El bueno, el feo y el malo. Crónica de un duelo armado intercontinental

Juan A. Flores Romero
Pensé titular esta reflexión "el metodista, el presbiteriano y el judío", pero moralmente no quiero achacar a las creencias de nadie los males derivados de una política entendida como beneficio propio. "Cuando el mundo se convierte en una jungla" fue mi segunda opción, aunque me pareció demasiado exótico para hablar de tres tipos grises, hasta que encontré definitivamente un título más oportuno y cinematográfico. Ahora habría que determinar quién es quién, pero es posible que no muchos conozcan las trayectorias de estos prohombres de la posmodernidad.
Estos tres forasteros del Medio Oeste han sido fundamentales en la configuración de los equilibrios (y desequilibrios) de poder de este siglo. ¿Es posible que el mundo está tan cegado como para no ver cómo se está jugando con los intereses generales? ¿Nos da igual lo que se haga en política internacional? ¿Creemos que no nos afecta? ¿Por qué nos negamos a conocer más a fondo a los tipos que mueven los hilos del mundo mientras nos pegamos a la pantalla para comprobar las lindezas que hacen y dicen un puñado de frikis en cualquier reality? ¿Es quizá fruto de nuestra forma de vida estresante y llena de ocupaciones innecesarias como la de dar vida a esta página web? Quizá estemos más abducidos de lo que pensamos por la caja tonta y sus sucedáneos (incluso por nuestras páginas webs y otras "webbeces").
Hoy en día, si ponemos la televisión, los movimientos migratorios son una dura realidad, consecuencia de muchas de las decisiones que se toman en oscuros despachos de Washington, de Moscú, de Pekín o de Burkina Faso. Los Derechos Humanos están subordinados al éxito de la política comercial. Y eso lo entendieron bien los tres políticos norteamericanos que fueron clave en el saqueo y la geoestrategia llevada a cabo en Oriente Medio durante los inicios del siglo XXI, casualmente una maquinaria que se pone en marcha unos meses antes del 11 S. Oriana Fallacci despotricaba contra los enemigos de Occidente, ignorando que muchos de ellos los tenemos en casa y no llevan turbante. Son los que manejan los hilos de las administraciones que ponen en jaque, defendiendo siempre intereses propios, a medio planeta (porque el otro medio no interesa).
Hasta hacía poco, Bin Laden y Al Qaeda habían sido amamantados con dinero norteamericano y muchos de los grupos guerrilleros de Afganistán, extremadamente violentos y radicales, estuvieron entrenados y subvencionados por administraciones republicanas de los Estados Unidos. En ese contexto crecieron políticamente desde los años setenta, Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz. Estos tres rostros y nombres plagaron la prensa internacional de la primera década del siglo XXI. Casi todos ellos estaban curtidos en mayor o menor medida desde los años sesenta en distintas administraciones con responsabilidades como asesores o secretarios de estado. Crecieron al amparo de la administración Reagan, un periodo interesante en el que sucedieron muchas cosas, especialmente el cambio de estrategia militar de los Estados Unidos y que desembocó en la derrota de la URSS, la gran víctima de la Guerra Fría. Otro mundo se abría paso y había que seguir vendiendo armas y hacerse dueños de las fuentes de energía. La guerra de la ex-Yugoslavia, en los años noventa, no interesó militarmente a Occidente hasta que Rusia comenzó a tomar partido por los serbios. Un país se desangraba durante largos años y nadie movía un dedo. La dictadura de Tito no había dejado demasiados pozos de petróleo abiertos. Lo importante en los noventa ya estaba en marcha desde 1990 con la invasión iraquí de Kuwait. El niño mimado de Washington, Sadam Hussein, había invadido un pequeño emirato plagado de pozos de petróleo y exigía su control. De repente, ese pequeño estado de Oriente Medio cobró un inusitado protagonismo. ¿Dónde está Kuwait? ¿Quiere Irak provocar la III Guerra Mundial? ¡Por Dios, detengan a ese invasor! Claro, que unos años antes ese caudillo mesopotámico había sido fiel aliado de los Estados Unidos frente al chiísmo que representaba (y representa) Irán.
