Crossing girl
"Toda muerte es única"
Paul Auster, El palacio de la luna
CROSSING GIRL
Juan A. Flores Romero
No sé cómo empezar. En realidad, solo sé que no sé nada. Pero eso ya es mucho. Uno toma conciencia de lo que ha aprendido a través de la escuela, de los libros, de los discos, de los cómics o del cine mientras se desplaza por el espacio guiado por una bola de luz y calor. También uno toma conciencia de lo vasto y rico que es el mundo cuando se viaja a una velocidad supersónica. Leer y viajar eran las claves vitales de Miguel de Cervantes, pero él murió en una buhardilla abandonado por todo y por todos ¡Qué final más triste! ¡Qué desolación!. Pero, ¿realmente solo importa el final? Solemos entender la vida como una sucesión de metas, pero la experiencia de vivir es algo más. Ni siquiera una gran meta. Muchos trabajadores sueñan con una idílica jubilación. Mi padre llegó a duras penas a ese momento y sobrevivió tan solo unos meses a lo que podría ser el descanso del guerrero. La muerte lo arrebató de este mundo a los 66 años. Pero no voy a hablar de muertos ni de jubilaciones; tal vez sí lo haga de la vida porque es el único fenómeno natural que nos condiciona todo.
¿Alguna vez soñaste con que no despertarías jamás? ¿Acaso la vida no es la línea fugaz de un libro que se olvida una vez leída? En ocasiones, algunas líneas perduran y entonces se funden en ese círculo invisible de la inmortalidad. Yo no vengo a hablar demasiado de esas líneas inmortales porque, en realidad, pocos llegan a tocar esa esfera invisible. "Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir", sentenció aquel guerrero de Paredes de Navas. En mi situación prefiero hablar de vidas corrientes, de esas que alzan el vuelo con cada pequeña ilusión o caen abatidas por el plomo inmisericorde de los miedos que todos llevamos dentro.
Desde pequeños solemos ser receptivos a los millones de estímulos que recibimos del mundo. Un balonazo o un "aparta, gordo" puede hacer que un individuo salga del jardín de juegos y se dedique a contemplar obras de arte en las frías hojas de un libro. Cuando has tomado ese camino te has convertido en un ser solitario y taciturno. Claro que tiene su gracia. Mientras algunos chavales jugaban a ver quién meaba o escupía más lejos, otros nos dedicábamos a husmear, a veces sin éxito, en una desvencijada biblioteca de pueblo. Pero es así como cada cual elige su propio camino. ¿Realmente el agua elige la dirección que toma en plena riada? Quizá la elección de los libros tampoco es exactamente una decisión tomada en libertad. ¿O sí? Eso nunca lo sabremos, pues parte de la humanidad piensa que las cosas ocurren por algo y que la dirección de los acontecimientos no es fortuita.
¿Lo fue el Big Bang? ¿Fue este el producto del caos? ¿Obedece todo a una orden establecida? Me temo que la mente humana no puede dar respuesta a esos arcanos de la vida. Tal vez tengamos tecnología más avanzada y sistemas políticos alternativos a los tradicionales, sin embargo nunca controlaremos la caprichosa dama llamada naturaleza" o "destino", porque ambos están umbilicalmente unidos.
Retomemos el quid de la cuestión más allá de consideraciones galácticas. Si aún desconocemos los misterios del Área 51 en el desierto de Nevada, ¿Cuánto más el poder oculto de la naturaleza? ¿Y qué somos nosotros sino una ínfima parte de todo lo que existe? Conformémonos, pues, con vivir según nuestras propias leyes y preferencias.
En este instante escucho Havayah, una canción de Nava Tehila, un grupo musical israelí que quizá pocos conocen. Es algo que no me importa. la trascendencia de esa música fluye dentro de mí; no necesito más cerebros conectados para provocar una simbiosis espiritual que haga de esta pieza musical una parte imprescindible de la melodía de las esferas. Esa música me aporta una dosis de paz espiritual que no lo consigue otro tipo de melodías
Ahora solo pienso en el día que me toca vivir; no hay nada más allá que una punzada en el pecho, un nudo en la garganta que te hace huir a tu refugio seguro. No hay nada que me interese en la calle, fuera de las paredes que me ofrecen cobijo y el bálsamo adecuado para cada momento. Estos días estoy conociendo un poco mejor a los artistas vanguardistas. La luz, las texturas, las líneas, la incomprensión de muchos hacia otros muchos. Sí, fue la vida de Paul Klee, quien concibió el arte como la búsqueda perpetua de la luz y de la forma, y que cree en ese espacio reservado para que el observador pueda interpretar aquello que observa como un escritor ofrece a su lector la posibilidad de interpretar la mueca de un personaje, un silencio o el final de la obra. Yo creo en los finales abiertos, en los cuadros inacabados, en las manos fatigadas que se afanan en sacar fuerzas para contar, para expresar, para plasmar aquello que el cerebro necesita expulsar de su reino.
¡Cuántas vidas podrían vivirse en un solo día o en una noche! ¡Cuántos años pasamos en medio del ruido y de una velocidad que solo nos lleva a darnos de bruces con nosotros mismos! ¿Qué es la existencia sin un cúmulo de idas y venidas en las que no somos capaces de distinguir las miradas de las personas. Tal vez por ello la vida se convierte en una sensación extraña, en un maremagnum de horarios, de fechas, de celebraciones, de logros, de fracasos y de finales abruptos de caminos. Muchos seres queridos nos han abandonado mientras nos hallábamos atrapados en esa vorágine vital.
Siempre he sentido fascinación por los días nublados, como esos que retrata Woody Allen en sus películas. La lluvia saca nuestro verdadero yo, ese sentimiento oculto dentro de nosotros mismos y que nos hace reencontrarnos con un recuerdo, con nuestro pasado, con nuestro dolor y con nuestros miedos.
La lluvia nos recuerda que somos humanos, seres frágiles con vidas admirables por unos y detestadas por otros. El agua purifica nuestro paisaje interior, esa gruta que oculta aquello que no queremos mostrar a la sociedad. El cristal de la ventana llora aquello que nuestra alma no es capaz de expulsar por medo a ser relegados a una categoría inferior de humano cuerdo. Por cierto, ¿es más cuerdo el que cree en la paz mundial que el que sospecha la existencia de alienígenas en el Área 51? Los convencionalismos nos han mostrado que no todas las creencias son igual de serias y respetables. Socialmente, nos intentan convencer de que existe una salida para el cambio climático mientras las principales industrias del mundo siguen contaminando.
Me encanta pasear por la mañana. La luz aún no ha hecho su aparición. La oscuridad del cielo se ve molestada por las luces de neón del alumbrado urbano. Paso a paso. Y la herida va doliendo. Me sangran los dedos de los pies, quizá por el tipo de calzado o porque nunca he tenido por costumbre andar. Poco a poco, la calle se viste de reflejos, de tenues siluetas, de furtivos reflejos en las hojas de los árboles. Una gata blanca cruza la calle; se parece mucho a aquella que perdí hace años. Quizá se sentía sola y por eso decidió irse.
