Fima

Juan A. Flores Romero
Posiblemente Efraim Nomberg no te suene de nada. Supongo que a alguien más le sonará el nombre de Amos Oz, aunque sea por ser el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007. Si aún así no te suena ni uno ni otro, es muy probable que conozcas uno de los conflictos que más han marcado la frágil historia de Oriente Medio. Antes de la guerra de Siria o de las dos guerras de Irak, el conflicto árabe-israelí ha marcado la historia de la región durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Hace unos días oía en la radio que dos soldados palestinos caían abatidos por disparos de radicales milicianos en la franja de Gaza. Ya no tan siquiera hablamos del conflicto entre dos pueblos enfrentados por un pequeño territorio con una historia milenaria sino entre las mismas facciones que conforman el devenir del conflicto más enquistado de los últimos cien años. Palestinos asesinados por sus hermanos igual que Isaac Rabin, primer ministro hebreo, cayó bajo las balas de un exaltado ultraortodoxo judío. En medio de ese conflicto y a los dos años de iniciarse la Intifada de 1987, Amoz Oz escribe una de las obras que con más fuerza resume la esencia de este drama. A través de un personaje, Efraim Nomberg, alias Fima, el autor de "La caja negra" o "Judas" hace un retrato realista de un conflicto sin pretensión de posicionarse en ninguno de los dos bandos y con la lucidez que solo puede tener una persona equilibrada, nacida en aquella tierra antes de iniciarse la primera guerra árabe-israelí. Un conocedor del devenir de los hechos sobre el terreno, un jerosolimitano nacido en 1939, cuando en Europa los judíos sufrían la persecución nazi. Amos Oz nos relata con bastante fuerza la vida diaria de un israelí que solo busca vivir en un territorio que siente como suyo, que le vio nacer y que siempre ha sido observado con desconfianza por el resto de la comunidad internacional, un territorio que mucha gente está dispuesta a compartir con los palestinos con la única condición de que estos respeten el derecho de Israel a la existencia plena como estado. Fima aborrece el victimismo del que hacen gala algunos judíos con el tema del holocausto y que, en ocasiones, sirve de justificación para realizar acciones que se escapan al terreno de la ética. ¿Qué son Gaza o los territorios ocupados sino modernos guettos? Nada es justificable para un pueblo que, de forma tan brutal e intencionada, ha sufrido la persecución y el exterminio. Amos Oz habla de los territorios ocupados como "el lado sombrío de nosotros mismos". En los campos de la muerte y en los guettos de la Europa oriental pudimos comprobar lo bajo que puede llegar el ser humano. Nada justifica pues, la segregación y la reclusión de ningún tipo de población en los estrechos márgenes de un territorio del que apenas pueden salir. Nadie puede arrogarse el derecho de someter y aniquilar poblaciones enemigas por el mero hecho de mostrar una suerte de supremacía racial o derecho de propiedad. La solución siempre pasará por apartar a la Biblia de l política o por entender que aquella no es compatible con una sociedad que ha evolucionado pese a que haya reductos humanos que revivan una anacrónica visión de la realidad.
En las páginas de Fima se no presenta al israelí moderado, defensor del diálogo pero incomprendido por ambas partes, especialmente por su propio pueblo que interpreta el deseo de diálogo como una suerte de colaboracionismo con el enemigo o como una actitud meliflua propia de cobardes. Oz nos descubre la infinita belleza en las relaciones entre personas distintas igual que describe, en una de sus páginas, la maravilla que supone la contemplación de cucaracha, sin la carga de prejuicios que lleva asociada, por ser símbolo de lo sucio, lo despreciable, lo indeseable,... lo que, en definitiva, siempre definió al judío en las sociedades en las que vivió y en la que fue despreciado y perseguido. Amos Oz se interroga acerca del terror que suscita este bicho entre los humanos, un ser "que no es capaz de picar, que no sabe morder y que siempre guarda las distancias". Un miedo que explica el pánico al distinto, al que nos hace sentir inseguros. El autor escribe en una de sus páginas "dentro de cien años no quedará un alma aquí", haciendo referencia un conflicto que es germen de autodestrucción. ¿Qué Mesías querría eso para su tierra? ¿Es acaso Tierra Santa la metáfora del pecado o de la expulsión de paraíso? ¿Es posible que ese no fuese el lugar al que Dios pidió a Abraham que se dirigiese? ¿Una tierra infértil que mana leche y miel? ¿No será como aquel chiste judío que dice que Dios envió a Abraham, ya viejo y sordo, a Canadá y no a Canaán?
A través de Fima, Amos Oz hace un recorrido psicológico por la realidad que envuelve las décadas de conflicto árabe-israelí, haciendo especial hincapié en la defensa de una tierra en la que nació, a la que ama y con la que soñaba compartir con sus vecinos palestinos. El autor, que falleció el pasado año, no vio su sueño cumplido; todo lo contrario. El conflicto está cada vez más enquistado, con nuevas ramificaciones, sobreviviendo en un contexto geopolítico que deja poco lugar para la esperanza. Una Tierra Santa que lucha por ser un país en paz mientras ganan terreno los que han apostado abiertamente por la guerra. Fima representa al hombre idealista, consciente de sus raíces, de la belleza agreste de una tierra que siente como suya pero que en nada representa aquella vieja esperanza mesiánica que un día soñaron los pioneros que hicieron posible un estado para una nación dispersa y perseguida por el mundo durante dos milenios y que tan bien describe Amos Oz al hablar de la citada cucaracha: "le llenó de admiración la forma precisa y delicada de ese ser que ya no le parecía repulsivo sino maravillosamente perfecto: representante de una raza odiada, perseguida, desterrada a los desagües, una raza experta en el arte de la supervivencia obstinada, en la rauda astucia de los escondrijos, que se convirtió en una víctima de una aversión ancestral producto del miedo, de la crueldad pura y dura, de los prejuicios heredados".