EL PRINCIPITO NO ES PARA NIÑOS

16.12.2018

Juan A. Flores Romero

Con el título de este artículo alguien podría pensar que me he vuelto loco. Un libro pequeño, con ilustraciones infantiles, con un lenguaje sencillo, con un precio asequible... Todo nos hace pensar que debería estar en la sección infantil porque la literatura seria hoy la hacen autores como Posteguillo, Pérez-Reverte o Noah Harari (por cierto, su último libro publicado me perece pretencioso y mediocre).

De hecho, he visto a poca gente que haya exhibido este "cuentecillo" en buses o metros o que se lo haya llevado a la piscina pública en una quedada de amigos. Tal vez es un libro que está concebido para leerlo en la soledad de tu habitación, en ese momento en que no esperas a nadie o cuando en tu mente surgen decenas de libros que deberías leer pero que, de antemano, intuyes que no te van a aportar nada nuevo. Perseguimos el bestseller - tal vez este libro lo sea- pero no del estilo de aquellos a los que me refiero.

El Principito es tan misterioso como las circunstancias que envolvieron la muerte de su autor en ese vuelo hacia otro lugar, quizá hacia alguna dimensión que nuestro cerebro materialista no logra adivinar. Hace pocos meses, aseguraron haber hallado el fuselaje del avión de Saint-Exupèry en el fondo del mar, pero ni rastro del piloto. Es posible que maquinara su propia desaparición y formar parte de esa historia que él mismo ideó y que tiene como protagonista a un joven príncipe que va de planeta en planeta en busca de un poco de cordura. Es posible que esta metáfora de la vida sea un viaje a nuestro interior, un periplo que nos lleva a reconocernos a nosotros mismos en medio de un mundo ruidoso, interesado, estresado y que camina por derroteros muy distintos al cándido pensamiento del protagonista de este cuento (que, insisto, no es para niños).

Alguien alguna vez abrió ese pequeño cofre literario por una de sus páginas y leyó "fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante". Y es verdad, a poco que nos paremos a pensar, es el tiempo invertido en lo que amamos lo que lo hace tan especial; las personas a las que admiramos, las aficiones, las amistades que cultivamos, los hijos necesitados de atención... van construyendo nuestro universo y aquello que somos y que un día dejaremos de ser. "Si tu vienes a las cuatro de la tarde, desde la tres comenzaré a ser feliz" es todo un canto a la esperanza, al tiempo que dedicamos a pensar en aquello que nos hace felices, aunque la llegada de esa felicidad sea un momento fugaz (un evento, unos días sin las personas con las que ansiamos hablar o tomarnos un café, un viaje que preparamos a conciencia aunque, a veces, intuyamos que jamás haremos,...). Todo ello conforma ese universo que el niño conoce perfectamente pero que el adulto olvida a menudo porque fijó sus objetivos en intentar "tener" en lugar de "ser". El niño habla siempre de lo que quiere ser de mayor; nosotros ya le hemos inculcado de que si es inteligente deberá aspirar a tener. Nos esforzamos en destruir sus ilusiones, en recordarles lo que no pueden ser, en trasladarles nuestro pensamiento racional que les ciega la imaginación. Un niño, por ejemplo, puede imaginar un viaje a Persia sin plantearse que quizá sus medios no se lo van a permitir. Eso no le impide soñar; y quizá no soñar es lo que nos mata y nos paraliza. El adulto se define como sensato y apegado a lo que puede conseguir aún a costa de otros. Quizá olvidamos que madurar es aprender de los senderos que transitamos pero no por ello hay que perder la ilusión en lo que somos y en lo que hacemos. Por eso, El Principito no es para niños, ellos ya saben más de lo que el libro les pretende enseñar. Tal vez Saint-Exupèry pensó en los adultos cegados por sus mezquinos intereses o sus aires de autocomplacencia.

Los niños siempre nos dan lecciones de vida. En las páginas de esta obra se nos recuerda que "eres responsable de lo que has domesticado"; así que ojo con cegar las ilusiones de los más pequeños. Hoy, tras un pequeño torneo deportivo, oí en un grupo de niños de 8 a 10 años, en torno a un refresco y unas chuches, que querían ser millonarios, dueños de tres o cuatro mansiones en Estados Unidos; que un barrendero no es nada comparado con un rico, pero que es mejor trabajar en la basura que no ser nada,... Es preocupante cómo los adultos inoculamos el virus de la imbecilidad en nuestros vástagos y luego presumimos de que ya son unos hombrecitos. El Principito nos muestra otro camino, tal vez por eso no se entiende; las verdades más obvias suelen estar delante de nuestras narices y no las queremos ver. Por tanto, "sé responsable de lo que estás domesticando" no sea que termine pareciéndose a ti.

Si crees que esta obra es solo un cuento, recuerda que la puedes donar a alguien que la aprecie. No te preocupes porque lo lean tus hijos; no lo necesitan. Tal vez quien lo necesita eres tú. Pero recuerda que "solo hay que pedir a cada uno lo que cada uno puede dar". Insiste en educar a tus hijos en la falacia de que todos somos iguales y conseguiremos una sociedad estandarizada. Tal vez, si lees El Principito descubrirás que cada ser del universo es único e irrepetible y solo entonces encontrarás la grandeza en cada una de las personas que te vas a encontrar en tu camino. Y recuerda siempre, esta obra no es para niños, tal vez es para ti mismo. Eso es lo que seguro pensó aquel piloto de guerra en medio de un desierto que, cegado por el calor y la fina arena, visualizó una nueva forma de estar en el mundo.

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