Los pasos no paran. Dejo atrás un largo muro con casi una treintena de graffitis. La vía del tren discurre paralela a ese muro. En la lejanía, un joven de unos veinte años pasea una rehala de perros. El túnel se divisa a lo lejos; qué elocuente metáfora. La vida es agradable cuando paseas por un sendero sembrado de árboles aunque te sangren los pies. Cuando vislumbras el interior del túnel, una sensación de oscuridad te invade aun cuando en el fondo siempre aparece un resquicio de moribunda luminosidad. Sales del túnel y contemplas nuevamente un edificio de oficinas. Las siluetas de los árboles invaden el paisaje pictórico de los ventanales. También se observa una triste farola. Una sombra parece desplazarse al otro lado de la ventana. Es temprano, pero es el momento de volver al túnel y contemplar nuevamente la luz al final de un largo tramo de oscuridad.
Para llegar a la verdadera curación es necesario bajar a los infiernos. No hay salvación que se resuelva con lágrimas. El vaso se vacía y se vuelve a llenar, una y otra vez. Por eso, para comenzar un nuevo día no hay más opción que buscar en lo más profundo de nosotros mismos, intentando hallar nuevamente el sentido de aquello por lo que vivimos. Es posible volver a nacer sin caer en la trampa del hombre absurdo del que hablaba Albert Camus en su mito de Sísifo.
Acabo de releer Wilt y Las tribulaciones de Wilt, de Tom Sharpe. Una vida de lo más anodina pero que, en medio de esa resignación, intenta dar sentido a su existencia. Es gracioso notar aquello que puede hacer un hombre por mantenerse vivo, por inventar su propia historia, por dar cumplimiento a un universo de deseos que, por imposibles, se ven toda vez incumplidos. Wilt es el tipo de hombre que se enfrenta a su realidad siendo consciente de que hay aspectos de la vida que no puede controlar ni mucho menos cambiar. Tras largos cursos intentando que sus alumnos tomen amor por la lectura con "El señor de las moscas", Wilt asume finalmente que es tarea vana. Hay cosas que escapan a nuestra voluntad y, es más, hay cosas que deben seguir otro sendero muy distinto al de nuestra voluntad.
Había escrito muy poco desde aquel episodio depresivo que me llevó a confinarme entre cuatro paredes de una casa con la que estaba bastante familiarizado. Los libros abarrotaban los anaqueles de madera de pino barnizado en tonos claros. Nunca me gustó demasiado aquel diseño, pero ya era tarde para cambiarlo. Había demasiados libros y solo la idea de buscarles otro lecho me daba una pereza increíble. En casa había reunido todo aquello que quería tener, un poco de comida, lectura en abundancia y el acceso a las redes sociales, fundamentales para desarrollar mi labor de autoproselitismo. Facebook y Twitter permanecían alertas a mis nuevas publicaciones, aquellas que me habían dejado muchas noches en vela. Relatos fantasmagóricos, juegos de palabras que iban tomando la forma de un artículo medianamente estructurado. Me sentía un buen escritor; al menos, tenía eso que algunos denominan madera literaria, con ganas de comunicar al mundo todo aquello que rondaba por mi cabeza.
Aquella mañana no fue demasiado agradable. Un fuerte viento del noroeste azotaba la gran avenida que conducía a mi puesto de trabajo. La pasada noche tampoco había logrado conciliar el sueño y eso se refleja notablemente en mi rostro. Otra jornada más rindiendo por debajo de mis posibilidades como ya anunciara el hierático jefe sentado al otro lado de la mesa o, más bien, en el lado correcto de la misma, ya que la vida cambia mucho dependiendo del lado desde la que se vea. Uno puede tomar la posición de juez o de reo; y en aquella mesa era importante la posición que tuviera cada uno. Solo que, en esta ocasión, a aquel jefe tan hierático le acompañaba un asustado subalterno que jamás se planteaba discutirle ni una sola coma. peligraba el plato de lentejas y la integridad no está pensada para algunos individuos. El discurso era más que esperado.
- Dado que estás rindiendo por debajo de tus posibilidades -entonó el ritmo de discurso aquel jefe tan peculiar- me veo en la obligación de comunicarte que debemos prescindir de tus servicios, al menos de forma temporal. Es sabido -continuó- que tu ritmo de entrevistas y asistencia a clase se ha desplomado estrepitosamente en los últimos tiempos. Comprendo que hace poco más de un año cursaras una baja debido a un problema personal que nunca nos quedó claro, pero ahora no puedo seguir tolerando que un orientador de tu talla se permita continuar con un volumen de trabajo que en este centro deja mucho que desear.
El subalterno solo asentía al discurso de aquel personaje tan serio. De vez en cuando, su mirada reflejaba un deseo irrefrenable de salir de aquella pequeña sala, pero tan solo se limitó a suscribir con mudas palabras el mensaje tan firme de su superior.
- ¿Quiere decir esto que estoy despedido?
- Tómatelo así. Yo diría que es necesario que ceses tus responsabilidades por un tiempo para poder meditar sobre tu verdadera vocación. Entiendo -prosiguió- que estás atravesando por una época complicada. Hace poco más de dos años tu mujer se separó de ti. Debe ser duro vivir solo sin tus hijos a los que tanto adoras.
Aquellas palabras no estaban exentas de un sabor ácido que iba resbalando como el zumo de un limón por aquel sancta santorum decorado con bastante mal gusto; un paisaje holandés, un calendario publicitario y un armario repleto de trofeos, a muchos de los cuales se les había caído la pequeña chapa en la que se recogía el año y el motivo de tal galardón. El resto lo conformaba un pack bastante ordinario de material de oficina, sillas a las que le faltaba alguna mano de barniz y un conjunto de cajas que permanecían apiladas junto a la pared desde hacía años.
- Tendré que hablar con mi sindicato -me atreví a replicarle, esta vez con bastante suavidad, como si el hecho de perder un empleo en mitad de una crisis económica no me importara lo más mínimo-.
- Entiendo que estás sindicado -miró al subalterno que permanecía mudo y que tan solo alcanzó a hacer una mueca de extrañeza o incredulidad.
- Así es. Creo que es importante estarlo y, aún más, después de años de absurdos recortes en la empresa. Su jefe de limpieza también lo está desde hace años. ¿Le extraña quizá?
- Está muy mal informado por lo que veo, y además eso no es asunto suyo. Tengo que advertirte que de seguir así tendrás que abandonar mi despacho no sin antes firmar el despido.
- Yo no firmo nada si no es en presencia de mi abogado.
- Hummm, ahora veo que tu intención es amenazarme con el jodido sindicato.
- Claro, claro,... Es normal que para ti cualquiera que te debate una sola coma es un jodido...
- Y supongo que nos llevará a juicio por despido improcedente.
- Jamás pensé que usted fuera tan estúpido como para pensar lo contrario. Está acabando con diez años de servicio a este centro en momentos en los que habría que sacar las uñas para mantener a flote este proyecto. He dado lo mejor de mi vida para que este centro siempre estuviera en la cima y para que muchas de las iniciativas vieran la luz.
- Está usted en la línea del narcisista que ama su sombra y lo que representa por encima de todo.
- No es narcisismo, es una realidad constatable.
- Y supongo que ahora arrojará basura sobre nosotros en sus redes sociales como todos los mediocres a los que me he cargado anteriormente. Bueno, tal vez solo sean unas semanas de bla, bla, bla,... y luego a dormir el sueño de los justos. ¿O pretende tener una legión de seguidores que van a olvidar de quién dependen sus frigoríficos?
Reconozco que aquello fue un golpe bajo.
Tras unos interminables minutos salí del despacho no sin antes percatarme de aquel festín de mal gusto que adornaba las paredes de un despacho que decía mucho de las rancias maneras de su morador. Cerré la puerta y me dispuse a salir al pasillo. Algunos alumnos me saludaron al paso. Era un día cualquiera para cada uno de ellos. Para mí era el fin de una década de servicio. Tal vez, cuando saliera por la puerta nunca volvería a pisar aquellas galerías atestadas de niños, perdidas en un ruido incesante, en un ajetreo que decía mucho de las premisas en las que se sustenta la educación: la disciplina, los horarios, las idas y venidas,... Aún no sé dónde quedó aquel gusto por aprender, la clase pausada, la disertación al margen de los estrechos límites de los libros de textos, más pensado para enriquecer a las editoriales que para fomentar un efectivo gusto por el aprendizaje. Hay que enseñar emocionando. Nunca creí en eso. Sí en la motivación, pero la idea de aprender siempre me pareció un acto mucho más racional que emotivo. La pasión siempre nos llevó por caminos peligrosos; y las mentes pulcras de la infancia son fácilmente maleables a través de las emociones.
No fui consciente de que mis pasos me llevaron a la amplia avenida por la que hacía un momento había transitado con paso firme para enfrentarme a una posible reprimenda por parte de un jefe sin escrúpulos. El resultado fue un despido. Ahora me encontraba con una prestación por desempleo y una indemnización que apenas me darían para sobrevivir unos meses; tal vez unos años, si hacía vida de eremita. Pero mi primer instinto fue acercarme al bar habitual para pedir el que quizá sería mi último café con un delicioso trozo de tortilla de patatas, un manjar por el que merecía la pena pagar un poquito más.
Apuré el café de un par de sorbos y me decidí a devorar aquel pedazo de manjar de dioses. MI garganta entró rápidamente en calor. Pagué religiosamente a la amable camarera. Puse el importe justo sobre la barra y me dispuse a salir, como si aquel pedazo de mundo formara parte de mi puesto de trabajo. Buscaba abrirme a otros horizontes, por eso decidí pasear. El cielo estaba teñido de gris. Varios plumones tapizaban un cielo azul que se descubría tímidamente. Era una visión rara del firmamento, quizá porque un día cualquiera no le huera prestado atención.
Pasadas las once de a mañana llegué a las puertas de la biblioteca municipal. Era increíble que hubiese allí merodeando un puñado de adolescentes que no hacían sino emitir gritos y dar giros inesperados con sus bicicletas. Los marginados del sistema educativo hecho a medida de una sociedad a la que le molestan los niños. Padres despreocupados y escuelas pasivas ante un alumnado al que no se le sabe dar respuesta. El resultado es aquella estampa callejera, un puñado de jóvenes en la calle mientras alguna patrulla que pasaba por allí hacía caso omiso a tan pintoresca escena. Me dispuse a entrar en el edificio y subir las escaleras para acceder a la sala de Historia, donde me esperaban un puñado de libros de esos que siempre quise leer y que no hice por falta de tiempo. Aquella era una sensación extraña. Ante mis ojos, varias estanterías repletas de libros devueltos y una pareja de universitarios intentando sacar un buen puñado de libros en una máquina que parecía no responder a sus demandas. Dejé atrás aquel hall y me dispuse acceder a mi sala favorita. Quizá habría demasiada gente y solo me limitaría a sacar un par de libros, a lo sumo tres, y volver a mi casa. Pero no era mi propósito. Posiblemente en mi casa podría llegar a hundirme del todo. Hacía dos años había perdido a una esposa y a unos hijos que ya comenzaban a odiarme. No tenía nada en el mundo, solamente aquel apartamento alquilado, con una habitación, un pequeño despacho y una sala de estar en la que contadas ocasiones recibía alguna visita. Era todo. Nada más y nada menos. Por eso la idea de volver solo a casa no resultaba tentadora. Tal vez si alguien me esperase sería totalmente distinto. Los libros de historia y de novela histórica se abrían paso ante mi vista. También la esquina reservada a las biografía a a los grandes momentos de la historia del siglo XX. Curioseé en un par de baldas y extraje algún libro que tuve varios minutos entre mis manos. Era un poco pesado permanecer de pie y no saber por dónde empezar. Por eso diseñé la estrategia de ir puliéndome los mejores títulos de cada estantería. Y decidí coger tres o cuatro volúmenes y buscar una mesa pasa sentarme e iniciar el ritual de destripar aquellas maravillas bibliográficas que me estaban esperando en aquellas estanterías desde hacía tanto tiempo.
Una vez sentado pude comenzar la lectura. me percaté de que no había traído nada para anotar como era mi costumbre, pero no importaba en absoluto. Tendría muchos más días para volver e iniciar el verdadero ritual. En casa tenía por costumbre subrayar. Un libro es un objeto muy personal. A mí siempre me había encantado hacerlo mío, curiosear entre sus páginas, olerlo, manosearlo y finalmente subrayar aquellas ideas o expresiones que me llamaban la atención. Pensé que si un día los tuviese que vender nadie me los compraría, pero eso cada vez me importaba menos. En casa tenía varios miles de libros y muchos de ellos estaban plagados de pequeñas anotaciones y subrayados. Era lo único con lo que contaba en esta vida, de esos objetos que te acompañan hasta tu lecho de muerte. Recordé por un instante aquel episodio en mitad de una pandemia en la que desarrollé una neumonía. Visualicé por un instante dónde estaba cada uno de mis libros como si temiera perderlos para siempre o como si pensara que cada un de ellos terminarían en un orfanato. La mañana iba resultando agradable y la idea de volver a casa no me convencía ni un ápice. Por eso, pasada la una de la tarde decidí bajar a un pequeño restaurante y pedir un sándwich y una cerveza con la idea de seguir en aquel templo del saber toda la tarde. Eso hice y luego me tomé un café que apuré, como de costumbre, de un par de sorbos. Nada más levantarme, y secándome la boca, me topé de frente con una joven que parecía venir hacia mi mesa. Pude frenar un impetuoso encontronazo asiendo sus brazos con mis manos. No alcancé a ver sus ojos pues iba muy tapado con un tupido flequillo rojizo. Un beso en la mejilla hizo el resto.
- ¿Qué tal, Adán? ¿No me recuerdas?
- Perdone, pensaba que ibas un tanto despistada y te ibas a dar de bruces conmigo.
- Soy Catalina, Cathy. Disfruté mucho con tus clases de Historia. Y, ya de paso, me lo pasé genial.
- Eso es bueno; disfrutar y pasarlo genial. Algunos no entienden que puede ser perfectamente compatible. Nunca me gustó el academicismo y esa sensación de que la Historia es un montón de datos inconexos y aburridos.
- No hace falta que me des aquí la chapa -agregó-. Es broma, siempre me encantó tu talante abierto. ¿Y qué ha sido de ti? ¿Trabajas en el mismo instituto?
- Sí, bueno,... Luego estudié psicología y opté a la plaza de orientador. Fue una pena dejar las clases de Historia con las que disfrutaba tanto. Luego solo me llegaban problemas y me convertí en un gris profesor más dedicado a escribir documentos que a enseñar. Tal vez hice mal en cambiar de aires; a veces viene bien, otras, no tanto.
- No te imagino en un despacho rellenando impresos. Tu eres más de batallar con los alumnos en el aula. Se te notaba cómo disfrutabas en cada una de tus clases y cómo eras capaz de adaptarte a los distintos grupos. Pocos hablaban mal de ti.
- Siempre hay alguien al que uno no le gusta.
- ¿Y qué, sigues allí?
- Sí, se podría decir. aunque hoy me he tomado el día libre. Tenía que sacar una información de algunos libros para un estudio de...
- Historia, claro. Aquí se ven pocos libros de psicología.
- Uno vuelve a sus raíces. La vida es un sendero plagado de momentos en los que hay que tomar decisiones, unas veces acertadas y otras no. Pero, ante todo, hay que apechugar con lo hecho. Se llama tomar decisiones.
- Sí, eso que no hacíamos entonces, pero que la vida te obliga a...
- Efectivamente, las decisiones marcan nuestro destino.
- Me encanta oírte hablar así. Pero... bueno... ¿realmente me recuerdas?
- Podría decirte que no, que vagamente. Muchos alumnos me han reconocido y yo, en cambio... ¡Qué mal profesor!
- No te preocupes, a esas edades se cambia mucho. Y cada año tendrás varios cientos de alumnos. Seguro que es imposible acordarse de todos.
- Sí, a veces retienes caras, nombres, apellidos, lugares de procedencia,... Siempre dejas huellas en personas, eso es importante. Y ellos en ti, aunque no recuerdes el nombre.
- Pero, ¿de mí sí te acordabas? -dijo Cathy con cierto aire de vanidad.
- Perfectamente. No se me olvidan aquellos momentos en los que lo pasaste tan mal...
- Y tanto me ayudaste.
- Por eso nunca te he olvidado. Pensé que merecía la pena echar una mano a una persona perdida. Uno a veces no es consciente de su verdadero valor hasta que otro lo descubre, te lo muestra. Eso sí, en ocasiones ese valor queda perdido por un tiempo y no se reconoce.
- ¿Y si te digo que me decidí a estudiar psicología por ti?
- ¿En serio? Estás loco.
- Sí, quizá un poco. Pero fue entonces cuando decidí que era una manera de ayudarme y de ayudar a los demás. Merece la pena poder echar una mano y rescatar de las garras de la destrucción a una persona perfectamente válida.
- Bueno, a raíz de aquello seguí teniendo problemas. Pero, por primera vez en la vida, tuve la sensación de lo que es ser feliz. Conocí a un chico con el que estuve tres años. Luego vinieron problemas y cada uno tiró para un lado. Pero así es la vida. Lo que nunca perdí fue la pasión por leer. recuerdo que, en ocasiones, nos mencionabas en clase algunos autores como Céline o Rimbaud y decías que la literatura francesa estaba muy por encima de las demás, y eso que solo leías las traducciones.
- Sí, efectivamente. Acabo de releer a Patrick Modiano y a J.M.G. Le Clézio. Maravillosos. Una forma de narrar y de contar que he visto en pocos autores. La palabra más certera y un espíritu en la letra que es capaz de dar vida a las imágenes, a las descripciones a la misma trama narrativa. Ya sabes que siempre disfruté con la literatura como complemento de la historia... La literatura nos hace más libres, y nos hace conectar con la vida y, por ende, con la historia misma.
- Me alegra tanto hablar contigo. Es como si en unos minutos hubiera vuelto ocho años atrás. Realmente asombroso.
- Es el poder de la conexión. A mí también me apetecía encontrarme contigo alguna vez. Nunca imaginé que fuera hoy precisamente. He tenido un día bastante duro.
- Y eso que te has tomado el día libre.
- Sí, se podría decir.
Cathy me acompañó a mi mesa y me pidió si podía sentarse allí. Estaba terminantemente prohibido hablar. Había pocas cosas que me incomodaran más que ser disruptivo en una biblioteca. Por eso llegamos a un acuerdo de que cada uno intentaría prestar atención a sus asuntos. Mientras subíamos la escalera, Cathy me manifestó su deseo de que pasáramos la tarde juntos, que la conversación le había resultado muy agradable y que sería maravilloso volver a coincidir en aquel espacio tan especial. La tarde transcurrió entre libros y algunas miradas furtivas como queriendo escudriñar parte de la vida que desconocíamos uno del otro. La noche se echó encima. Era invierno y había que procurar salir sobre las seis y media antes de que se echara encima el frío.
- Cathy, debo irme a casa.
- Oh, sí. Seguro que tu esposa y tus hijos te están esperando. Me acuerdo de tu hijo mayor y de lo aplicado que era en la escuela.
- Sí, era un chico trabajador. Ahora debo marcharme.
- No quiero incomodarte, pero me ha hecho mucha ilusión poder verte. Estás igual que antes. ¿Quieres darme tu teléfono? Si no, no pasa nada. Lo entiendo. Solo quería mantener algún contacto contigo, no quiero perder a las personas que me han dejado huella.
- No, no importa, en absoluto -a mí también me picaba la curiosidad. Solo es que hay una sensación extraña. Cuando uno ha sido profesor, tiene la sensación de que los niños nunca han dejado de ser niños-.
Las sombra de la tarde iban devorando los edificios. Imaginé por un instante cómo se sentiría un escritor de fama. Tal vez eso no fuese conmigo. A mí solo me gustaba escribir, narrar situaciones, intercalar historia es una novela anodina. Había leído demasiados relatos, Kafka, Singer, Hemingway, Miller o Carver. Nunca estaría a la altura de ellos, pero el ordenador me pedía hacer ejercicio de dedos. En eso pensaba cada vez que me volvía a encontrar conmigo mismo.
Me fui con el convencimiento de que no volvería a ver más a Cathy, quizá porque no volvería a pisar la biblioteca. Tenía que regresar a casa y eso podía suponer comenzar un enclaustramiento del que quizá no saliera. Los fantasmas de un pasado reciente estaban muy presentes. la depresión, la pérdida de horizonte, el desconsuelo,... eran sustantivos que iban engordando en mi conciencia. Las calles se abrían ante mí en medio de una noche adelantada. Las siete de la tarde, y las cafeterías permanecían atestadas de gente. Ya pasó el recuerdo de la pandemia cuando apenas un puñado de incautos podían tomarse un café a sabiendas de que estaban cometiendo poco menos que un delito. La tenue luz de las farolas me acompañaron a mi apartamento. Un par de jóvenes atravesaron una calleja gritando palabras ininteligibles. Esta es la generación que estamos formando, pensé. O quizá todos fuimos así algún día y no lo recordamos. La mente es muy selectiva y en algún momento de nuestra vida fuimos incautos, inconscientes y algo alocados. Es lo que trae la adolescencia, un momento maravilloso que algunos pretenden ver como un oscuro túnel en la vida de una persona. Realmente la vida adulta está sobrevalorada. Responsabilidades, competitividad, aburguesamiento,... Llamémoslo "x".
Abrí la puerta del apartamento. Olvidé apagar una luz que permaneció encendida durante todo el día. Dejé mi abrigo sobre el pequeño sofá de la sala de estar y me dispuse a observar una pequeña estantería con los pocos libros que había logrado rescatar de mi anterior vida. El resto permanecía en casa de mi exmujer y posiblemente algunos podrían haber terminado tirados en la basura. Es una pena. Los libros forman parte de nuestra vida, tienen una memoria en forma de letras, de papel, de olor, de tacto,... Cualquiera de los volúmenes adquiridos en nuestra existencia contiene una memoria que es fácil de revivir cuando nos sentamos frente a ellos. Los libros son como niños, cogidos en nuestras manos parecen carne de nuestra carne, su olor nos parece el más maravilloso del mundo y su tacto nos recuerda la suave piel de un bebé recién nacido.
