Esas mañanas nubosas

10.04.2021

"Ahora pelea usted en un mundo donde no hay nadie que se moleste en esconder su crueldad bajo el manto de la retórica humanitaria"

Philip Roth, La mancha humana.

ESAS MAÑANAS NUBOSAS

Juan A. Flores Romero

Los restos de nieve aún brillaban en el suelo. La nieve no caía desde hacía dos días pero, por efecto del ambiente gélido, se había quedado petrificada a ambos lados de la calle. Hacía apenas unos minutos que había dejado de escribir. Guardé en el archivo las últimas líneas de un texto que merecía una revisión antes de ser publicado. El sabor de un café sin azúcar se deslizaba por cada uno de los espacios que tocaban la lengua y el paladar. Una fría sensación recorrió mi cuerpo. Tomé el camino habitual, hacia la colina de siempre, esa mole de tierra que espera, que respira, que absorbe el aroma de un paisaje quebrado por mil ramas dispersas por el suelo. El camino siempre se abre ante la vista roto por el paso del tren, mientras un puñado de ovejas atraviesa el paso a nivel. El viento azota la cara y endurece el alma, repleta de malestares que se disuelven entre las fuertes corrientes de aire, entre las rachas de viento y la fina lluvia que azota el rostro. Arriba espera la vida, el agua que serpentea entre un bosque de eucaliptos y una vieja ermita que pasa desapercibida. El camino escala hacia la mina del Vizcayo y se vuelve a hundir tragado por enormes charcos y un tramo de terreno embarrado. El mirador queda a un lado, por donde despierta la niebla, ladran dos perros enloquecidos y se disipan los últimos susurros de la tarde de espaldas al sol. Las estrellas siempre han moteado las noches de ese lugar perdido en un pequeño promontorio en mitad de la llanura. De nuevo, un nuevo tramo que escala a la mina, repleto de árboles, a un lado a otro, el escenario donde se pierde el alma y se disipan los pensamientos. El verdor del sendero y el ambiente acuoso hacen que la mente regrese a los recuerdos del valle. La mina llega sin avisar, como el tren de las 8.15, y se divisa el primer socavón que nos descubre un pozo destruido, atrapado entre las garras de la tierra que devora y que atrapa los últimos pensamientos mientras los árboles de alrededor mueren entre gritos que recuerdan un vetusto aquelarre. Los pasos se pierden en ese promontorio, miles de pasos que hallan su fin en ese socavón ya que nunca vuelven, pues en las mañanas nubosas -entre pinceladas de gris y suspiros de lluvia- hay lugares de donde nunca se regresa.

La vista desde lo alto es inmejorable. Gruesos mantos de nubes besan el suelo y camuflan entre sus delicadas volutas los prados, los árboles y las pequeñas granjas que motean el cerrado valle. Un inmenso mar blanco oculta la vida latente y tan solo asoman las colinas que rodean el valle. A la vista es como si la niebla ocupase un maar, anunciando la existencia de un volcán extinguido hace millones de años. El sol hacía el resto, llenando la atmósfera de destellos de luz y cubriendo la laguna de niebla condensada con un tul de colores que cambiaban con el paso de los minutos. En ese instante, recordé la escena de aquella casa devorada por las sombras de la tarde hasta naufragar en la oscuridad de la noche mientras el sol de iba alejando por las montañas.

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar