Extraterrestres en la Perestroika
El ovni que anunció el fin del comunismo
Daniel Utrilla reconstruye el desembarco alienígena en la ciudad soviética de Voronezh como excusa para ayudarnos a entender a los rusos y a nosotros mismos
Recorte de prensa de la época. Por Rubén Amón, 05/02/2021
Hay novelas y ensayos que comienzan con una cita. Acaso tres, cuatro. De acuerdo, 'Moby Dick', de Melville, amontona unas cuantas más, pero no se conoce ningún ejemplar que supere el centenar. Ocurre con 'Mi ovni de la Perestroika', un ensayo hiperbólico de Daniel Utrilla que refleja la propia grafomanía del autor y que desentraña la gran resaca soviética.
Conozco bien a Daniel. Porque fuimos compañeros muchos años en 'El Mundo'. Siendo yo corresponsal en territorio civilizado, Roma y París. Y siendo él corresponsal en territorio extraterrestre, la Rusia posterior a la caída de la URSS.
Citas. Podrían mencionarse las de Umbral, Nabokov, Tolstói, García Márquez, Woody Allen, J.J. Benítez y hasta Íker Jiménez. Todas ellas exponen la heterodoxia cultural en que se refleja el colega Utrilla, pero conviene detenerse en la primera de todas. Porque aloja todo el humor negro del mejor comunismo. Y porque introduce un ensayo delirante.
"La Perestroika tiene ante sí dos posibles escenarios. Uno realista: que nos visiten los marcianos y nos ayuden a resolver los problemas que afronta nuestro país; y otro fantástico: que podamos resolver estos problemas nosotros mismos". Tiene demostrado Utrilla que este chiste se arraigó en 1991. Procede ubicarlo en el espacio y el tiempo porque sirve de explicación tanto al título del libro, 'Mi ovni de la Perestroika', como a la increíble noticia que trascendió el 9 de octubre de 1989. Utrilla reproduce en una imagen inequívoca el teletipo de la Agencia EFE, que a su vez recoge el cable original de la Agencia TASS.
"Científicos del laboratorio de geofísica de Voronezh, a 500 kilómetros al sureste de Moscú, han confirmado el reciente aterrizaje de un objeto volante no identificado, y han hallado pisadas de alienígenas que dieron un pequeño paseo por el parque". "Una gran bola o disco brillante -sigo leyendo- fue visto sobrevolando el parque. Luego aterrizó, se abrió una escotilla y salieron una, dos o tres criaturas con formas humanas, así como un pequeño robot".
La información de la agencia estatal ofrecía otros pormenores. Los extraterrestres medían tres o cuatro metros de alto, pero tenían unas cabezas muy pequeñas. Y ya que estaban de paseo, la TASS confirma que hicieron varias apariciones, tres como mínimo, en aquella jornada.
El momento UFO se produce en un contexto ochentero de enorme credulidad y pasión hacia las visitas alienígenas. El propio Utrilla había nacido en un municipio de Madrid, San José de Valderas, donde se había 'acreditado' un avistamiento en 1967, aunque la sugestión hacia las estrellas tanto se explicaba en el flujo de la cultura nacional -Jiménez del Oso, J.J. Benítez...- como en el éxtasis de las películas de extraterrestres -'ET'- y de ciencia ficción.
La novedad del caso soviético consistía en que la URSS no formaba parte de semejante contexto occidental. Por eso tenía sentido otorgar cierta verosimilitud al relato de los testigos. Que principalmente fueron unos niños -igual que sucedió en Fátima- y que evocaron con bastante consenso los desperfectos que provocó en un árbol -un álamo- el aterrizaje de la nave espacial.
Poca importancia podría tener la Perestroika delante de semejante acontecimiento, a no ser que el ovni estuviera anunciando el fin del comunismo. Se demostraba que el chiste ruso interplanetario procedía de una referencia concreta y hasta científica, más o menos como si Voronezh fuera la Roswell soviética y la epifanía de una nueva época en que los marcianos acudían a recoger los escombros del muro de Berlín.
Daniel Utrilla no residía en Rusia cuando sucedió este memorable fenómeno, pero no desperdició la oportunidad de reconstruir la visita alienígena en los años sucesivos. El ensayo del que hablamos y que lógicamente publica Libros del K.O., menciona hasta cinco expediciones a Voronezh, no porque creyera posible el aterrizaje de unos extraterrestres de tres metros -Sabonis medía 2,17, que yo sepa, y Tachenko, 2,20-, sino porque aspiraba a reconstruir cómo se había originado aquella noticia. Y qué credibilidad se le llegó a otorgar.
Le aceptamos la excusa al compañero Utrilla. O al camarada Utrilla. Porque el ovni es un pretexto para hablar de Rusia la extraterrestre o la extraterrestre Rusia. Lo demuestra premonitoriamente una cita de Dostoievsky que Utrilla recoge en su manual de resistencia y que apela a la conducta lectora de una novela de Ray Bradbury: "Para Europa, los rusos constituimos un mundo totalmente distinto, como si hubiéramos caído de la Luna, de tal forma que hasta les resulta difícil conocer nuestra existencia".
No cabe mayor instrumento de conocimiento del que propone Daniel Utrilla, así es que el ovni de la Perestroika más bien parece un bastón de zahorí que indaga en la cultura, idiosincrasia, filosofía y antropología de un pueblo reconfortado en el sufrimiento y en el orgullo.
Bien podría decirse que es un libro encubierto sobre Tolstói. Y sobre otras vivencias que Utrilla acierta a contarnos desde la crónica periodística y desde la fascinación, como unas crónicas marcianas cuya verosimilitud no requiere trasladarse a otro planeta. Basta subirse a un tren, atravesar la taiga o recrearse en el impacto del capitalismo en un país que negaba la pobreza como negaba a Dios. Y sentirse incluso extraterrestre. No porque Utrilla mida tres metros ni tenga la cabeza pequeña, sino porque él mismo ha experimentado el papel del alienígena en territorio extraño. Le llegaron a pedir un autógrafo no por su fama ni por su gloria, sino porque no era ruso.
Me parece a mí que Utrillov ya es ruso. Él mismo se llama Utrillov en su correo electrónico, creo recordar, consciente de estar sometiéndose a un proceso de transformación cada vez más evidente y flagrante. Por eso, el mayor reproche que se le puede hacer a este ensayo no son las 644 páginas, que se agradecen, sino haber eludido escribirlo en ruso.
Porque Utrilla es ya un extraterrestre. Y porque el sentido del humor local, el ruso, ha sido un estupendo salvoconducto para sobreponerse a la avalancha de noticias estremecedoras. Recordemos, si no, la desdicha del oso Mitrofán. Y la cobertura de aquella noticia tan estrafalaria que involucró al rey Juan Carlos, cuando se le puso a tiro un plantígrado que residía en Vólogda y cuyos lugareños definían entre alegre y tranquilo.
Naturalmente que Utrilla estuvo allí, en Vólogda, para documentar los últimos días de un oso amoroso que el Borbón convirtió en proeza cinegética. Estuvo allí Utrilla porque ejercía y ejerce el periodismo a la antigua usanza, decimonónicamente. Desplazándose a los sitios, por muy lejos que estén. Y reconstruyendo las historias a mano, acudiendo a las fuentes cercanas y conservando la mirada ingenua de quien está dispuesto a creer en los extraterrestres siempre que no le cuenten que el ovni de Voronezh tenía forma de plátano.