En mi mente aún pululaba el recuerdo de Cathy, aquella chica a la que un día pude haber ayudado. Al menos, así lo sentía ella. Por un instante, sentí un deseo irrefrenable de volver a verla. Ya debía rondar los veinticinco o veintiséis años, pero aún me parecía aquella adolescente inmersa en una profunda tristeza fruto de sus relaciones y de los problemas propios de su edad. Un reguero de sangre en su brazo y una cuchilla de afeitar; tal vez, la hoja de un sacapuntas que había desarmado para poder hacerse daño. En la mente de un adulto eso da una profunda tristeza y más cuando se trata de una niña con mucho que demostrar pero que la vida quizá le viene demasiado grande. Por todo aquello decidí estudiar psicología y abandonar por un tiempo mis clases de historia. Al principio pude compaginarlo con la docencia, pero en los últimos años pedí una excedencia. Tenía algo de dinero ahorrado y tenía el convencimiento de que lo que estaba haciendo dotaba a mi vida de un sentido distinto. Quizá ahí comenzó a cambiar todo. Desde la óptica de a psicología comencé a ver la vida de un modo distinto, empecé a tomar distancia con determinadas personas y pude comprobar que no estaba hecho para el matrimonio y que necesitaba un poco de libertad. Sobre el duro colchón afloraron sentimientos e imágenes de aquella época en la que decidí cambiar a Gabriel Jackson por Sigmund Freud.
Mis reflexiones y pensamientos me llevaron a un sueño profundo en el que aparecían personas de otra época, un coche que me robaban y hasta una visita al Moulin Rouge, abortada por el sonido del despertador. Tenía por costumbre ponerlo aunque no tuviera nada que hacer. Era como si el día me reclamara a una hora concreta. Tal vez podría aprovechar para tomar una ducha o enfrascarme en un poco de lectura. Seguro que me vendría bien. No me cabía duda. Algunos libros de segunda mano me esperaban para ser devorados Libros que habían sido acariciados por otras manos, que habían vivido otras historias, y que ahora formaban parte de mi vida. No es que tuviera especial predilección por estos libros, es que sencillamente costaban más baratos. Pero un día les cogí cariño, porque el libro usado tiene un latir distinto, un olor peculiar y una vida que a veces parece manifestarse a lo largo de su lectura.
No dejé de pensar en Cathy. Por eso me aventuré a tomar un café y meter en la mochila un sándwich y una botella de agua. No andaba muy sobrado de dinero, sobre todo después de que cada mes tuviera que pagar al casero y pasar la manutención a mis hijos. Un poco de comida, algo de lectura y un paseo al aire libre. Qué más podía pedir a la vida. Estaba convencido de que se podía sobrevivir con muy poco y que no por ello se era menos feliz. Hay demasiadas cosas rodeándonos, un exceso de preocupaciones que no nos llevan sino a perder nuestro valioso tiempo, ese que uno echa de menos cuando está en una cama presa de una fastidiosa neumonía fruto de un virus desconocido. Maldita pandemia. Aquello me dejó secuelas, sobre todo en la concentración y en que me solía padecer un agotamiento súbito. Eran momentos que aún estaban muy recientes y que pude vivir apenas después de haber superado una depresión que me llevó a reestructurar mi vida, un momento que viví solo, alejado de mi familia, entre las paredes de un pequeño apartamento, pero que finalmente me dio pautas para comprender mejor esto que llamamos vida. Sí, se podía vivir con muy poco, con aquello que te hace crecer; y no hay nada más importante que conservar la vida mientras todo se derrumba bajo nuestros pies.
Las mismas calles, las mismas farolas. Ahora permanecían apagadas. Las cafeterías estaban repletas de gente y un olor a café recién hecho me hizo entrar en una de ellas. Sobre la barra, un periódico del día. El ruido de la cafetera y las voces de los camareros era todo cuanto podía recordarnos a la civilización que tanto añorábamos cuando apenas podíamos salir de casa. Un café con leche y un bollo suizo. Era todo lo que se podía pedir a esa hora de la mañana. Una sensación extraña. Esa mañana debía estar trabajando pero me daba la sensación de que hacía mucho tiempo que no lo hacía. Aún no había ido al centro a recoger mis cosas y, desde luego, la abogada del sindicato no había hecho acto de presencia. Imaginé que ante un caso flagrante de abuso laboral se personaría a los pocos minutos como los servicios de emergencia. En cambio, me comentó que estaba pendiente de un caso y que le llevaría de dos a tres días personarse en el centro para hablar de mi situación. Tal vez estuviera todo perdido. Quizá lo deseaba en el fondo de mi ser. Es posible que yo mismo no quisiera volver y que durante un par de años pudiese vivir de la prestación por desempleo. De todos modos, me quedaría una indemnización que, en el peor de los casos, sería de unos miles de euros; eso seguro que, administrándolo bien, me daría para vivir una buena temporada. Y quizá, mientras tanto, me podría surgir algún empleo. Nos aferramos demasiado a nuestras posesiones, nos pegamos a nuestra zona de confort y por ello pocas veces nos atrevemos a enfrentarnos a la vida, a sentirnos libres, a expresar nuestras ideas, a plantar cara a injusticias que asumimos por comodidad, por interés o por miedo.
Tras tomar el café tomé rumbo a la biblioteca como un barco que sale de un puerto buscando su destino y siendo consciente de los peligros que puede encontrar. El parque se mostraba en todo su esplendor en medio del invierno o, al menos, eso me parecía. Unos días atrás habían caído algunos copos. Temperaturas bajo cero. Un frío de narices. Pero ahora había vuelto el color al parque después de tantos días grises. La mañana dejaba ver el tono de las hojas de aquellos árboles que no las habían perdido por efecto del otoño. Varios viandantes me adelantaban. Posiblemente tenían prisa. El trabajo, eso que a mí ya me parecía algo del pasado. Ahora necesitaba un poco de sosiego. Quizá comenzar un periodo distinto, fuera de la rutina de los horarios. En definitiva, quería hacer un poco lo que me apeteciera. En la vida son necesarios estos momentos. Por eso pensé en Cathy y decidí poner rumbo a la biblioteca.
- Sabía que vendrías. ¿Te has tomado otro día libre? -dijo una voz que provenía de mis espaldas.
- Oh, Cathy -me volví apresuradamente, como si tuviese unos deseos enormes de verla o de escucharla-. No sabía que venías detrás de mí. He decidido caminar lento, se disfruta la vida de un modo diferente.
- Siempre tan filosófico. Te recordaba así. Quiero acompañarte a la biblioteca.
- Oh, sí, desde luego.
- ¿Y cómo es que te has tomado otro día libre? ¿Estás enfermo? ¿Te sucede algo?
- Creo que podemos hablar de adulto a adulto. ¿Sabes? Cuando os veo pasados diez años sigo pensando que sois niños. Ayer no te dije nada. Además, acabábamos de reencontrarnos. Hoy sí lo quiero compartir contigo. Estoy sin empleo.
- Oh, lo siento.
- No, no importa. En el fondo estaba cansado de una situación. Desde que cambió la dirección en el centro no estuve demasiado cómodo. He tenido algunos roces. Atravesé un mal momento y ahora me acusan de que no hago bien mi trabajo. Supongo que siempre hay que buscar un pretexto para quitarte de en medio a alguien que no es de tu agrado.
- Siempre fuiste un excelente profesional. Te tomabas muy en serio tu trabajo.
