el otro sistema (llamado 'de electrodiálisis inversa'), digamos que el agua no atraviesa la membrana, sino que lo hace la sal disuelta. La estrategia consiste en intercalar varios canales de agua separados por membranas de este tipo para crear una especie de pila. Las membranas no se bloquean y el sistema no pierde eficiencia, pero, en cambio, se produce muy poca energía.

El nuevo sistema de energía osmótica

   El equipo de la Penn State ha combinado esta última tecnología (la electrodiálisis inversa') con la 'mezcla capacitativa' (un sistema que utiliza electrodos expuestos secuencialmente a flujos de agua con distintas concentraciones). El resultado es una celda de flujo electroquímico que produce una cantidad energía sin precedentes y sin pérdidas de eficiencia.

   La celda usa un sistema muy parecido al de la electrodiálisis inversa, pero que va cambiando (en cada ciclo) el tipo de agua que pasa por cada canal. De esta forma, se producen ambos efectos y "combinados producen mucha más energía de la que esperábamos", explica Gorski.


   Mucha energía, pero... ¿Tanta?

   Concretamente, 12,6 vatios por metro cuadrado de membrana (agua) frente a los 2,9 de la electrodiálisis inversa y los 9,2 de la ósmosis por presión retardada (en pleno rendimiento). Según sus estimaciones, esta diferencia de concentraciones tiene el potencial de generar el 40 por ciento de toda la demanda mundial de energía. Un 40 por ciento.

   Los resultados son muy esperanzadores, aunque aún queda lo más complejo: llevarlo a entornos reales y ver cómo otros compuestos químicos (que se pueden encontrar en esos entornos reales) pueden afectar a las células electroquímicas. Evidentemente, la fusión nuclear sería una revolución sin precedentes, pero mientras tanto lo tengo claro. La energía osmótica tiene muchas papeletas de convertirse en la energía del futuro.



El futuro de la alimentación sostenible

   Todos hemos oído hablar de los alimentos transgénicos, esos que han sido modificados mediante ingeniería genética potenciando sus cualidades y características. La duda que siempre nos ha rondado es si son saludables. Ha habido ciertos mitos sobre el riesgo para la salud que supone su ingesta y muchas reticencias para consumirlos. Pero, ¿verdaderamente es así? ¿Hay realidad o mito en la idea de que pueden ser nocivos?¿El futuro de la humanidad pasa por producir transgénicos para asegurar que todo el mundo tendrá algo que llevar a la boca? ¿Es posible un futuro sin replantearse nuestras tradicionales fuentes de energía corporal? ¿Es sostenible el ritmo de consumo de carne creciente entre los habitantes de la Tierra? ¿Existen proteínas alternativas? Estas y otras preguntas forman parte de la reflexión de estos profesionales a los que entrevista Iñaki Gabilondo. Infórmate con las reflexiones de este vídeo.


Greta y los viernes por el clima


   Juan A. Flores Romero

   Es bastante evidente que el cambio climático no es un eje fundamental de los partidos políticos que concurren a las elecciones más allá del mero reclamo electoral. No ocurre en España ni en muchos países de nuestro entorno. Si bien la sociedad de Europa no está mentalizada de igual manera. Mientras los poderes políticos velan por el sostenimiento de los datos macroeconómicos, apostando en mayor o menor grado por políticas sociales, los ciudadanos deberían ser un eje vertebrador de las demandas que hacen que nuestros políticos tomen decisiones animados por esa suerte de presión ciudadana que, en determinados ocasiones, ha empujado a transformaciones sociales de gran calado. La calle es la que en determinadas ocasiones impulsa una transformación en las maneras de hacer política. Eso ha ocurrido con el cambio climático. Los objetivos del milenio, una declaración de intenciones que quedaron en papel mojado, han ido descubriendo que el mundo no puede cambiar desde las poltronas de nuestros representantes en las instituciones. En muchas ocasiones son los distintos colectivos los que deben velar por ese cambio. Eso ocurrió hace menos de un año, a finales de agosto de 2018, cuando una joven de 15 años, Greta Thunberg, decidía no ir a la escuela hasta entrado el mes de septiembre porque tomó la decisión de manifestarse ante el parlamento sueco con una pancarta que animaba a los jóvenes a luchar por un planeta más sostenible y exigía a su país cumplir los acuerdos de reducción de gases de efecto invernadero a lo que se había comprometido con anterioridad.

   Skolstrejk för klimatet, ha sido una frase en sueco que se ha hecho célebre. Posiblemente sea la frase del año, pues ha paseado media Europa escrita en negrita sobre una sencilla pancarta blanca. Esa lucha escolar por el clima ha sido secundada todos los viernes en distintos puntos de Europa por muchísimos jóvenes. En España, ya ha creado tendencia en muchos centros educativos. Esta adolescente que está diagnosticada de Asperger y TDAH, y que presenta un aspecto aniñado, es la abanderada de una sociedad que ha crecido al amparo de una generación, la de sus padres, sustentada en el consumo compulsivo y en un estilo de vida que han hecho del planeta un lugar menos habitable. En agosto de 2018 Suecia sufrió una de las peores olas de calor que se recuerdan. Greta optó por mentalizar a su familia para adoptar la alimentación vegana y para renunciar a desplazarse en avión por el impacto medioambiental que supone al planeta. Cientos o miles de vuelos despegan y aterrizan todos los días de muchos aeropuertos del mundo. El combustible utilizado para mover estos aparatos supone un impacto brutal para nuestra atmósfera y contribuye, sin duda, al deterioro climático que se está produciendo en el mundo. Actualmente, las emisiones de dióxido de carbono o azufre son infinitamente superiores a los de la era preindustrial y el planeta no está preparado para asumir ese golpe en apenas doscientos años.

   Greta ha asistido a decenas de encuentros sobre el clima en varios puntos de Europa. También ha visitado varios parlamentos e instituciones. En tren, por supuesto. Tardó más de treinta horas en llegar a la cumbre de Davos (Suiza) desde su Estocolmo natal. Pero allí fue recibida por Christine Lagarde y otras autoridades a las que expuso sus demandas sobre el clima. Sin duda, esta joven sueca ha sido icono del año y por ello ha sido omnipresente en todas las redes sociales y medios de comunicación. Su imagen ha sido utilizada, puede que hasta hipócritamente por algunos, para demandar a los demás lo que ellos no están dispuestos a hacer o simplemente como un ejercicio de marketing snob.

   El mundo de hoy puede estar preparado para dar un salto en la utilización de fuentes alternativas, energías limpias capaces de hacer de este planeta un espacio sostenible. Pero aún existen muchos intereses de los mismos países que acuden a cumbres sobre el clima y que no están mínimamente concienciados para dar este salto a un nuevo modelo basado en el uso racional de los bienes del planeta.

   Greta, hija y nieta de personas influyentes en la cultura de su país, es la cara visible de una sensibilidad que aflora en nuestras sociedades y que nos alienta a impulsar una transformación en nuestros hábitos de vida y en las formas que tenemos de pasar por este lugar llamado tierra. El planeta no nos pertenece; tal vez solo por un tiempo. Es la herencia de nuestros hijos y nietos, no el objeto de nuestra inconmensurable egolatría. Debemos entender que no es posible seguir castigando a generaciones presentes y futuras con sequías extremas, subidas generalizadas de temperaturas, cambios bruscos en la climatología, etc. Nos debemos al lugar donde vivimos y tenemos el deber ético de proteger esta casa común tal y como también nos pide el papa Francisco y otras figuras de estatura moral reconocida. La tierra es de todos. Es el mensaje que nos da esta chica de 16 años que aún va a seguir apostando por visibilizar esta demanda que forma parte de la más noble causa: preservar la vida de nuestro planeta. También es la semilla para otros muchos movimientos de concienciación global.



¿Hacia dónde se dirige el mundo? (IV)

     Juan A. Flores Romero

- "Apolo XXV llamando a la tierra... Apolo XXV llamando a la tierra... ¿Queda alguien ahí?

   ...Parece ser que esa bola de azufre y metano se ha vuelto irrespirable. Es posible que nosotros sobrevivamos. Tenemos una base en la luna. Hay potencias que han instalado las suyas y existe una pugna increíble por el control de sus recursos minerales. Habrá que seguir colonizando planetas. Necesitamos explotar sus recursos. Nuestra especie surgió así. No me preguntes por qué lo hacemos. Forma parte de nuestro código ético. Está en nuestros genes". 

   Este podría ser el inicio de un guion cinematográfico de serie B sobre la destrucción del planeta y el ansia de los más fuertes por encontrar su hueco en el espacio y seguir agotando sus recursos. El hombre y su ambición cada vez se alejan más de aquel jardín del Edén primigenio... No necesitamos marcianos que vengan a exterminarnos en masa con sus rayos de neón; nosotros tenemos en nuestras manos el agotamiento y la propia extinción de la vida en el planeta. Y también su propia salvación.


