El pirómano de Notre Dame es Víctor Hugo
Juan A. Flores Romero
Hoy mismo publica La Vanguardia un artículo sobre el incendio que vaticinó supuestamente Víctor Hugo en Notre Dame de París, un templo que en aquellos años estaba entrando en un estado de decrepitud y abandono y que unas décadas antes las masas encolerizadas se cobraron parte de su patrimonio escultórico por confundir a los reyes de Israel con los de Francia... a los que tanto odio acumulaban. Y es que la revolución que han reescrito los historiadores no vino exenta de una enorme dosis de ignorante iconoclastia. Los valores revolucionarios fueron escritos posteriormente por la burguesía triunfante y no por los sans culottes.
Víctor Hugo, este autor del siglo XIX, fue un ardiente defensor de la preservación y restauración de las iglesias medievales. Estamos en pleno Romanticismo y en Europa se reivindican las raíces cristianas y una cultura que durante siglos ha perdurado y que posiblemente estaba poniéndose en tela de juicio por obra y gracias de las revoluciones que estremecieron los cimientos de un Antiguo Régimen sobre el que se habían sustentado esas faraónicas construcciones que rendían culto a Dios y al poder real, conceptos ambos puestos en tela de juicio por esa nueva Europa que resurgía de los desórdenes de 1789 y que cuajaron en una revolución cuyas riendas tomó la burguesía y no el pueblo masacrado por años de sequía y hambrunas que clamaban a la monarquía absoluta un poco de humanidad para con ellos.
Las revoluciones burguesas fueron la clave de la preservación -y no la destrucción- de gran parte del patrimonio europeo. Fue esa misma sensibilidad la que ascendió el arte a la categoría de patrimonio nacional y le otorgó un indiscutible valor económico y de identidad, más aún en la era del nacionalismo que recorrió Europa entre los siglos XIX y XX.
Os dejo aquí con una reflexión recogida en este periódico y que dice así:
"Se quejaba el autor francés del abandono que sufrían las iglesias medievales y lamentaba que quizá Notre Dame "desaparecía pronto de la faz de la tierra". Con su obra llamó la atención de la sociedad y en 1845 se aprobó una ley para restaurar la catedral y salvarla como soñó Víctor Hugo.
Lo curioso de 'Nuestra Señora de París' es que se habla de un gran incendio, uno que devora la emblemática catedral mientras dos gárgolas "vomitaban sin cesar una lluvia ardiente". Hoy esta obra cobra un nuevo significado y a continuación os ofrecemos un extracto de cómo describió Víctor Hugo la catástrofe.
Todas las miradas se dirigían a la parte superior de la catedral y era algo extraordinario lo que estaban viendo: en la parte más elevada de la última galería, por encima del rosetón central, había una gran llama que subía entre los campanarios con turbillones de chispas, una gran llama revuelta y furiosa, de la que el viento arrancaba a veces una lengua en medio de una gran humareda.
Por debajo de aquella llama, por debajo de la oscura balaustrada de tréboles al rojo, dos gárgolas con caras de monstruos vomitaban sin cesar una lluvia ardiente que se destacaba contra la oscuridad de la fachada inferior. A medida que aquellos dos chorros líquidos se aproximaban al suelo, se iban esparciendo en haces, como el agua que sale por los mil agujeros de una regadera.
Por encima de las llamas, las enormes torres, de las que en cada una se destacaban dos caras, una toda negra y otra totalmente roja, parecían aún más altas por la enorme sombra que proyectaban hacia el cielo. Sus innumerables esculturas de diablos y de dragones adquirían un aspecto lúgubre y daba la impresión de que la inquieta claridad de la llama les insuflara movimiento. Había sierpes que parecían reír, gárgolas que podría creerse que aullaban, salamandras que resoplaban en las llamas, tarascas que estornudaban por el humo; y entre todos aquellos monstruos, despertados así de su sueño de piedra por aquella llama y por aquel clamor, había uno que andaba y al que, de vez en cuando, se le veía pasar por el frente de la hoguera como un murciélago ante una luz. Seguramente aquel extraño faro iba a despertar, a lo lejos, al leñador de las colinas de Bicetre, temeroso al ver temblar sobre sus brezos la sombra gigantesca de las torres de Nuestra Señora".
Como habéis podido comprobar, estremecedor cuanto menos. Anoche aullaban las gárgolas y se retorcían las salamandras mientras el mundo asistía atónito a un espectáculo dantesco.