- Otros no lo han visto así. O quizá tengan razón. Antes tenía otras motivaciones. En cambio ahora... es diferente. El trabajo se hace insoportable cuando la única finalidad que tienes es sobrevivir. La vida es mucho más que eso.
- Tus ideas siempre me gustaron. Pero supongo que ahora estarás atravesando un momento complicado.
- Me ha quedado una indemnización y dos años de prestación por desempleo. Mientras tanto, podré ir pensando en otro empleo, aunque a mi edad...
- Pero si aún eres joven. Yo siempre te consideré joven de espíritu.
- Sí, pero la juventud física también pesa. Ahora quieren personas jóvenes para todo. Están más dispuestas, pueden jugar con sus derechos, con su salario... Vivimos momentos difíciles. Tal vez antes también era así, pero ahora se acentúa mucho más.
Dos gatos jugueteaban con unas ramas. Daban efusivos saltitos y hacían como si se arañasen mutuamente. Luego emprendieron una carrera y se perdieron detrás de un pequeño montículo. Frente a nosotros se levantaba aquel edificio que tantos momentos placenteros me había proporcionado. La biblioteca. Un lugar mágico, como los volúmenes que albergaba. Los que amamos la cultura vivimos muchas vidas, todas aquellas que nos muestran los libros, las historia que leemos, que, a veces, devoramos.
- ¿Sabes, Adán? -dijo Cathy. Yo también lo estoy pasando mal. Y verte ayer fue todo un alivio. Me transporté a un momento. Quizá no fue el mejor de mi vida. Pero el de ahora tampoco lo es. He salido de una relación tormentosa...
- Hoy nos vamos a sincerar. Yo me separé hace un tiempo y luego pasé un periodo depresivo que cambió muchos valores de mi vida. Además, no tengo la custodia de mis hijos. Me he convertido en un ser solitario, taciturno, necesitado de una nueva vida.
- Yo he vuelto a los problemas que tuve cuando me conociste. ¿Sabes qué iba a hacer ayer un momento antes de verte? Pues te lo diré. Quería tirarme a las vías del tren.
Una sensación amarga, casi de dolor, recorrió mi cuerpo. En mi mente se agolpaban aquellas imágenes de una adolescente con la cuchilla de un sacapuntas en la mano y un brazo empapado de sangre. Maldita adolescencia. Una persona plenamente capaz de abrirse paso en la vida, pero que no había encontrado su lugar. Dolor y más dolor. Instantes de incertidumbre en los que me planteé mi verdadera educación. Por eso estudié psicología, por Cathy. Tenía tantas ganas de ayudarla, me encantaba esa chica tan resuelta, tan culta, tan madura para su edad, pero que desgraciadamente no había encontrado el suficiente amor propio como para seguir luchando en este mundo.
- No puede ser.
- Sí, y entonces apareciste tú. Y me acordé que siempre lo hacías. Hace diez años. Cuando mis ganas de vivir eran las mismas que ahora.
- Quiero ayudarte. Deseo serte útil de alguna manera. No quiero dejarte así. Me importas mucho. Tu vida debería importar a todo el mundo.
- No encontré mi verdadero camino en esta vida. Lo intenté con varias carreras universitarias y luego como monitora de tiempo libre. Nada. No encontré mi lugar. Es muy triste, pero es la realidad.
- Tú tienes tu lugar, como todos. La vida te tiene reservada una butaca, como en el cine.
- Pero yo no quiero ser una mera espectadora. O no encontré mi película favorita. Todas me resultan desagradables. Mis relaciones sociales y personales han sido un fracaso y no he encontrado la suficiente motivación como para ser alguien en la vida.
- Ya eres alguien. Y una persona muy importante, al menos para mí.
- Lo dices para tranquilizarme. Hace varios años que no me ves y seguro que ni siquiera me has echado de menos. Yo, en cambio, sí. Pensé mucho en ti y en toda la ayuda que me brindaste. Quise volver a verte en muchas ocasiones, pero no fui capaz de ir a visitarte al centro, aunque sabía que estabas allí. Sentía unos deseos enormes de abrazarte, de sentir que ambos estábamos en este mundo. Un abrazo es mágico, nos hace sentir la presencia de una persona y captar parte de su energía para seguir viviendo. Lo de ayer fue una especie de abrazo. Quería irme de este mundo y entonces apareciste tú.
- Necesitas ayuda. No voy a permitir que te vayas de este mudo porque aquí hay muchos mundos en los que vivir. Yo también necesito un cambio de vida ¿Cres que es agradable cambiar una vida de responsabilidades por un encierro en un apartamento donde solo tengo la compañía de mis pocos libros que logré rescatar de un hogar destrozado?
- Supongo que también lo estarás pasando mal.
- En ocasiones, es urgente plantearse un cambio de vida. Hay muchas vidas y todas están aquí. No podemos limitarnos. Somos inteligentes. Si una puerta se cierra, se abre una ventana.
- Es un tópico.
- Sí, lo es. Pero, a veces, no somos conscientes de la cantidad de cosas que se pueden hacer en la vida. Nos planteamos siempre en vivir de una determinada manera. Pero, no. Estamos equivocados. Cuando algo no funciona, cuando un guion está abocado al fracaso, debemos arrugarlo y tirarlo a la papelera. Hay otros modos de estar en este mundo.
Dejaron a un lado el edificio de la biblioteca y ambos fueron caminando hacia un pequeño aparcamiento que había en un edificio cercano. Cathy se paró frente a un Volkswagen Golf negro.
- Te presento a mi coche. Tenía pensado largarme de aquí y quiero saber si me acompañarás.
- ¿Cómo?
- Vamos, nadie te espera... salvo un puñado de libros salvados de un hogar tormentoso -Cathy pretendió ser incisiva y a la vez sarcástica-. Necesito que me acompañes. Es posible que este sea el viaje de mi vida. ¿No dices que hay que cambiar, que se pueden vivir muchas vidas? Pues me has abierto los ojos. Solo hay una cosa que quiero comprobar y me gustaría hacerlo contigo.
- Esto es tan extraño. Parece un sueño. Me despiden, te vuelvo a encontrar pasados varios años y a las pocas horas me estás planteando hace un viaje contigo.
- Eso así, yo pongo el coche. Tú la gasolina; estoy sin blanca.
- No te preocupes por eso. Puedo ayudarte.
- No, no necesito ayuda. Se trata de que cada uno va a poner un poco de su parte. Yo podría estar muerta desde ayer. Pero te vi y creí por un instante que podría merecer la pena seguir adelante. Ahora yo te propongo que no entres en tu caverna y te limites a devorar libros. Creo que vas a terminar tirado en el sofá acordándote de tu familia, de tu trabajo y de tus alumnos,... Eso no te ayudará.
- Necesito que me expliques qué pretendes.
- No lo voy a hacer. Es una cuestión de confianza. Solo necesito que me digas dónde vives. Te doy quince minutos para que pases a por tus cosas. ¿Tienes algo mejor que hacer?
- No, desde luego. Estaba comenzando a vegetar. Había planteado mi vida entre la biblioteca y mi apartamento. Varias horas de lectura, un poco de comida y de descanso.
- Eso es sobrevivir. Es de lo que voy huyendo. Por eso pensé en tirarme al tren...
- Deja de decir eso. Además, lo haces de una manera muy natural y eso me preocupa. Quítatelo de la cabeza.
- Lo he hecho, pero te necesito. Si me dices que no igual esta tarde...
- No, por Dios. ¿Me estás haciendo chantaje? -respondí con ironía.
- Súbete al coche y dime dónde vives. Vamos.
Como un niño obediente hice lo que Cathy me exigió. Me parecía una escena surrealista. Apenas hacía unas horas nos habíamos reencontrado y todo fluyó demasiado rápido. Había algo en todo esto que me preocupaba. Mi estado mental no era el mejor, pero el de Cathy me preocupaba enormemente.
- Gira a la derecha. Sigue recto. Luego a la izquierda.
- Ok.
- Ahora te sigo diciendo...
En quince minutos habíamos llegado a mi bloque de apartamentos. Pude hacer la maleta en diez minutos. Un poco de ropa, un par de libros y mi portátil. Necesitaba aquel instrumento de trabajo. Necesitaba escribir. Había tantas cosas que contar...
- Has sido puntual como un reloj. Y ahora -tomó con fuerza la recta que conducía a la próxima rotonda- vamos a por todas.
- ¿Has pensado dónde?
- Desde luego.
- Pensé que salíamos sin rumbo como Thelma y Louise.
- Sé donde voy.
- Hace unas horas no lo sabías. Solo veías una salida.
- Necesitaba un empuje y lo he encontrado. Las personas son las que nos dotan de fe; a veces, nosotros mismos no nos bastamos para creer.
- ¿Es una cuestión de fe?
- En parte sí. Pero la fe siempre deja sus pistas. Abre la guantera y coge esa pequeña caja de metal.
- Desde luego -tras abrir la guantera y coger la cajita hice un silencio-.
- Es la llave de una caja de seguridad.
- Bingo.
- ¿Y se puede saber de dónde?
- Nos vamos a Gibraltar. Es una larga historia. Pero puede ser una historia interesante. ¿Merece la pena vivirla? ¿Al menos intentarlo?
- ¿Quieres que vayamos a un banco de Gibraltar?
- Así es.
- Tomaremos la autovía. En unas cinco horas nos plantamos allí. Bueno... Luego está la verja. Desde el Brexit las cosas no son iguales. Nos tocará esperar otro par de horas. Por cierto, ¿puedes hacer una reserva en el hotel Highsmith? No queda lejos de Main Street.
- Por Dios. ¿Esto no lo tenías planeado?
- Sí, desde que te vi. Creí que era una alternativa a las vías del tren. Y creo que tú estarás de acuerdo conmigo en que merece la pena.
- ¿Dos sencillas?
- Una doble saldrá más económica. Yo no tengo ningún problema. ¿Y tú?
- No, tampoco. Tienes razón, saldrá más económica.
Atravesamos todos los campos da Andalucía sembrados de olivos, el olor al orujo y al alperchín inundaba el ambiente. Los campos se abrían frente a nosotros.
- ¿Sabes lo que me apetece realmente? -confesé a Cathy-. Me gustaría volver a mis orígenes. Regresar al valle del que un día partí en busca de una vida mejor.
- ¿Crees que siempre pudo haber habido una vida mejor?
- No lo sé. Creo que, en ocasiones, siempre pensamos que hemos tenido la peor de las vidas. Y lo hacemos porque en un punto de la misma todos fracasamos y pensamos que nuestro punto de partida no fue el correcto.
- Recuerdo tus clases cuando nos hablabas de la historia contrafactual... Qué hubiese pasado sí...
- Eso mismo nos pasa a las personas. Creemos que si hubiésemos tomado otro itinerario o si la vida nos hubiese sorprendido de otra forma se cambiaría nuestro destino. Pero en realidad cada uno de nosotros se construye día a día, con sus decisiones, con sus aciertos y sus errores. No hay nada más que hablar.
- Sí, pero conforta el pensar que hubiésemos podido tener otra vida. Si hubiese tenido tu edad me hubiese casado contigo -dijo Cathy.
- Oh, igual no te hubiese ido nada bien...
- No lo creo.
El viaje transcurrió entre las palabras mezcladas de Cathy y las mías. Estaba siendo todo un placer aquel reencuentro. Cathy estaba estupenda, si bien su cara reflejaba aún una tragedia de la que no quería hablar. Seguro que tendríamos todo el camino para poder contarnos nuestras vidas, para confesarnos nuestros anhelos. En la vida es necesario parar y encontrar un compañero de viaje a quien confesar el pasado para hacer frente al futuro. Quizá había llegado ese momento. Cathy y yo estábamos en momentos complicados. Ignoro si en Gibraltar íbamos a encontrar alguna respuesta. De todos modos, el camino nos iba a desvelar muchos secretos de uno y de otro.
- Me gustaría no volver nunca y quedarme contigo. Si no hubieses aparecido ayer por la biblioteca hoy no estaría aquí. Y desde hace mucho tiempo es la primera ver que me encuentro feliz. Ya no tengo en el estómago ese nudo que me va torturando cada día que pasa.
- Puede que llegue el momento que nuestros destinos se separen.
- Ese momento no llegará- estamos unidos irremediablemente.
- He de confesarte que desde hacía mucho tiempo he vivido encerrado en mí mismo. Mi apartamento, mis libros, mis reflexiones, mis paseos. No he salido de ese círculo vicioso. Y lo peor es que uno se convence de que esa es la vida que quiere. Un poco de aire libre y luego enfrascarse en garabatear sentimientos y reflexiones que emponzoñan cada una de las páginas que garabateo. Y así igual todos los días.
- Eso no puede ser sano. Sí es verdad que puede servir para un momento de tu vida, pero es necesario poner rumbo a otros destinos.
- Y eso me lo dices tú que ni siquiera te quedaba una dirección a la que ir -dije sin intención de molestar a Cathy.
- Me has dado donde más duele. Es cierto que cuando uno acumula tanto dolor y decepción y no encuentra salida debe buscar la vía de escapa más adecuada. Pero ya te he dicho que apareciste tú y todo cambió. Necesitaba poner rumbo a Gibraltar, necesitaba creer en algo de nuevo.
- ¿Y qué vamos a hacer en Gibraltar? Vamos, Cathy, me tienes en ascuas.
- Tú has subido al coche. Bueno, primero, tu vida ha dado un giro en apenas quince minutos. Tardé muy poco en convencerte de que hicieses la maleta. Era como si estuvieses esperando a que alguien te cambiase la vida.
- Yo quizá estaba tan perdido como tú. Hace un tiempo pasé por un mal momento. Mi vida comenzó a cambiar de color. Tuve que asistir a las consultas de un psicólogo para que me diese pautas para encarrilar mi vida: perdí a mi mujer y a mis hijos. No físicamente, pero sí de otra forma que duele quizá de la misma forma. Su amor hacia mí desapareció. Demasiado tiempo dedicándome a mis cosas. El trabajo y algunas aficiones que me restaban tiempo que pasar con la familia.
- ¿No conociste a nadie?
- Bueno, después de la separación tuve una relación con una chica unos cinco años más joven que yo. Un par de meses. Echaba de menos a mi familia. Eso no le gustó. Esa nueva ruptura no hizo sino acentuar mi pésimo estado de ánimo. Solo quería estar en casa, tumbado, mirando al techo. De repente, perdí todo el gusto por la lectura, por escribir un relato, por hacer todo aquello que me daba algo de satisfacción en la vida. Y así estuve varios meses. Finalmente comprendí que uno no puede jugárselo todo a una carta y que todos los ámbitos de la vida son necesarios, que hay que cuidarlos. Pero para seguir en la superficie a veces hay que bajar al infierno. Solo que si uno está allí demasiado tiempo puede terminar derretido.