   Dejando atrás estos experimentos pseudoliterarios, el cambio climático -y sus más que probables dramáticas consecuencias- es una realidad muy presente en nuestros días. También el cine y la literatura han alimentado este discurso apocalíptico. No es para menos. El Ártico es navegable, los osos polares invaden Rusia, Chicago alcanza temperaturas más bajas que muchas bases de la Antártida, Australia soporta un verano con una canícula infernal. La sequía y las inundaciones han transformado el paisaje en muchos puntos del planeta.

   Muchas de las políticas actuales giran en torno a lo que se ha llamado en denominar un cambio de conciencia para salvar el planeta. La gran eclosión no va a producirse por una invasión de humanoides malhumorados - eso espero- sino por el uso inadecuado que hemos estado haciendo de los recursos y por el maltrato sistemático al medioambiente. Desde la Revolución industrial se ha acelerado el proceso de contaminación. Ya en el siglo XVII surgieron las grandes compañías transoceánicas de intercambio de materias primas y productos eleborados. Desde Holanda o Inglaterra, grandes flotas -las Compañías de Indias- comerciaban con puntos de ese mundo que un par de cientos de años antes ni siquiera el ser humano imaginaba. "Terra incognita" se antojaba un lema pasado de moda. La industrialización de Europa trajo consigo una aceleración en la emisión de gases a la atmósfera y un aluvión de residuos sólidos y líquidos que iban a parar a ríos y mares. El mundo se estaba convirtiendo en un escenario de progreso... y en un gran vertedero.

   En el siglo XVIII y XIX el colonialismo ahondó en la sobreexplotación de los recursos para beneficio de las mismas compañías comerciales que eran la que prometían bienestar y progreso a todos los habitantes de la Tierra. Libre mercado. Economía mundo. Globalización. En realidad, esas ideas tan atractivas trajeron parejo el agotamiento del medio. Era el precio a pagar por tanto bienestar y desarrollo. ¿O en realidad no fue así? Si bien la población de la tierra creció y ganó en calidad de vida, habría que hablar de un margen de beneficio mucho mayor para aquellos que habían optado por comerciar con azúcar, café, especias o esclavos por todos los puntos cardinales del planeta. Cuando alguien goza con un opíparo banquete siempre deja caer sus migajas.

   El ser humano forma parte de esa mercancía. Es transformado por algunos de su especie en objeto de venta, de intercambio. Y así es como pierde sus derechos elementales y es sometido a compraventa, a explotación, a expoliación de su dignidad. ¡Y no fueron los alienígenas los agentes de aquellas conductas criminales!

   Las guerras del siglo XX solo sirvieron para rubricar unos derechos mínimos y poco más. Tal vez habría que plantearse si esos derechos son respetados en muchos lugares del mundo. La señora Roosevelt lo intentó. Siempre hay granitos de arena que permanecen en la playa pese al vaivén de las olas. Claro que la gran víctima del siglo XX fue la propia naturaleza. Bosques tropicales sobreexplotados, empresas madereras saqueando grandes extensiones de arbolado, industrias de extracción de mineral inundando ríos y lagos con sus inmundicias. Es un horror comprobar cómo baja el caudal de algunos de los grandes ríos para caer en la cuenta de la contaminación a la que estamos sometidos. Muchas son las campañas que anualmente nos conciencian sobre la necesidad de cuidar la naturaleza. Pero, ¿son suficientes? Mientras no disminuya la fiebre consumista no podremos plantear una forma alternativa de vivir en la tierra. Insisto que no hará falta una invasión foránea al estilo de Mars Attacks, aquella película noventera de Tim Burton plagada de estrellas de Hollywood, sino que nosotros mismos contribuiremos con nuestra conducta diaria a que la vida del planeta sea más insoportable. Algunos siguen empeñados en inventar enemigos externos para desviar la atención de aquello que están provocando conscientemente con su falta de escrúpulos y su ambición sin límites.

   Todos los años hay cumbres en las que se firman documentos y se expresa un rosario de buenas intenciones. En aquellos trasnochados Objetivos del Milenio también se hablaba de la necesidad de corregir esta actitud y procurar un planeta más sostenible. Pero los intereses económicos se cruzaron -una vez más- por el camino. Estados Unidos o China pusieron freno a estos compromisos. Sus competitivas industrias no podían plantearse una menor productividad en aras de una mayor calidad de vida para todos. Al contrario, había que fomentar la competitividad y la lucha por el primer puesto en el escenario económico internacional. El siglo XXI nos iba a dar muchas sorpresas. Las declaraciones de intenciones milenaristas se fueron al traste.

   Para las próximas décadas aún tenemos el reto de terminar con el uso de combustibles fósiles y apostar por energías más limpias y renovables. En el mundo del automóvil, los híbridos o eléctricos van escalando puestos entre las preferencias de los consumidores. ¿También entre las preferencias de los lobbys del petróleo? Pero, por otra parte, seguimos tolerando que industrias tan potentes como la China no se deshagan del carbón o sectores industriales norteamericanos sigan apostando por energías contaminantes. Es más, creo que no hay visos de que esto vaya a cambiar más allá de declaraciones de intenciones y de una guerra soterrada de intereses cruzados entre los lobbys del petróleo y aquellos que buscan altas rentabilidades poniendo en funcionamiento energías alternativas.

   Los expertos alertan de que si llegamos a 2030 y no ponemos remedio...ya será demasiado tarde. En cualquier caso, es necesario ponerse manos a la obra para participar en este cambio de tendencia y poder dejar así un planeta decente a nuestros hijos. Las generaciones futuras nos lo agradecerán... y puede que algún que otro alienígena.



Con las manos manchadas de coltán

     Juan A. Flores Romero

   Pocas veces nos hemos preguntado de dónde viene el material con el que fabrican nuestros móviles, tablets u ordenadores. Estamos demasiado pendientes de su utilidad y no de la procedencia de las materias con las que están hechos. Seguro que pasaba igual cuando la humanidad comenzó a utilizar el papel; lo importante era que servía para escribir, pero nada más. Es posible que un día descubra que hubo una guerra por el control del mercado del papel, pero hoy os muestro mi ignorancia al respecto. En cambio, en ocasiones ha saltado a la prensa la relevancia que tiene actualmente el comercio del coltán. Hay minerales y recursos muy preciados en este mundo del siglo XXI; petróleo, diamantes, uranio,... pero otra pieza indispensable de esta colección es el coltán. Hay países productores de este material (Brasil, Australia, China, Canadá e incluso dicen que en Galicia y en la provincia de Ciudad Real podría encontrarse este preciado recurso y ya hay empresas interesadas en su explotación), pero a día de hoy casi el 80% se extrae de la República Democrática del Congo (es posible que este dato que está muy extendido sea falso y que la cifra real se acerque más al 10% ya que muchos yacimientos ni siquiera han comenzado a ser explotados). Este país ha sufrido y está sufriendo las consecuencias de décadas de guerra civil. Digo sufriendo porque aún colean las consecuencias de un conflicto armado que comenzó a gestarse tras la descolonización. Hay intereses de por medio y uno de ellos es el coltán. Menos de un 5% del coltán se extrae de forma legal en este país. El resto de las explotaciones están controladas por grupos guerrilleros y por ciertas mafias que trafican con este material. También sucede con los cinematográficos "diamantes de sangre" -que terminan en Nueva York, Amberes o Tel Aviv- y con otros productos de alto valor en el mercado. Sin embargo, esto no ocurriría si al otro lado no hubiera una fuerte demanda sin escrúpulos (me refiero a las empresas que lo explotan y lo comercializan porque el consumidor ni siquiera se plantea su procedencia) . Es sabido que China quiere controlar los mercados de materias primas en África, sobre todo en la zona subsahariana. Es muy probable que un porcentaje muy alto de coltán ilegal llegue a China de forma irregular. Las falta de seguridad en estas extracciones unidas a ajustes de cuentas por el control de los yacimientos hacen que por cada tonelada de coltán haya cientos de muertos en la República del Congo.

   Los dispositivos móviles y tecnológicos siguen funcionando hoy gracias al coltán. Es buen conductor de la electricidad -mucho mas que el cobre- y permite que las baterías puedan tener un tamaño menor, entre otras ventajas. Este milagro es posible gracias al tántalo, uno de los minerales de este compuesto tan valorado por los mercados. El óxido de tántalo también permite la fabricación de lentes de precisión para cámaras fotográficas e incluso para aquellas que están incorporadas a nuestros móviles y tablets. Y, por poner otro ejemplo, también es ideal para la fabricación de prótesis ya que éstas son más aceptadas por el cuerpo humano, evitando rechazos.

   Por todo esto, cualquier descubrimiento de este material es hoy fuente de disputa, pues el que controla el coltán controla el competitivo mercado de la tecnología. La extracción de este mineral se hace en penosas condiciones de salubridad y de seguridad. Este mineral, que es una aleación de columbita y tantalita (de ahí viene su nombre), es una de las fuentes de conflicto de este siglo XXI en el que sigue existiendo una pugna por el control de los mercados de estos elementos para la fabricación de tecnología. En su día fueron apreciadas las minas de plomo, de mercurio, de sal o de wolframio. Hoy ya no son sino reliquias del pasado pues hay materiales muchos más valorados para la fabricación de objetos cotidianos que son de mayor calidad e incluso más económicos.