Desde el final de la Guerra Fría se había acelerado la intención de controlar pozos de petróleo, gasoductos y yacimientos de minerales importantes como el coltán o el uranio. En Oriente Medio, no favorecía el ascenso de los secuaces de Jomeini. El Sha de Persia, Reza Pavlevi, había sido un fiel servidor de las potencias que trocearon Oriente Medio en el siglo XX; me refiero al tratado de Sykes-Picot, y por extensión a la fuerza hegemónica: Estados Unidos. Se hacía urgente consolidar alianzas políticas sobre todo en los escenarios más complicados. Un ejemplo evidente es Israel en Oriente Medio o Qatar y Arabia Saudita en el Golfo Pérsico. El gobierno de Irán era el enemigo a abatir desde 1979, como ya he sugerido, y Corea del Norte se había convertido en un reducto que, en principio, no daría demasiados problemas pero sí importantes argumentos políticos para justificar políticas militaristas en esta zona del mundo. Corea es fundamental para la presencia norteamericana en el Extremo Oriente para mantener a raya la hegemonía de China (potencial rival) y Japón (potencia perdedora y humillada en 1945).
Dick Cheney fue el gran protagonista de la política desde el año 2001, responsable de la venta de armas masiva en Irak y Siria y valido con poderes casi ilimitados cedidos por George Bush junior. Y esa era la clave: los republicanos necesitaban un presidente estúpido para que otros movieran los hilos. Claro, que hasta los estúpidos terminaron con los bolsillos empapados de oro negro. Con una amplia experiencia en política en distintos gobiernos republicanos fue partidario de un cambio de estrategia militar. Había que eliminar presencia de efectivos militares en algunos lugares de Europa y apostar por un ejército basado en la tecnología para evitar enviar un gran número de efectivos. El campo de prácticas ideal era Irak. Era preferible un soldado bien equipado amparado por una tecnología que redujera la presencia humana en las distintas guerras. Eso se traduce en mucho dinero muchos miles de dólares por unidad. Y ese dinero se traduce en negocio seguro. Las empresas armamentísticas, con las que tenía una estrecha relación financiera, medraron al amparo de Cheney. Actualmente, están proyectando una película en el cine titulada "El vicio del poder". Aún no la he visto aunque supongo que analizará todo esto de lo que hablo. No me considero un erudito en el tema, ni mucho menos, pero sí soy un asiduo seguidor de la prensa internacional y de todo aquello que ha sucedido en los últimos años y que suele olvidarse con frecuencia con el cambio de titulares en los noticiarios. Quizá es por mi vena de historiador.
Cheney, el fervoroso metodista, había tomado las riendas de un negocio redondo. Tras abandonar el Departamento de defensa en 1993 fue fichado por Halliburton Company en donde fue curtiéndose como magnate de la industria petrolera. Pero necesitaba otros viejos zorros en su trama. Y ahí surgen Donald Rumsfeld, el presbiteriano, también curtido en distintas administraciones y que compartió junto con Cheney el honor de haber sido jefe de gabinete de la Casa Blanca. Como apunte, habría que destacar que fue un duro opositor a la firma del Tratado de Limitación de Armas Estretégicas (SALT) que en 1972 se rubricó junto con la URSS en plena Guerra Fría. Experto en Oriente Medio, también apostó por una modernización del ejército basado en una fuerte inversión en tecnología y equipamiento de precisión. ¿Quién se estaba beneficiando con ello? La poderosa industria armamentística, sin duda. Sus inversores no dejaron de ver crecer sus beneficios mientras miles de jóvenes norteamericanos abandonaban sus hogares para combatir en escenarios que ni tan siquiera soñaron en su época de escolares.