- Me siguen encantando tus palabras. Y lamento que lo hayas pasado tan mal. De todos modos, la vida te trae siempre nuevas oportunidades.
- ¿Lo dices tú que querías lanzarte a las vías del tren? -ahí fui bastante irónico e incisivo.
- Eres cruel, Adán - Cathy esbozó una media sonrisa-. No sabes aún nada de mí. Lo importante es que ahora no lo haría.
- ¿Y has cambiado de opinión de un día para otro?
- En la vida hay momentos que te hacen cambiar la percepción que se tiene de las cosas. Yo quería encontrar a mi compañero de viaje perfecto y ya lo he hecho.
- Cathy, tú me recuerdas como profesor. Hace años. Y solo conoces de mí esa faceta.
- Créeme que conozco mucho más. Una persona se conoce por lo que hace, por lo que transmite. Y tú fuiste más que un profesor.
- Estaba dentro de mis responsabilidades.
- No me digas eso. Prefiero no creérmelo. Tú sabes que no es así. Al menos yo he visto algo en ti que nunca observé en los demás.
Un cartel señalaba un área de descanso. Decidimos parar a tomar un café. Ya llevábamos más de dos horas de viaje. En el reproductor de CD del coche sonaba una canción de Of Monsters and Men. El ruido del intermitente para señalizar la salida al restaurante de carretera me recordó aquellos viajes en verano con la familia, cuando íbamos al mar. Luego llegó una maldita pandemia que nos recluyó en casa y ya perdimos la ilusión por muchas cosas. Pensé por un momento que me gustaría volver a aquellos instantes, a los baños en el mar, a los paseos por la orilla, a las comidas en los restaurantes atestados de turistas mirando el mar. Sin horarios, sin orden. Viviendo en un apartamento o en una habitación de hotel con la cama llena de cremas solares, flotadores y barajas de cartas. Instantes inolvidables que se agarran a la memoria y que posiblemente permanezcan allí hasta que nuestro cerebro convulsione en los últimos momentos de vida.
- Primera parada -dijo Cathy.
- Aún queda lejos Gibraltar. ¿No vas a contarme nada?
- Claro que sí. A su debido momento.
- ¿Y has pensado después de Gibraltar... qué?
- No debo pensar eso. ¿Tal vez ese fue tu problema? ¿Y después de esto... qué? ¿Qué haré mañana o dentro de un mes?
- Tienes razón.
- ¿Quizá te pasaste así la vida? ¿Pensando en lo que harías en un futuro?
- Y no viviendo el presente. En ocasiones, perdí la noción de presente para proyectarme a un futuro incierto, a algo que posiblemente no iba a ocurrir...
- Que casi nunca ocurre. Mira, Adán, a mis veinticinco años he aprendido que por mucho que pienses en tu futuro, el destino te va poniendo obstáculos en el camino para que nunca consigas aquello que te habías propuesto o con lo que habías soñado. Es así. Y todo porque no terminamos de entender que el futuro no existe. Que es en el presente donde nos desenvolvemos con las lecciones del pasado.
- ¿Ahora quien se pone filosófico?
- Eso también lo aprendí de ti. Quizá no aplicaste a tu vida aquello que espontáneamente aconsejabas a tus alumnos.
- No me cabe duda. Por cierto, aquí hacen unos hojaldres fabulosos.
La camarera tomó nota de la consumición. Un par de cafés, un hojaldre y algo de fruta.
- Solo tomo fruta a estas horas.
- Yo no me puedo resistir a un buen hojaldre. El dulce me pierde.
- Sensaciones fuertes. Yo prefiero sacar la glucosa de una manzana.
- Me pierden los dulces.
En la cara de Cathy asomó una sonrisa mientras masticaba un pedazo de manzana. Un líquido transparente recorrió su mano derecha y se perdió por debajo de la manga de su chaqueta. Me miró en silencio largo rato como si esperara de un modo u otro este momento.
- ¿Sabes que nunca que imaginé vivir contigo una aventura así?
- ¿Te refieres a coger un coche, hacer unos kilómetros y tomar algo en un área de servicio?
- Dicho así no es nada especial.
- Tal vez si te digo que he abandonado mi vida para estar contigo aquí sin saber siquiera qué pretendes.
- Eso suena mejor. Y te agradezco que hayas confiado en mí. O quizá estabas deseando dejar tu vida para iniciar otro rumbo y yo fui la persona oportuna en ese momento.
- ¿No eras tú la que me necesitabas?
- Quizá nos necesitemos ambos. Hay muchas formas de lanzarse al tren.
Demasiados kilómetros y una espera interminable. Por fin el coche penetró en la colonia británica. Gibraltar se descubría como un lugar extraño en medio de un puñado de kilómetros cuadrados. De repente, aparecieron negocios con carteles en inglés y la sensación de estar en otro lugar del mundo a tan solo unos metros de La Línea. Por un instante, recordé un viaje que hice a Malta en un verano soporífero. Tenía ese mismo ambiente a vieja colonia británica. El olor a salitre y a pescado se mezclaban en algunos puntos de la colonia y en Main Street varios negocios de souvenirs alternaban con casas de apuestas y entidades bancarias.
- Hotel Highsmith. Habitación doble -dijo Cathy.
- Creo que es por allí -repliqué poco convencido.
- Al fondo hay un cartel con varias direcciones. Hotel Highsmith... a la derecha.
Subimos una pequeña escalinata. El hotel era pequeño y no se veía hasta haber subido el último escalón de aquella calle. En una esquina apareció con su entrada llena de banderas de varios países occidentales.
- Habitación doble -Cathy dejó sobre el mostrador su tarjeta de crédito.
- Oh, no, por Dios, Cathy. Déjame que pague yo.
- Ni hablar. Y no insistas. Tengo mis razones.
Una joven con una larga cabellera rubia entregó a Cathy la llave. Habitación 124. Primera planta. Ascensor. Salida de emergencias. Escalera de incendios. Todo en orden. La vida nos había dado una oportunidad. Mañana sería el momento de acudir a la entidad bancaria para recuperar algo que Cathy deseaba por encima de todo, pero que no fue lo suficientemente importante en el momento en e decidió lanzarse a las vías. Así es la vida; deseamos algo con fuerza y, en ocasiones, no estamos dispuestos a continuar el camino. En otros momentos, un aliciente puede ser suficiente para que la vida cobre sentido. La vida, el dolor, el amor, la voluntad, la desidia, el deseo, la inacción... tantas cosas y tantas contradictorias. Era momento de dormir. Cathy estaba en la ducha. Sobre la cama había olvidado su diario y no tuve el valor de abrirlo para curiosear. Quizá allí había descrito la verdadera razón de estar en Gibraltar. Pero no pasé de leer unos garabatos en la portada, una expresión en inglés. Crossing girl. Quizá Cathy entendía la vida como un continuo cruce del placer al dolor, del amor al odio, de la pasión a la indiferencia. Supongo que como todos. Había prometido meterse pronto en la cama para prepararse para un día especial. Un olor extraño se había extendido por toda la planta. Incluso Cathy, desde la ducha me había comentado. "¿hueles a algo extraño?". Una luz brilló en medio de la penumbra y una bola me empujó hacia el ventanal mientras el sonido del agua se alejaba en décimas de segundo.