   El desarrollo tecnológico siempre es buena noticia, pero en esta realidad existe una cara oculta. Especialmente en el Congo, con este conflicto enquistado durante décadas, se está produciendo un verdadero expolio en el que incluso participan compañías multinacionales que está extrayendo este material bajo el paraguas de una protección militar internacional. El mercado es controlado, no obstante, por grupos paramilitares que incluso extraen el mineral a través de Uganda, país que participa en este negocio de forma fraudulenta para posteriormente ser exportados a países occidentales, especialmente a los Estados Unidos. Otros países como Ruanda también contribuyen consiguiendo contactos en los mercados occidentales para atraer compradores que se queden con el volumen extraído, por supuesto de forma ilegal y al margen de cualquier supervisión internacional al tratarse de una zona de conflicto. Ya sabemos que las fronteras en África son imprecisas y que los verdaderos estados los constituyen las distintas tribus o etnias que pugnan por la hegemonía política de esos territorios troceados por las manos de las viejas potencias coloniales. Lo que sucede en el continente africano, especialmente lo que ocurre en Congo, cobra tintes dantescos. Hoy se calcula que es el país con mayor número de muertes violentas tras la II Guerra Mundial. Podríamos estar hablando de entre cinco y seis millones de víctimas, muchas de las cuales guardan relación con el comercio ilegal de coltán.


   Este material, pues, es el que nos acompaña diariamente y el que mancha nuestras manos con esa sangre invisible de los que no cuentan en nuestro mundo. El coltán que  metemos en nuestros bolsillos, acariciamos con nuestras manos, observamos durante horas al cabo del día, el que permite que podamos enviar un whattsapp o consultar nuestro Facebook, acaricia nuestra piel mientras en Congo muchos se dejan esa misma piel para que este "elemento negro" llegue a nuestras vidas ansiosas de relaciones interpersonales. Creo que pocas veces nos hemos preguntado el origen del material con el que se construyen todos nuestros dispositivos. Quizá deberíamos hacerlo. En cambio, cada día proliferan más millones de dispositivos que nos hacen la vida más agradable o prótesis que nos facilitan nuestras tareas más cotidianas. En muchas ocasiones, las manos que han arrancado este material del corazón de África han terminado arrancadas, mutiladas,... y las almas de millones de congoleños siguen hoy atrapadas en una pesadilla que dura demasiado y que tiene un nombre: el expolio de su recursos. La descolonización no sirvió sino para dotar a estos territorios de banderas e himnos pero sus sueños siguen hipotecados a las grandes multinacionales y a las mafias que trafican, en beneficio propio, con las vidas de millones de personas con la complicidad de un mundo demasiado pendiente en seguir compitiendo por el control de los recursos que están actualmente al servicio del desarrollo tecnológico. La regularización de estos mercados debería ser una prioridad para evitar conflictos y encarnizadas luchas de poder entre las grandes potencias por el control de estos bienes que nos hacen la vida más cómoda.




La guerra de los mundos que caben en un mundo

         Juan A. Flores Romero

     1938 fue un año especial en el que sucedieron acontecimientos extraordinarios. La guerra civil avanzaba en España, Hitler ganaba poder en Europa con sus anexiones territoriales, Rusia se preparaba para una gran contienda y purgaba a sus disidentes más problemáticos. Aquel fue el año en que Orson Welles, al otro lado del charco, adaptó la novela de H.G. Wells "La guerra de los mundos" para dar emoción a un serial radiofónico cambiando los parajes británicos por otros de Nueva Jersey. La invasión alienígena que se anunciaba parecía real. La música paró para dar paso a una escalofriante noticia: nos invadían seres de otros mundos. Una colonización de la Tierra en toda regla, como aquellas que experimentaron los indígenas americanos con Colón o con los padres peregrinos del May Flowers (bueno, quizá estos últimos no causaran tanto miedo cuando tomaron tierra).La guerra de los mundos que caben en un mundo.

     A muchos miles de kilómetros, en la metrópoli del Imperio Británico, esa misma invasión que radió Orson Welles en 1938 había ocurrido en la mente de H.G. Wells en un año, 1898, en el que también cambiaron demasiadas cosas. ¡40 años de ocaso! Un gran imperio se desmoronaba por completo: el español. Las colonias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam fueron las últimas en caer bajo las garras de otro imperialismo más moderno que se desarrollaba en las postrimerías del XIX: el estadounidense. Una España vestida de luto y sumida en un atraso secular que poco pudo paliar el oro de América, que, casi siempre, terminaba en las arcas de banqueros extranjeros y en una burguesía que no podía arriesgar su dinero en modernizar ese país de charanga y pandereta, como diría Machado. En realidad, la hucha estaba vacía tras siglos de despilfarro. En ese mismo año se escribió esta novela de H.G. Wells que anunciaba una invasión alienígena tras una explosión en el planeta Marte. Seres extraterrestres llegan a la Tierra y van sembrando el caos, construyendo naves dotadas de patas mecanizadas con un ingente poder destructivo, abrasando a la población con rayos de calor y amenazando con colonizar la Tierra, destinando a la Humanidad a las sombras del inframundo. Así se presentó Orson Wells con su emisión radiofónica: increíblemente verosímil, caótico, apocalíptico, ... Muchos creyeron la historia que, en un principio, se anunció como ficticia. ¿Pudo haber sido algo parecido la impresión causada por el poderío de Estados Unidos a unos pobres españoles que defendían heroicamente las últimas colonias? ¿También lo fue cuando Hitler invadió Austria o Polonia?

     Algunos de los que aún tenemos fe en el ser humano -porque toda la Humanidad estaba presente en aquel ceniciento siglo XX como una antesala del Juicio Final- preferimos creer en una evidencia: el fin de la Humanidad podía llegar en cualquier momento y por qué no bajo la forma de invasión extraterrestre. La Tierra ya tenía demasiados tiranos que, hasta el momento, solo enseñaban sus fauces. El hombre no podía llegar a cotas de maldad tan extraordinarias. Craso error. Lo peor estaba por llegar. No aparecieron las naves entre las nubes sino los tanques entre las campiñas.

     La literatura de ciencia ficción se desarrolló a partir del conflicto bélico que arrasó medio mundo: la Segunda Guerra Mundial. ¿Evasión o tintes de realidad? El fin de los tiempos era posible. La guerra no lo había conseguido, aunque sí paralizó la conciencia de millones de humanos que salieron de aquel "naufragio de sangre", utilizando un verso lorquiano. La Humanidad había presenciado cómo siglos de cultura habían hecho añicos la convivencia en el mundo; cómo los intereses coloniales y financieros se ponían por delante del bienestar de la Humanidad. Nosotros mismos tenemos en nuestro ADN ese gen destructor (posiblemente presente el algún meteorito que dejó su semilla alienígena en el planeta Tierra). Los marcianos podían haber sido todos los que buscaban inocular el veneno del odio en el mundo que les había tocado vivir. O tal vez eran seres de otros mundos liderando este nuestro. Permitidme esta licencia jocoso-marciana.

     Hoy también tenemos factores y señales que nos llevan a pensar que la sociedad está esperando una transformación, quizá porque el estado natural del hombre expulsado del Edén es el de la avaricia y el recelo. Los años que siguieron a la guerra fueron de shock por lo ocurrido y de reflexión acerca de lo que pudo haber llevado al hombre de un estado de cierta normalidad al estado supino de locura. La guerra de los mundos que nos radió Orson Welles fue una premonición de aquello que se nos venía encima en unos meses en los que la historia del mundo cambiaría de signo para siempre. Aquellas cápsulas y moles con tentáculos tomaron la forma de tecnología bélica terrícola con las que la humanidad ni siquiera soñó. Los experimentos en oscuros laboratorios ocultos en naves espaciales bien pudieron parecerse a aquellos que la humanidad no quiso ver en Treblinka o Auschwitz.

     En los años cincuenta, especialmente los norteamericanos quisieron vislumbrar al enemigo en el exterior: sí, fuera de órbita. Al otro lado del Telón de Acero nada se sabía. Era "terra incognita" y no había necesidad de explorarla por miedo a una conflagración nuclear. Era más probable llegar a Plutón y abrir un McDonalds. Solo unos miles de espías se atrevían a cruzar las delgadas líneas rojas que separaban al occidente capitalista del comunismo brutal y sanguinario. Personas sin rostro y sin moral, dispuestos a venderse al mejor postor, devorando sandwiches y fumando cigarrillos en las estaciones de Viena, Berlín o Munich, esperando un convoy que les llevara al otro lado de la realidad (a los rusos no los cuento; es muy probable que estuvieran presentes en muchos gobiernos occdentales por eso de que el bolchevismo es internacional). Ambos modelos condenaron al mundo a un otoño gris y frío sin posibilidad de ver el sol en mucho tiempo. Es la imagen que tenemos de la Guerra Fría: una época gris, siniestra, incierta, pero apasionante. Un gran platillo volante sobre la conciencia de la Humanidad.

