El motín de Esquilache o los días que estremecieron Madrid

04.03.2019


Juan A. Flores Romero

   ¿Hambruna? ¿Prohibición de portar capa, chambergo y embozo? Es posible que una mezcla de ambos. El motín de Esquilache fue posiblemente una sublevación contra el excesivo poder que acumulaban los funcionarios italianos en la corte de Carlos III. Este rey Borbón se los había traído desde Italia desde el momento en que fue coronado rey de España. Desde allí también llegaron las ideas ilustradas, las ansias de cambio en un país que aún se debatía entre los estertores de un Antiguo Régimen con tintes de servilismo medieval. Nada que ver con aquel Reino de Nápoles o aquella Francia del Rey Sol tatuada de palacios y parterres. La Europa absolutista pero abierta al comercio, a las ideas políticas, al debate religioso -tras varias guerra por cuestiones de fe- estaba muy lejos de una España atrasada cuyas señas de identidad eran la Inquisición, la adscripción a la tierra, el excesivo poder de nobles y reyes, amén de una institución religiosa que marcaba la vida cultural, social y política de toda una Corona y que se había convertido en una rama más de ese robusto árbol que constituía el feudalismo tardío, utilizando el título de una obra del historiador Peter Kriedte.

   En el mes de marzo de 1766, los precios del pan no cesaban de crecer. Los productos de primera necesidad comenzaron a estar fuera del alcance de muchas familias mientras un aluvión de prohibiciones se cernía sobre los súbditos de Carlos III. Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, acababa de censurar el uso de la capa, el embozo y el chambergo (especie de sombrero de ala ancha que portaba el madrileño medio) haciendo caso omiso a las recomendaciones del Consejo de Castilla, tal vez debido a los ajustes de cuentas y situaciones conflictivas que habían derivado de su uso. En ocasiones, las capas servían para esconder armas blancas que podían terminar con la vida de una persona en duelos, venganzas y ajustes por motivos de honor o incluso económicos.

   Parece ser que el motín contra el ministro italiano, comenzó en la plaza de Antón Martín donde dos ciudadanos hicieron caso omiso a las prohibiciones y, contando con el apoyo parte del populacho, unas 2000 personas, asaltaron un cuartel sito en la misma plazuela. Con las armas que consiguieron arrebatar, fueron recorriendo varias calles hacia la Plaza Mayor y posteriormente hasta las puertas del Palacio Real. Los palacios de Grimaldi y Sabatini, otros dos ministros del rey, fueron atacados y un gran número de las farolas que se habían instalado por todo Madrid por consejo de los funcionarios italianos también fueron destruidas. Todo esto nos hace pensar si realmente el pueblo de Madrid quiso rebelarse contra un funcionariado que consideraban extranjero o querían aniquilar cualquier signo de Ilustración por entenderlo contrario a los valores inherentes a la corona española. Es cierto que desde Felipe V entraron nuevos aires de renovación al país si bien el pueblo no estaba preparado para admitir que nadie les diese consejos. El mensaje estaba claro: España no necesita de esa suerte de progreso que viene del exterior, lo que nos recuerda a aquel lema que se hizo célebre en la España gris de Fernando VII en el siglo XIX: "vivan las caenas". El intrusismo era un pecado mortal. Lo justifica una de las demandas de aquel populacho en armas: que todos los ministros reales fuesen españoles.

   Las exigencias del pueblo sublevado llegaron a las manos de Carlos III; se podía resumir en un menor intrusismo extranjero en España y una bajada de los precios de los productos básicos así como la licencia para seguir utilizando las prendas típicas de la época sin censura alguna. El rey que salió al balcón de palacio para calmar a la población huyó a las pocas horas a Aranjuez junto con sus ministros. Esto fue interpretado como un desaire por parte del monarca o una maniobra para ganar tiempo y reprimir a la población sublevada. El resultado no se hizo esperar, pues unas 30.000 personas fueron arrasando edificios públicos y militares por todo Madrid. El rey tuvo que ceder a todas las presiones y Esquilache tuvo que embarcarse hacia Italia. Aquel ministro no entendió la actitud del pueblo de Madrid cuando él había apostado por modernizar la ciudad y convertirla en una de las urbes más habitables de Europa. El pueblo nunca perdonó que estas ideas vinieran de un foráneo que vino de la mano de Carlos III. En cualquier caso, era preferible vivir en la miseria pero bajo las órdenes de ministros nacionales.

   No hay que perder de vista la relevancia de estos incidentes, puesto que el motín de Esquilache adelantó en diez años a la revolución de las Trece Colonias contra la Corona Británica en 1776, si bien ya había antecedentes del malestar contra el rey Jorge en la década anterior. También se adelantó en trece años a la Revolución Francesa, una revuelta que superó los estrechos límites de una ciudad y se propagó por todo un país alentada por la burguesía deseosa de poder político. En España, el motín de Esquilache no pasó de ser un episodio de ira popular contra lo que consideraban intrusismo político.

   Es posible que aquel ministro italiano no fuera bien tratado por la historia. Fue tomado por un extraño con ideas revolucionarias que no debía decidir el futuro de una ciudad que no le pertenecía. Su sucesor en el cargo, el conde de Aranda, estableció las mismas prohibiciones convenciendo razonadamente al pueblo de un cambio de vestuario para hacerlo compatible con la seguridad (capa corta y sombrero "tricornio")...y la promesa de estabilizar el precio del pan y otros productos básicos.


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