Rumsfeld tenía claro que la modernización era clave para una nueva estrategia militar para el siglo XXI que diera prioridad a la intervención en los estados tiranos en cualquier continente o allá donde los Estados Unidos pudieran tener intereses económicos en el presente o en el futuro. Es casualidad que en las guerras más caras para las administraciones americanas haya habido grandes bolsas de petróleo de por medio o intereses geoestratégicos considerables (en algunos casos, ambos). Las potentes inversiones apostaban por una fuerza de intervención "extraterrestre". Sí, como lo oyes. En el segundo lustro de este siglo se ha creado una red de misiles en el espacio que podrían desviar misiles intercontinentales lanzados por potencias enemigas. ¿Por qué si no creéis que muchos países están enviando sus propios cohetes al espacio? Ya lo han hecho Rusia, China, Japón e Israel tiene un proyecto bastante avanzado. La guerra moderna se libra con sistemas de misiles de precisión y hay que idear el modo de neutralizarlos. En Alaska y Dakota del Norte, por cierto, existe una buena prueba de estos escudos antimisiles, igual que en Polonia y la República Checa. Todo ello se haría con mucho dinero; por eso el presupuesto de defensa se disparó en la era Bush. Había que mantener una guerra en tierra, con el fin de asegurarse el control de recursos energéticos y para que sirviera de cortina de humo para el desarrollo del otro programa, aún más interesante, siempre en beneficio de la hegemonía de los Estados Unidos.
La prueba de oro para asegurarse la eficacia del ejército moderno planteado por Rumsfeld fue la invasión de Irak en 2003 y el derrocamiento de Sadam Hussein. Un safari en toda regla. En poco más de tres semanas ya habían liquidado el problema con muchos menos efectivos que el 1991 pero con un equipamiento infinitamente más moderno. La guerra contra el terrorismo vino reforzada por los sistemas de satélites espías que dieron al traste con varias intentonas de rebelión contra el poder estadounidense en el mundo árabe.
Aquí ya solo falta el banquero. Cómo no, Paul Wolfowitz, poco conocido como matemático pero sí como influyente banquero judío, con un modesto papel de subsecretario del Ministerio de Defensa. Los banqueros han de pasar lo más desapercibidos posible. Un demócrata convertido al ala más conservadora del partido republicano desde 1981 y con una amplia experiencia en la diplomacia. Llegó a decir que la invasión de Irak estaba justificada al estar sobre "un mar de petróleo". Ayudó su condición de judío y de defensor a ultranza de las políticas más conservadoras dentro del sionismo. Israel no podía exponerse más a los desajustes de un Oriente Medio demasiado inestable y Wolfowitz era firme defensor de un Estado de Israel físico y seguro más allá de las fronteras virtuales de la teología hebraica. Presidente del Banco Mundial, hasta 2007, y con fama de tacaño, tuvo una corta trayectoria en esta trama al verse salpicado por diversos escándalos por posibles filtraciones a la Casa Blanca por parte de algunos de sus más fieles colaboradores, incluida alguna novia. Este personaje también fue indispensable en la consecución de fondos para alimentar esta industria armamentística al servicio de empresas particulares. Y este artículo es una prueba de cómo los intereses personales de un puñado de personas influyentes -porque fueron eso: ¡intereses personales!- pueden determinar toda una política internacional. El mundo al servicio de la plutocracia, un western posmoderno en estado puro que contó con más secuaces que se unieron a la partida de cuatreros.
El orden surgido de 1945 apostó por una línea de defensa de los Derechos Humanos frente a los abusos de los estados totalitarios. Con el tiempo, hemos descubierto que, si bien se han realizado avances puntuales en la concreción de la carta firmada en San Francisco, este nuevo siglo no la ha considerado como una de sus prioridades. El mundo de hoy sigue basculando en una política de bloques enfrentados, con intereses económicos, financieros, comerciales,... que están muy por delante de la defensa de la persona y de la sociedad como elementos básicos de la convivencia y el progreso del mundo. Una vez más, como en aquel mundo colonial del siglo XIX, se impone el interés económico y la estrategia militar por delante de otras consideraciones de índole moral.