     En aquel ambiente pseudobélico, surgían todo tipo de especulaciones. Los rusos y los norteamericanos estaban enfrascados en una carrera armamentística sin límites. El botón rojo, el telón de acero, la Stasi, la KGB, la CIA. También el Mossad o el MI-5. Palabras grises. La gente necesitaba ver un enemigo real que podía pulverizarnos en segundos. Nadie perdía el sueño en los años sesenta pensando en que nos iban a comer los rusos. En cambio, se fue gestando toda una literatura favorable a una posible invasión venida desde el exterior del planeta. Aún en estos días, algún astrofísico de Harvard ha comentado recientemente que en la órbita de Júpiter se han hallado restos de lo que parece un material extraterrestre, abriendo vías de especulación respecto a la posible intención de una supuesta civilización avanzada de contactar con nosotros. Espero que el escenario no se parezca a aquel que ideó Wells en la Guerra de los mundos. De momento, seguiré pensando que, aunque estoy convencido de la presencia de vida inteligente en el universo, los alienígenas ya están entre nosotros; siempre estuvieron y siempre buscarán las maneras de llevar a la Humanidad por el sendero del odio y la destrucción. Ellos son las sombras que proyectamos como especie. Lo único que debemos hacer es estar alerta porque ya han comenzado a contactar con la Humanidad, como en aquel otoño de 1938 en que los americanos quisieron verse invadidos por unos seres que poco podían envidiar a aquellos que andaban sobre la Tierra desde el paleolítico. Tomando prestadas las palabras de Paul Éluard, "hay otros mundos, pero están en este".


¿Hacia dónde se dirige el mundo? (III)

         Juan A. Flores Romero

   Otro de los aspectos que viene sufriendo una transformación en estos últimos lustros son los valores cívicos enmarcados en esa gran jungla denominada EDUCACIÓN. Muchas veces se presumen, pero nada más lejos de la realidad. Las familias actuales, ya desde los ochenta, vienen experimentando cambios profundos; la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, el control de la natalidad, el creciente individualismo, las ansias de sobrevivir en una sociedad materialista alimentada por eso que hemos llamado globalización y que no es sino la dictadura internacional de los mercados en el marco de sistemas legales acomodados para que estos sigan marcando la agenda de este planeta llamado Tierra. El ser humano no es libre ya que este concepto es contrario al control inmisericorde de estas megaestructuras de poder. Pero esa es otra historia. Nadie en su sano juicio querría una dictadura de los mercados, pero vivimos entre sus aguas y debemos adaptarnos a disfrutar cada destello de libertad que nos ofrece ese vasto universo de corporaciones, holdings, acciones, participaciones,... un conglomerado matemático que ya se fue gestando desde los albores de la Edad Moderna y que son como el oxígeno o el nitrógeno. No los vemos pero ya no sabríamos vivir sin ellos.

   Como puedes observar, estos valores cívicos forman parte de esa constelación en la que hemos elegido vivir o nos han impuesto unos pocos (que cada cual se crea su argumento; no hay nada más satisfactorio que pensar que uno hace las cosas porque verdaderamente desea hacerlas). Las familias han elegido con cierta frecuencia delegar la educación cívica ya que muchos piensan que son las instituciones públicas las que deben dotar al pupilo de normas de convivencia y principios sólidos. También los hay que son enemigos de esta estrategia y piensan que es la familia la que debe transmitir su legado moral a sus vástagos. Otros abogan porque sean instituciones con las que se sienten identificados: la escuela Montessori, la pedagogía Waldorf o los centros de titularidad religiosa. Que cada cual se sirva la salsa a su gusto. Lo que sí es evidente es que las sociedades han experimentado una merma en la educación en valores. Se le da mucha importancia al currículo, a la formación no reglada ajena a los colegios, a la formación idiomática, musical o informática. En cambio, se deja de lado aquello que nos define como humanos: el compromiso con uno mismo y con los demás, la honestidad, la integridad, la cortesía. Todo esto ya no es prioritario a juicio de lo que vemos en determinados ambientes. Muchas personas piensan que incluso puede ser un obstáculo para sus hijos en una sociedad tan competitiva como la que tenemos, en la que prima el poder de imponerse a los demás o la lucha a toda costa por el poder.

   Los que piensan en la prioridad de esta formación ética pueden tacharse de ilusos, de trasnochados o de vendedores de humo. Lo importante, dirían aquellos, es adquirir competencias reales y tangibles, cuantificables,... Demos herramientas para desarrollar la competencia digital pero no cultivemos el espíritu crítico que es el que hace que surjan los interrogantes que nos conducen al aprendizaje significativo. En el ámbito escolar, muchos están acostumbrados a recibir la dosis de conocimientos a modo de sopa mágica cuando en realidad lo importante en la educación es generar interrogantes para que el alumno sienta la curiosidad por aprender. Si no hay una duda, el conocimiento muere. Se transforma en un contenido dogmático. Cuántas lecciones de historia nos hemos tragado sin apenas digerir. Pero realmente no nos hemos planteado el sentido de estudiar ese aspecto de nuestra sociedad y no otro. O por qué llegó a producirse tal acontecimiento. Las lenguas también invitan a la reflexión y al debate. Ya que, ¿qué no es la lengua sino la capacidad de expresar aquello que sentimos o pensamos? Y si hablamos de las matemáticas o las ciencias, ¿cómo han evolucionado las mismas sino por la investigación y el debate plural? Para transformar la educación en algo vivo se necesita la reflexión y el debate. No obstante surge una duda, ¿hemos sido educados para ello? ¿No parece que lo que pretende la educación es la asimilación sin bicarbonato de conocimientos cocinados y envasados al vacío? Por supuesto que para este aprendizaje debe existir una base que nos hará interiorizar esos conocimientos para transformarlos en "sabiduría crítica".

   Es evidente que se necesita un cambio de paradigma a distintos niveles (en la escuela, en las universidades, en la formación profesional). La solución no está en mirar a Finlandia, a Singapur o a Corea del Sur. Cada sociedad se sustenta en unos valores y no podemos cambiarlos de la noche a la mañana. Porque se trata de eso cuando miramos a estos países, ¿no? Si nos empeñamos en adoptar un sistema educativo ajeno conservando nuestra visión del mundo estamos abocados al fracaso o a convertir el sistema educativo en un parque temático pintoresco pero sin ninguna base sólida. Cada país tiene una población, un sistema administrativo y legal distintos, un origen étnico o una tradición religiosa concreta. Algunos de estos factores, o quizá todos, son los que construyen un país, y la educación suele ser el resultado de todo ello y no una lámpara maravillosa que alguien se encontró por el camino y que puede conceder tres deseos a todo el que se acerque a ella y la frote.

   Nuestra sociedad necesita un fortalecimiento de los valores que llevan a crear un clima educativo. Pero esa idea trasciende la escuela. Debe partir de las propias familias, poniendo en valor la educación, colocándola en el lugar que merece, evitando fiscalizar o teledirigir a los profesionales que buscan ofrecer una fase formativa a sus alumnos desde la vocación y la honestidad (que tampoco se presupone). No puede nacer una enseñanza de calidad si no hay una educación previa de calidad y esta comienza en las familias, inculcando el valor del respeto, del esfuerzo, de la humildad. La escuela está para reforzar estas semillas que se deben ir regando también desde todos los ámbitos en los que se mueve el educando, insistiendo también en la recompensa al esfuerzo, en el trabajo en equipo, en el cumplimiento de los tiempos marcados para el desempeño de una responsabilidad. Mientras esto no suceda este país seguirá abocado a plantear cuantas reformas educativas se le ocurra al oportunista de turno para seguir considerando este campo sagrado de la sociedad un arma política y una piedra arrojadiza.

   El pueblo que no cuida su educación y la fortalece está llamado a sucumbir. Aquellos que hoy se educan en las escuelas son los dirigentes del mañana, los trabajadores, los que han de mover la economía y los que han de plantear un cambio de paradigma que haga de este mundo un lugar sostenible capaz de soportar con dignidad el creciente peso que van teniendo los dependientes y pensionistas como consecuencia de la mayor esperanza de vida y de las previsibles jubilaciones de aquella generación que dio en llamarse la del "baby boom".


¿Hacia dónde se dirige el mundo? (II)

Juan A. Flores Romero

   Un cambio importante a nivel mundial es la apuesta por una ola de conservadurismo extremo que busca proteger nuestras comunidades de un supuesto enemigo exterior. La crisis del endeudamiento que sigue siendo el mal del mundo desarrollado nos ha llevado a buscar fantasmas a los que culpar de los episodios de pánico que sacuden el mundo. El miedo siempre ha sido un poderoso elemento de control de las sociedades. Crea un clima de terror y tendrás controlado el mundo, pero éste lleva a la desconfianza entre los miembros de una comunidad, alimenta el recelo, la enfermiza competitividad, la creación de disidentes a los que controlar,... El miedo es un elemento externo que se sirve de otros internos para su desarrollo. Este gran aliado del control y del poder se sirve de los chivos expiatorios. En pleno siglo XXI apelamos a la inmigración, a las minorías, a los inadaptados, como los grandes peligros para un sistema cuyo mal hunde sus raíces en la ambición sin límites de unos pocos. Pero estos nos hacen ver que el verdadero enemigo es aquel que quiere traspasar nuestra frontera. Quizá ya lo estuvo haciendo durante décadas pero llega un momento que eso se convierte en un discurso político, alimentado por los medios de masas sustentados por grandes corporaciones y lobbys. Los grandes bulos han partido de meras especulaciones, pero han sido alimentados por los medios y se han convertido en grandes verdades. En la Edad Moderna los esclavos eran individuos- que no personas- sin alma, los judíos eran aquellos malvados en envenenaban pozos y contaban con cuernos y rabo, aprovechando la iconografía del demonio que -dicho sea de paso- surgió de la versión caricaturesca de la fisonomía semita. No hay nada más socorrido para una crisis que crear una mentira y venderla como una verdad.

