El Titanic en un mar de COVID
Juan A. Flores Romero
Comenzamos el año 2021. Un periodo, sin duda, expectante, lleno de esperanzas, esas que nos han inoculado al saber que la vacuna contra el temido COVID está lista en poco más de nueve meses. Bien es cierto que ya había un trabajo previo que ha ayudado en este acelerón o este récord histórico (véase como se quiera). Lo realmente impactante es cómo el mundo desarrollado está haciendo acopio de millones de dosis con la idea de vacunar a la población y de que todo el mundo pueda estar inmunizado a finales de año, tal vez antes. Esto no son nada más que un puñado de buenas intenciones ya que ni tan siquiera sabemos de la eficacia real de la vacuna o de si todos los laboratorios han obtenido un producto aceptable (Pfizer, Moderna, Astra Zeneca,...) amén de los proyectos llevados a cabo en China o en Rusia y que han levantado una ola de escepticismo (¿tal vez guerra comercial?) en Occidente. Sí, porque junto con el deseo de curar hay una competencia y una lucha encarnizada entre los distintos laboratorios por ver cuál es el producto más eficaz. La industria farmacéutica lleva décadas siendo la más potente del mundo (algunos pensaron que eran las industrias petrolíferas o la armentística). Estos colosos empresariales han estado luchando durante meses por sacar al mercado un producto fiable y seguro, y que no dé al traste con su prestigio comercial. Realmente, una garantía de éxito de las vacunas es que estos monstruos empresariales se juegan su futuro.
El problema está en que tan solo el primer mundo está haciendo acopio de dosis que, con una pátina de solidaridad y a media voz, aseguran trasladar en breve a países tercermundistas. Pero claro, aquí los que navegamos en primera somos los que vamos a optar por salvarnos en los botes salvavidas salvo que haya algún intrépido (negacionista, excéntrico o miedoso) que opte por juguetear con algún Leonardo Di Caprio mientras el Titanic se va hundiendo. Aun así, los países ricos nos salvaremos y podremos salir remando antes de que el coloso de metal se hunda estrepitosamente en mitad del gélido océano. Y, mientras tanto, a las clases populares (véase el Tercer Mundo) los mantendremos a raya en la bodega del barco o con las puertas bien cerraditas hasta que nos aseguremos de que todos los ricos se han salvado. Así es la vida. Una vez más, y sin hipocresía, ponemos de manifiesto cómo el ciudadano occidental se salva mientras toda una caterva de tercermundistas se hunden sin remedio. ¿Dónde están, pues, la vacuna del Ébola o del SIDA, que afecta más trágicamente a los países pobres? ¿Cuánto se tardó en dar una solución al paludismo, la malaria o la fiebre amarilla? Tal vez si estos males hubiesen diezmado nuestro querido Occidente otro gallo hubiese cantado. Amigos, pues, el barco se hunde y los pobres piden a gritos que también haya dosis para ellos. El hambre, la sequía y las malas condiciones sanitarias harán estragos, especialmente en el continente africano, sin que nos enteremos de la verdadera dimensión de la tragedia. Quizá haya una orquesta que toque amablemente mientras sus cuerpos van cayendo en las gélidas aguas del Atlántico.