   Existen gobiernos que se mantienen en el poder y que han surgido en muchos lugares del planeta que basan su discurso en el odio, en el miedo al diferente, al extranjero, al que tiene otras costumbres u otros planteamientos. La tolerancia no está de moda por mucho que nos empeñemos en reivindicar los derechos de todos los colectivos. Está de moda la defensa de intereses particulares y no la gran vocación de defender un bien común. El lema es defender tu colectivo y no contribuir a la defensa de una sociedad que más que la suma de intereses particulares es una entidad a la que debemos la existencia misma de esos derechos e intereses.

   La multiculturalidad y el respeto por otras opciones de vida se pone en cuestión en aras de un discurso interesado que nos lleva a lo políticamente correcto y a un control más eficiente por parte de los que ostentan el poder. El Brasil de Bolsonaro, la América de Trump, la Hungría de Orban,... son algunos ejemplos de cómo la comunidad ha interiorizado el discurso del recelo, del odio y ha depositado su fe en manos de estos mesías que quieren salvar a su pueblo de las garras que lo atemorizan. No hay arma más poderosa que el miedo; este se cuela en nuestras vidas a través de nuestra televisión, del móvil, del ordenador,...nos puede convencer de que estamos siendo rodeados de enemigos que el sistema se ha encargado de crear para llevar a cabo las políticas que están marcando los que realmente mueven los hilos del mundo. ¿Algún iluso pensó que puede gobernarse de espaldas a los mercados o contra ellos? En España ya rescatamos a los bancos con dinero público, cada ciudadano pagó religiosamente para mantener un sistema financiero que un puñado de desalmados gestionó mal y, aún peor, en contra de los intereses de la nación. En otros estados se ha optado por sancionar a las entidades bancarias o simplemente dejarlas caer para que ellas mismas luchen por sobrevivir. Eso es realmente el liberalismo, ¿no? En el caso de España, ¿alguien se escandalizó de esto más allá del pataleo inmediato y el ex abrupto tabernario? ¿Alguien tomó la Bastilla tras el fraude piramidal de Forum Filatélico que arruinó a miles de familias? ¿Acaso no se quedaron atrapados con miles de estampillas a las que no daban más valor que a los sellos del Carrefour? Por cierto, muchas han sido las series de sellos que he comprado -como coleccionista- a precio de ganga a muchos de estos pobres inversores engañados por gente sin escrúpulos y que sin pretenderlo han engrosado mi colección. ¿Acaso hubiera sido mejor que los tirasen por el retrete?

   A mí aún no me ha robado un inmigrante o un señor que cobra cuatrocientos euros y no llega a fin de mes. Ni siquiera el mantero que pone sus mercaderías a dos metros de mi toalla en la playa y que regatea con el turista mientras yo me doy un baño con mis hijos. En cambio, no puedo decir lo mismo de bancos o de las potentes empresas de telefonía. El sistema está ideado para que unos pocos se aprovechen de una gran masa que confía en exceso en las bondades del mismo.

   Hoy asistimos a un cambio mundial alentado por el mensaje del odio al otro, a la desconfianza en un sistema que unos prometen cambiar pero que no van a hacer sino alimentarlo aún más con la carnaza que les proporcione más votos. ¿Qué quieres oír para que acabes dándome tu voto? En Francia, los chalecos amarillos salen a la calle como modo de visualizar un problema de abuso social. No es la solución pero sí es un testimonio del malestar generado por un problema de fondo que muchos confunden simplemente con un tema de orden público. La Europa de los ciudadanos ha gobernado contra ellos, se ha institucionalizado en exceso, se ha separado de sus electores y se ha erigido en un sistema opaco de toma de decisiones. Aun así, todo movimiento antisistema termina generando un debate interno para acercarse al sistema con la intención de transformarlo. Quemar mobiliario urbano no pervive demasiado en el tiempo. Cuando a un revolucionario le queman el coche, se terminó el asunto. A mí que no me toquen nada; para protestar está el espacio público donde ahí sí se puede destrozar todo lo que se desee porque lo público no es de nadie. Pero "que no me toquen el coche", decía un escéptico Pérez-Reverte en una conocida entrevista.

   Vivimos en esta década un momento de liderazgos visionarios que nos han inoculado ese anestésico que nos impide recordar lo que sucedió en otras anteriores. En Italia ya se ven ciertas similitudes con aquel escenario prefascista previo a la marcha sobre Roma de Mussolini. Claro, que la situación ha cambiado. Ya nadie aspira a detener judíos o a lucir uniformes militares en los mítines. Pero, ¿alguien recuerda que muchos totalitarismos se sirvieron de estructuras democráticas para alcanzar el poder y que medraron con la complicidad de gran parte de la población? ¿Nos estamos acercando a otro agujero negro, uno de esos que aparecen cuando menos te lo esperas, invisibles al ojo humano pero alimentado por nuestra falta de visión crítica? Creo que la sociedad de hoy debe someterse a una operación urgente de cataratas. Tenemos un problema serio a la vista y, no os quepa duda, siempre habrá algún visionario que busque un chivo expiatorio para justificar la aplicación de sus políticas... por interés propio.



¿Hacia dónde se dirige el mundo? (I)

Juan A. Flores Romero

Caminamos hacia un cambio de década pero también hacia otro modelo político, económico y social que se ha ido gestando en estos pasados años de brutal crisis económica que no todo el mundo ha experimentado de la misma manera; mientras unos sufrimos unos recortes impensables "in illo tempore", otros perdieron sus puestos de trabajo, su dignidad y autoestima en medio de una ola de despidos masivos, de desahucios, de fraudes piramidales,... No ha sido una década fácil. Europa y el mundo salían de una situación de una supuesta bonanza inoculada en nuestra conciencia, en parte basada en el endeudamiento masivo de los gobiernos y de los ciudadanos. Este vaporoso modelo colapsó en 2008 y dio lugar a un escenario bien distinto en el que a muchas sociedades les costaba más financiarse y en las que bastantes multinacionales se plantearon cambiar de ubicación para abaratar costes y seguir compitiendo con el gran epicentro de poder económico: Asia. Al final, primó la máxima "si no puedes con tu enemigo, únete a él".

Hoy ni el Mediterráneo ni el Mar del Norte son los núcleos de poder financiero en el mundo. Ese lugar lo ocupan hoy Qatar, Sanghai o Singapur. Ante esta realidad, ya no son tan prioritarios los discursos sobre derechos humanos pues en este nuevo escenario no andan muy sobrados de ellos. Nuestro modelo surgido de las revoluciones burguesas nos insiste en que hay que defenderlos mientras no topen con intereses económicos, faltaría más. Hoy clamamos contra regímenes indiscutiblemente antidemocráticos en algunos puntos del planeta y firmamos acuerdos con otros que nos aportan mayores beneficios inmediatos o suculentas contrataciones en infraestructuras. ¿Quién se plantea hoy un boicot contra Qatar? Llevamos publicidad de este pequeño estado en equipaciones de fútbol, soñamos con ver o asistir a los partidos del mundial de 2022 que se celebrará en aquel emirato y no nos interesa cuántos presos de conciencia malviven en sus podridas prisiones. ¿Quién se ha planteado que habría que romper relaciones internacionales con estos paraísos del petrodólar a causa de su violación sistemática y brutal de derechos humanos? ¿Quién sale a manifestarse por las lamentables condiciones laborales de los obreros que trabajan en las instalaciones deportivas que acogerá tan magno y sagrado evento? ¿Quién critica la continua financiación que este país da a grupos terroristas que sirven para desestabilizar la situación política de la región? Qatar o Arabia Saudí contribuyen a los bombardeos en la terrible guerra de Yemen o pagan a las milicias armadas terroristas que desestabilizan el ya castigado Oriente Medio. Nadie se cuestiona romper relaciones con estos gobiernos. Nuestro sistema siempre paga el precio de la doble moral.

Hoy, a las puertas de 2020, el mundo ha dado los pasos definitivos hacia otra realidad geopolítica, que ya comenzó a idear en unos momentos de crisis en los que había que buscar chivos expiatorios para limpiar nuestra mala conciencia; un cordero al que subir al altar del sacrificio para que nuestros pecados de vanidad y avaricia quedasen limpiados. Si analizamos la situación con un poco de sensatez, podemos concluir que los males actuales del mundo, y concretamente de Europa, no son debidos a las oleadas de inmigrantes que llegan desde Eritrea, Siria, Senegal o Sudán, ni a una crisis de valores -que ya estaban casi extinguidos tras una década de bonanza, egoísmo, autosatisfacción y de vivir de espaldas al mundo- sino a la vivencia de una realidad artificial que no se correspondía con nuestras posibilidades reales: el gran mal de esta crisis ha sido el endeudamiento masivo, el echarnos a los brazos de los mercados. Hemos pasado de ser súbditos a ciudadanos y de ciudadanos a consumidores. El sistema lo supo: la forma más eficaz de controlar el mundo es someterlo al capricho de los mercados. Crea necesidades, da facilidades de pago, endeuda a la población y ya los tendrás en tus manos. Por cierto, hazles sentir que dominan la situación y que son ellos los dueños de su destino.

Los mercados son los que han marcado las políticas económicas de las últimas décadas, no nos engañemos, y ninguna política puede ser contraria a ellos sino sometida a ellos. Hemos gestado un sistema en el que distintos algoritmos controlan las finanzas e incluso nuestros gustos, preferencias,... Las redes están repletas de perfiles de personas fabricados para crear líneas de consumo, para atraparnos aún más en la vorágine de la deuda aunque pensemos que aquello perteneció a un episodio del pasado y no a un eterno presente. El ahorro se penaliza, se incentiva el gasto, se anima a la inversión para que a su vez genere más consumo y más deuda.

Por otro lado, los epicentros de poder han cambiado. El sureste asiático es la nueva Roma, la nueva Europa de la era del mercantilismo. Sí, ese mundo que aún debe aprender lecciones de democracia. Pero, ¿eran democráticas Roma o las naciones del siglo XVI y XVII en manos de monarquías y repúblicas autoritarias? ¿Eran democráticos esos países creadores de las grandes compañías de Indias que apostaban por el comercio de esclavos y que financiaban guerras entre potencias por el control de los mercados del café, del ron o del azúcar? El mundo actual está en continua transformación. A nosotros nos ha tocado en esta ocasión estar "en la cara oscura de la luna" a expensas de que estos mercados financien nuestra ansia voraz de consumir mientras ellos se van haciendo con el mercado de materias primas en el mundo.

Sin pretender se agorero, creo que en el siglo XXI el gran problema no va a ser exclusivamente el control de los recursos energéticos sino el control de los precios de los alimentos en manos de las grandes corporaciones. Dispara el precio del cereal y podrás provocar duras crisis de abastecimiento. China en las últimas décadas está controlando los mercados de materias primas de Asia, África y América del Sur. Es obvio ver cómo esta potencia firma acuerdos comerciales con países muy alejados geográfica y culturalmente de ella. La clave está en los intereses económicos financieros que tiene contraídos con muchos países emergentes e incluso desarrollados. El mundo civilizado busca conseguir dinero, financiación para mantener su calidad de vida, alimentando una "economía fantasma" que ya no se corresponde con nuestra capacidad real: en realidad somos más pobres de lo que imaginamos. Si un hogar soportaba una deuda del 30% y ahora del 115% no significa que ese hogar sea más rico, aunque cuente con más medios materiales, sino todo lo contrario: los ha conseguido por medio del crédito. A mayor acceso al dinero, más endeudamiento. Esta situación se está produciendo en los países occidentales que han perdido protagonismo o han quedado relegados a potencias económicas regionales.



AMOS OZ, EL ARTESANO DE LA PALABRA

   Juan A. Flores Romero

   A unos días de terminar este 2018 repleto de efemérides, nos ha dejado víctima de una larga enfermedad aquella mezcla de judío rural y cosmopolita que cambió su apellido Klausner por Oz (que en hebreo significa fuerza o coraje). Y ese fue el motor que movió su vida desde su nacimiento en Jerusalén a escasos meses de acabar la década de los treinta. Pocos escritores israelíes son conocidos internacionalmente como Amos Oz. No es para menos. En su larga trayectoria como escritor y periodista ha recogido muchos premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Letras en 2007.

   En honor a la verdad, he de reconocer que fueron sus páginas las que me acercaron a la realidad de un conflicto tremendamente mediatizado como es el palestino-israelí. Pocas obras literarias -a excepción del ¡Oh, Jerusalén!, de Dominique Lapierre y Larry Collins- han profundizado tanto en la raíz del conflicto como las que escribió Amos Oz. Pero él fue mucho más allá. En "La colina del Mal Consejo", uno de mis libros favoritos, nos presenta una palestina en los últimos momentos del dominio británico en la que ya se palpa la tragedia que iba a sacudir aquella tierra que se debatía, y aún hoy en día, entre una bendición y una maldición eternas. Las ansias del pueblo judío por heredar una tierra que siempre sintió como propia y la furia de un pueblo -el palestino- que pugnaba por echar a los judíos al mar temiendo aquello que se les venía encima. El resultado de aquel conflicto iniciado formalmente el 14 de mayo de 1948 ya lo sabemos: varias guerras en las que el propio Amos Oz participó, concretamente en la Guerra de los Seis Días y en la de Yom Kippur, y una situación odio latente que, con sus antibajos, perdura en la actualidad.

   Su paso siendo apenas un joven por el kibutz Hulda le hizo entender la vida como un don valioso a proteger, la tierra como un bien preciado por el que luchar y el diálogo como una herramienta imprescindible para crear un escenario de seguridad y justicia. Siempre hizo gala de una austeridad admirable, un aspecto que se deja traslucir en los personajes de sus novelas. La última que leí este pasado verano fue "Judas" en la que se hace un paralelismo entre una persona en medio de una crisis existencial y el personaje bíblico que, según la tradición cristiana, traiciona a Jesús. Una obra profunda, respetuosa y que deja una última página plagada de interrogantes.

   En Amos Oz siempre hubo un aire rural, propio de los habitantes de los kibutzim, y una reflexión profunda acerca de la vida, la familia, la religión, la nación hebrea y las relaciones con los vecinos árabes. Participó en la fundación del movimiento pacifista "Peace Now" y se declaró abiertamente ateo aunque profundamente respetuoso con las tradiciones y creencias de su familia, proveniente de judíos lituanos y polacos, y de las restantes confesiones del estado. Él siempre se sintió parte de Israel por el mero hecho de nacer allí en 1939, en los años previos a la creación del estado hebreo y por su vinculación a un sionismo más intelectual que combativo.

   "Un descanso verdadero", "Una historia de amor y oscuridad", "La caja negra",... son algunos de sus títulos más conocidos y que incluso me he atrevido a releer. Sin embargo, hay un libro que degusté hace un par de años escrito junto a su hija Fania Oz-Salzberger. Se titula "Los judíos y las palabras" y pone de relieve por qué son tan importantes las palabras para los judíos desde antiguo (refranes, disputas, argumentaciones y hasta chistes) además de constituir un alegato contra la soberbia intelectual. En él se recoge que los grandes sabios fueron personas de vida sencilla; "algunos de los más grandes rabíes no eran más que humildes artesanos y obreros" -reza en una de sus páginas- o, haciendo gala de cierta socarronería, "otros muchos factores han hecho de nosotros lo que somos: los padres, el sionismo, la modernidad, Hitler, el hábito y la suerte". Y tomando las palabras prestadas de Bernard Malamud había bromeado diciendo: "todos los hombres son judíos aunque pocos hombres lo saben".

   Para mí se ha ido una mente prodigiosa, un icono literario y un referente para la paz y el entendimiento entre dos pueblos condenados a entenderse. Descanse en paz.



La guerra de Sun Tzu y la sociedad del éxito

Juan A. Flores Romero

"Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla".

   A finales del siglo IV, en la lejana China, surgió un estratega capaz de sintetizar en un puñado de aforismos las tácticas más eficaces para plantarse ante el enemigo. ¿Quién dijo que la guerra fuera solo pólvora y sangre? ¿Acaso no ha estado la inteligencia detrás de los grandes conflictos bélicos? ¿Es siempre una retirada una derrota? Estas y otras cuestiones son tratadas con sutileza en este manual de la guerra ha al menos veinticinco siglos.

   Tal fue su éxito que su propio hijo pudo haber formado otro tratado que viene a complementar al anterior. Eso se deduce de un hallazgo en 1972. No deja de asombrar la ingente dosis de filosofía oriental que aflora década palabra de Sun Tzu: capacidad de espera, la importancia de la eficacia y la disciplina, el arte de la persuasión, del engaño y de la distracción, la posibilidad de una retirada a tiempo sin por ello interpretarlo como una derrota. Poco se conoce de aquel Sun Tzu y, aunque lo encasillaron en el siglo IV a.C., ni siquiera se sabe si estamos en una cronología cierta. Sí es verdad que estas sentencias viajaron por el tiempo y finalmente fueron a parar a aquella Europa de finales del siglo XVIII ansiosa de conocer una nueva forma de pensar que no interpretaba el éxito como una ganancia a corto plazo, ni una victoria a toda costa,... A aquel jesuita que logró descifrar su mensaje quizá no se le ocurrió que este libro iba a ser un modelo para bastantes personas de la era postindustrial. Que alguien me corrija, pero entiendo que en aquella Guerra de la Independencia de Estados Unidos, un "ejército de palurdos" frente a otro regular -el británico- consiguió sus objetivos con tácticas parecidas a aquellas que podemos leer en "El arte de la guerra" e incluso se sabe que Napoleón o Mao Zedong leyeron los aforismos de aquel sabio chino. Como en un juego de mesa, el que saca puede tener más probabilidades de ganar. Al primero de estos dos estrategas no le fue nada mal, aunque debió dejarse algún capítulo por leer. El segundo, en cambio, consideró que debía escribir su propio libro y así someter a China con el lema prestado de Sun Tzu "el general es el guardián del Estado". Es sabido que se le fue la mano cortando cabezas y eso es mérito propio.

   Lo importante de la victoria -en lo militar, en los negocios y en la vida- es mantenerla en el tiempo. Ganar batallas solo supone un pequeño balón de oxígeno para el vencedor, pero está condenado al fracaso si no se persuade al enemigo y a los que han combatido contigo. Quizá es una forma de evitar las bolsas de resistencia que se te pueden volver contra ti en un momento de debilidad. Muy inteligente al aplicarlo a los negocios o a la vida. ¿Quizá por todo esto lo tacharon de maquiavélico? También lo es darle a cada persona la sensación de tener algo que perder. Te lo habrás ganado por medio del miedo. Si temes perder algo, nunca te vas a rebelar. Estas estrategias han sido concebidas en la guerra y se han puesto en práctica en tiempos de paz.

   La antigua filosofía de Sun Tzu se ha hecho famosa por su aplicación al mundo de las finanzas. En muchas escuelas de negocios "El arte de la guerra" es manual de obligada lectura siempre que haya un buen maestro que interprete sus palabras y las sepa aplicar bien al mundo de la economía. Son muchos los profesionales de bolsa en Estados Unidos que aconsejan su lectura para fijar objetivos en sus inversiones. En la gran empresa saben que como dijo Sun Tzu, "controlar a muchas personas es como controlar a pocas. Es cuestión de organización" o la importancia de transformar la desventaja en ventaja e incluso de fijarse un objetivo claro e inamovible aunque se dé la sensación de que se está diversificando. En la guerra se llama "el arte del engaño", que se puede convertir en el arte de la supervivencia. Incluso los modernos modelos DAFO de análisis de "deficiencias, amenazas, fortalezas y oportunidades" están en gran medida basados en la filosofía de este pequeño manual. Todo un ejemplo de cómo el pensamiento clásico nunca caduca sino que se actualiza y se aplica a otros campos.

   Sun Tzu fue rescatado de las sombras para brillar en esta sociedad del éxito basada en el liderazgo y la gestión de grupos en una sociedad diversificada. ¿Para cuándo una filosofía que eduque en la posibilidad del fracaso y su consiguiente gestión? ¿No es una asignatura pendiente para estas nuevas generaciones que solo tienen en mente modelos basados en el triunfo fácil, en la felicidad basada en el "tener" y en las relaciones fugaces y superficiales? Como dijo Sun Tzu, "analiza la situación y luego toma una decisión". No hay nada más necio que vivir en esta filosofía efervescente que no asume sino un falso y difuminado rostro del éxito... incluso en el arte de la guerra.


Baudelaire, el arte del exceso

Juan A. Flores Romero

     Todos hemos sido testigos en el siglo XX de una cultura posmoderna basada en el exceso. Los años 60 contribuyeron al despertar de una juventud ansiosa por probarlo todo. Tal vez fuese el resultado lógico de años de represión y de posguerra en toda Europa. Pero los excesos no son propios del siglo XX. Hace unos días en una clase de literatura alguien preguntó por Baudelaire -quizá por esa tendencia que tiene el ser humano hacia lo prohibido- y tuve que explicar que era uno de esos poetas malditos que arrojó el siglo XIX, como lo definió Verlaine. Tal vez podríamos quedarnos en el tópico y en la etiqueta, pero Charles Baudelaire sirvió de base para la gestación del simbolismo francés que se desarrollaría en la delgada línea roja del cambio de siglo en una Francia que propugnaba la vida bohemia como un reclamo cultural y que servía de último suspiro para una Europa esclerótica que iba a desmoronarse en breve. Baudelaire fue, mucho tiempo atrás, uno de los padres de todo este inframundo: prostitutas, mendigos, seres de mal vivir iban tejiendo un universo muy alejado de los cánones de la literatura de un siglo XIX cambiante. Baudelaire fue mucho más: crítico de arte, descubridor de Richard Wagner como genio de la música, traductor al francés de obras que se publicaban en tierras de ultramar. Conocemos a Edgar Allan Poe en francés por las traducciones que hizo el autor maldito francés. Mucho tenía en común con aquel poeta que murió demasiado joven en la ciudad de Baltimore, posiblemente ebrio de una vida que le había arrastrado a la ausencia de la amada y al sufrimiento en un mundo que se pierde en las cenizas de una vida más cercana a la muerte, poco comprensible para un mundo del siglo XXI instalado en el materialismo más absoluto y que se resiste a hablar de amor, de literatura, de música,... más allá del clic de un simple like.

     A Baudelaire siempre le envolvió la sombra del dolor, de la lucha perdida pero también el afán por transformar ese dolor en arte, en una nueva forma de expresión con los que muchos autores posteriores se sintieron identificados. Podrá ser considerado un maldito pero, sin duda, fue un creador, un artista, autor de esa literatura "que muerde" como diría Kafka.

     Un elemento para entender la personalidad de Charles Baudelaire es su madre, Caroline Dufays, quien se echó en brazos de un militar -años después jefe del Estado Mayor francés- a la muerte de su esposo. Es muy probable que ya antes fuesen amantes. Eso causó en el poeta un gran impacto y sirvió de pista para entender su concepción del amor, de la sexualidad y de las mujeres. Después vino el traslado a Lyon, el ingreso en varios internados, una vida en soledad al margen del cariño de unos padres. Desde muy joven frecuentó locales de mala reputación y entró en contacto con la vida bohemia de un París que bullía entre la corrupción, la miseria y una cultura fruto de esos ambientes marginales.

     Sus amantes, la sífilis y la pasión por la escritura le llevaron a crear un mundo literario muy peculiar, alejado de la moralidad vigente. En Francia había partes de su obra que estuvieron prohibidas hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En 1857, diez años antes de su muerte, Las flores del mal fueron tachadas de inmorales y sucias. A su muerte, se recopilaron los poemas que dieron vida al Spleen de París que aún hoy siguen siendo el gran ejemplo de la poesía en prosa.


De errores, Vorticella y modernos prometeos

Te dejo una ilustrada reflexión de Eduard Cremades Martí sobre un presunto error de la autora de Frankenstein, Mary Shelley, que fue aprovechada humorísticamente por el guionista de El jovencito Frankenstein. "En las notas introductorias de la edición de 1831 de la novela Frankenstein, escrita por Mary Shelley, la autora se refiere a un pasaje de The Temple of Nature, escrito en 1802 por Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin. Shelley escribe erróneamente: "... Dr. Darwin who preserved a piece of Vermicelli in a glass case, till by some extraordinary means it began to move with voluntary motion..." ["...El Dr. Darwin, que conservó un pedazo de Vermicelli en una vitrina hasta que por algún medio extraordinario empezó a moverse por voluntad propia..."]. Mary Shelley confundió el microorganismo Vorticella con la pasta Vermicelli, que en italiano significa literalmente "pequeños gusanos", muy parecida a los spaguetti, aunque más fina.

En El Jovencito Frankenstein se hace referencia a este error cuando el Doctor, al ser preguntado por un estudiante por este hecho contesta: "¿está hablando del gusano o del spaguetti?"

Erasmus Darwin escribió sobre la capacidad del protozoo Vorticella para revivir en medio acuoso después de estar varios meses en total sequedad. Darwin abuelo, en el mismo texto, también habla de la capacidad de una pasta, formada por un mezcla de harina y agua, para revitalizar a las partículas muertas de organismos vivos en condiciones idóneas de humedad y temperatura. Es evidente que la escritora se basó en las concepciones de Darwin sobre la generación espontánea, de la cual era un ferviente seguidor, para escribir el moderno Prometeo. Su desconocimiento sobre la pasta hizo el resto".


EL CAMBIO CLIMÁTICO CREA MONSTRUOS


Juan A. Flores Romero

     En 1815 se produjo una serie de erupciones volcánicas de las cuales la mayor fue la del monte Tambora, en la actual Indonesia, un territorio bajo el mandato holandés "in illo tempore". Las consecuencias fueron la emisión de polvo, cenizas volcánicas y dióxido de azufre a la atmósfera. Concretamente aquella gigantesca nube de contaminación llegó a la estratosfera y afectó gravemente a nivel planetario. En el hemisferio norte, apenas crecieron las cosechas en 1816. La bajada de temperaturas unidas a extrañas nevadas a finales de la primavera y la presencia de fuertes escarchas en los campos de Europa a mediados de mayo hicieron que las fuentes de alimentación comenzaran a fallar. El resultado fue una gran hambruna que afectó desde Centroamérica, China pasando por toda Europa. El escenario se completó con un oscurecimiento del hemisferio norte y un frío desconocido hasta la fecha, que marcó la vida de millones de europeos. Las cenicientas, misteriosas o simplemente románticas pinturas de Turner pueden ser achacadas más la realidad física de aquella época que a la imaginación de un autor inmerso en las brumas de una Europa marcada por el Romanticismo y la industrialización.

     En aquel escenario lóbrego, Lord Byron invitó al poeta Percy B. Shelley y a su esposa, Mary Shelley, a pasar unas vacaciones en su villa de Suiza para disfrutar de un verano atípico y aprovechar las inclemencias del tiempo para crear historias de fantasmas y de terror tan recurrentes en aquella época en la que aún humeaban los rescoldos de las guerras napoleónicas. Fue allí, precisamente en medio de aquel verano oscuro, frío y aterrador donde surgió la genial idea de crear al monstruo más famoso de la historia de la literatura y del cine: Frankenstein.

     Aquel monstruo creado por el hombre no era sino un despojo, un desecho con apenas forma humana, hecho de retales, más que el fruto del ansiado sueño humano de crear vida a partir de la muerte. El ser que creó el doctor Víctor Frankenstein era la viva imagen de la soledad y el abandono, dos rasgos que llevan al ser humano a ser cruel y despiadado con sus semejantes. En una página de la genial obra se puede leer este párrafo de espeluznantes palabras; "Satanás tenía al menos compañeros, otros demonios que lo admiraban y animaban. Pero yo estoy solo y todos me desprecian". Ese era el sino de aquel moderno Prometeo surgido de la pluma de la que apenas si podía ser reconocida como la esposa de Percy B. Shelley pero que le arrebató su apellido para siempre.

     El propio Lord Byron hace referencia a aquel verano de 1816, atrapado en aquella maraña de sombras, en un poema escrito en la misma época y en el que cantaba a "un sol que se había apagado". El romanticismo había comenzado a bullir desde hacía varias décadas en todo el continente pero quizá no había alcanzado cimas tan tenebrosas como la que quedó inmortalizada para siempre en aquel verano suizo de 1816 envuelto en las cenizas de un exótico volcán. Mary Shelley pudo observar en aquel rincón alpino un universo distinto, alejado de la luz y del calor e inmerso en las tinieblas de una pequeña edad de hielo que se formó a partir de una catástrofe natural ocurrida a miles de kilómetros de distancia en un mundo tan alejado que no se conocía nada más que por los productos exóticos que lo adinerados burgueses podían adquirir en Europa: té, especias, sedas u opiáceos. 

La genial obra de Mary Shelley, escrita en el año sin verano, fue llevada al cine e incluso parodiada de forma genial sin perder un ápice de su mensaje.


Bosques de papel

Juan A. Flores Romero

     En cierta ocasión, leí que el papel lo inventaron los chinos. De eso hace mucho tiempo y otros escritos daban la razón a aquella vaga idea adquirida con la voracidad de un adolescente al que todo le sorprende y al que le falta gran dosis de espíritu crítico. Eso parecía; los chinos inventando el papel, aunque últimamente parece que todo cuanto se conoce ya fue ideado en Oriente. Europa, pues, quedaba a finales de la Edad Media no como la cuna de la civilización sino como un villorrio más a los pies de un gran charco llamado Mediterráneo. Verdad o mentira, lo cierto es que el papel nos trajo un soporte excepcional para distribuir el conocimiento y su aceptación entre el universo latino derivó en una experiencia cultural única llamada Renacimiento.

     Fueron los viajeros los que con el desarrollo de las ciudades, a partir del siglo XIII, comenzaron a importarlo desde China y otros paraísos que el común de los mortales solo podía imaginar. El mundo aún se recuperaba de las cruzadas y algunos hombres con ansia de riquezas se aventuraban hacia las rutas que llevaban al Oriente. ¿Quién no oyó hablar de Persia, de Samarcanda o de la exótica India? El papel llegó a Europa como una bendición sobre la cabeza de un proscrito. En buena hora. Las ideas se desarrollaban con rapidez y se hacía necesario un medio para plasmar y propagar ideas y conocimientos en una Baja Edad Media que se precipitaba hacia la invención de la imprenta. Pero esto no vino hasta finales del XV. El papel había supuesto todo un cambio en el paradigma de la plasmación de una cultura que seguía siendo patrimonio de monasterios y de un puñado de mecenas que supieron proteger los nuevos aires con su manto de poder político y económico.

     Los siglos, pues, nos trajeron este bendito invento, el papel, del que unos cuantos rehusamos desprendernos en medio de un universo de tabletas, e-books y otros sucedáneos con batería que no han podido arrebatar la existencia a ese tomo de papel y tinta, embriagado de aromas a nuevo, a añejo, a un amor olvidado, al carboncillo de un trazo que alguien hizo esperando leerlo de nuevo o de mostrar a alguien la sabiduría oculta en una inocente página de celulosa. ¿Quién recordará el olor de Machado, Benedetti, Kafka o Eduardo Mendoza atrapados en la pantalla de un e-book? Aún guardo los recuerdos de mi infancia y juventud en el olor de muchos libros, de esos que han formado parte de mi vida y que me siguen acompañando como perros fieles en el duro lecho de una balda de madera. Seres inertes, pero llenos de vida, testigos mudos de toda una existencia que no se entiende sin recuerdos.

     Por eso, aquellos que amamos los libros ansiamos encerrarnos en nuestro bosque de papel, con esos títulos que nos recuerdan un instante, una época, una meta conseguida, una decepción. El bosque siempre nos espera cuando queremos comenzar de nuevo, cuando necesitamos un nuevo empuje o simplemente cuando ansiamos disfrutar de un momento de placentera soledad en medio de un mundo que nos exige coleccionar cosas y momentos. Aquel que no ama la lectura no podrá entender cómo los más bellos monumentos están en la Biblioteca de Manuscritos y Libros Raros de la Universidad de Yale, o en la British Library, o en la Biblioteca Nacional de Québec, en Montréal , o en la Biblioteca Nacional de Madrid, ejemplos todos de magnas instituciones que velan por el sagrado objeto de celulosa. Pero el bosque más sagrado siempre está en ese rincón de la casa en el que hemos depositado parte de lo que somos. La majestuosidad de otros bosques -por admirables e interesantes que sean- nunca podrán compararse con esa pequeña isla a la que terminamos acudiendo para seguir siendo nosotros mismos, ese lugar rodeado del mar embravecido de la vida y que nos proporciona el combustible vital para seguir creciendo sin renunciar nunca a lo que un día fuimos.

Pensando en terminar esta autorreflexión -dedicada a aquellos que entiendan la lectura como una parte imprescindible de sus vidas- he tomado entre mis manos El Principito, de Antoine de Saint-Exupèry. He leído algunas líneas de su interior y he imaginado aquella rosa tan especial pero llena de espinas. Luego he decidido seguir mi rumbo. El bosque de papel, como el universo, es multidimensional y está lleno de lugares especiales. ¡Hay libros que nos resultan tan alejados y que, a la vez, están al alcance de nuestra mano! Solo hay que atreverse a explorar entre el olor de sus hojas.


ECOS DE TOLEDO


Juan A. Flores Romero

     Siempre he pensado que Toledo es una ciudad mágica, que se transforma a cada momento, aunque mantiene la misma esencia. Posiblemente sea la ciudad que más conserva su aspecto tradicional, pero siempre hay algo que la envuelve y que va dotándola de un tono distinto, de un olor cambiante, de un repertorio de sonidos muy alejados de la monotonía de nuestros espacios habituales. Toledo es diferente de día y de noche. Las estrechas callejuelas -reclamo turístico de millones de visitantes que dejan el polvo de sus zapatos todos los años- ofrecen una postal que pocas veces coincide con la de otro momento en que hayamos visitado esa ciudad. A mí me pasa; tal vez porque hay lugares en los que uno deja de ser uno mismo o tal vez porque encuentra de una manera mística las raíces de lo que es. Toletum fue erigida muchas veces sobre el mismo suelo, Toletum proyectó mil y una sombras porque tuvo mil y un aspectos distintos. Hay un Toledo romano, musulmán, judío y cristiano; un eco permanente de todas estas culturas que, reunidas, nos hacen ser lo que somos. Esta ciudad recoge, como pocas, la esencia de esta tierra que pisamos, que en ocasiones denigramos, de la que renegamos, en la que nos apasionamos,... Toledo acoge, acariciada por la música lenta del Tajo, la esencia de todas las culturas que la han poblado. Ciudad herida por inesperadas despedidas, por cruentas guerras, por siglos de humo negro y oraciones secretas. Ciudad encontrada por músicas renovadas, por abrazos de hermanos separados, por la esperanza de seguir siendo el icono de un continuo escaparate de la convivencia. Toledo de las tres culturas que devuelve la llave a su cerradura bajo la atenta mirada del Tajo, testigo privilegiado de una historia que aún recorre las polvorientas cuestas, llevándose a sus aguas credos visigodos, ecos de almuédano, el kadish de los hebreos y los responsos vespertinos de los cristianos viejos.


Ana Alcaide ha conseguido que su música sea la banda sonora de la ciudad de Toledo.

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