Hölderlin, la locura y el abismo
Juan A. Flores Romero
Paisajes pelados. Ruinas medievales, sombras entre las brumosas horas del amanecer,... Todo ello nos recuerda a ese movimiento denominado Romanticismo que vino en Europa confundiéndose entre los últimos coletazos de un neoclasicismo fruto de la ilustración y la razón. Tras un siglo en que primó la inteligencia por encima de todo, la capacidad del hombre por racionalizar sus deseos, sus anhelos y sus miedos,... floreció en Alemania un movimiento que apostaba por todo lo contrario: los impulsos y los sentimientos frente a lo puramente racional. Y ahí surge la figura de Hölderlin, Goethe, Hegel o Schiller y de tantos otros escritores que vinieron después y que fueron moteando la geografía europea. Había llegado el momento de que el yo emocional venciera sobre el yo racional. Aún Sigmund Freud no estaba en escena, ni siquiera en el mundo, para explicarnos lo que pudo haber supuesto aquel paso tan trascendental. No obstante, nunca hay que olvidar que los periodos literarios no son compartimentos estancos y que en plena época romántica aún quedaban restos de esa literatura neoclásica que se resistía a desaparecer. No olvidemos que los finales del XVIII y principios del XIX fueron años de grandes transformaciones políticas, económicas y sociales en toda Europa.
La honda preocupación de Hölderlin fue el dilema de aceptar aquello que somos con resignación o plantar cara a las circunstancias y oponerse vivamente a aquello que la naturaleza o la moral nos quiere imponer. Surge, pues, en este poeta la rebeldía propia del romántico frente a un mundo de ideas preconcebidas, viejo, arcaico, en el que no caben reinterpretaciones de las normas, porque ya vienen dados por la moral social. Stefan Zweig en su obra "La lucha contra el demonio" subraya el alejamiento de "las cosas del mundo" en Hölderlin, comparándolo también con Nietzsche y Kleist, "y es que aquel a quien el demonio estrecha en su puño, se ve arrancado de la realidad".
De formación clásica y lector asiduo de Kant fue uno de los padres del idealismo alemán, de la mano de Schelling y Hegel. "Solo lo que es objeto de la libertad se llama idea". Esto nos viene a confirmar que las ideas sin libertad pierden toda su naturaleza, que el hombre solo se puede desarrollar plenamente en un clima de libertad total; libertad creadora y libertad existencial, un estado en el que la moral impuesta tiene un poder relativo y en el que es el individuo el que es capaz de elegir su destino. Este pensamiento romántico se basa en la idea de lo espiritual y lo pasional frente a lo racional, y fue germen, aunque solo en parte, de las ideas totalitarias del siglo XX que negaban el poder de la razón frente al poder de los ideales y las pasiones. En Hiperión reflexiona, por cierto, sobre el poder y el sentido del estado. "Siempre que el hombre ha querido hacer del estado su cielo, lo ha convertido en su infierno". Un dato que contrasta con aquellos que relacionan Romanticismo e irracionalidad con el poder de los totalitarismos que movieron masas durante la primera mitad del siglo XX.
La casa de Hölderlin estaba en el pequeño pueblo de Lauffen, cerca del río Necker. Como recogería Stefan Zweig en su obra "La lucha contra el demonio", "los ríos con sus meandros de plata cruzan los viñedos". Esa época perdida y añorada para Hölderlin es la infancia donde siente el verdadero contacto con la naturaleza, con lo divino, con lo espiritual, porque a Hölderlin le falta tierra y le sobra ingravidez. El desgarramiento de su poesía se acrecienta en sus primeros versos. Es el periodo de la adolescencia; su melancolía parece incurable. Zweig lo manifiesta con esta frase, "el único deseo de Hölderlin (...) es servir al arte y a los dioses y no a la vida y a los hombres". Por eso se aleja del "banquete de la vida" y se vuelve un ser sensible, desconfiado, ausente, interesado únicamente por la búsqueda de lo divino, muy alejado de los bienes temporales y de la pasión terrenal de otros coetáneos como Schiller o Goethe.
Hölderlin es un fantasma en este mundo; su poesía flota en el éter o parece penetrar en la senda del más allá, fuera de las fronteras terrenales, como si los dioses le abrieran los brazos aunque, como recuerda Zweig, "los dioses castigan siempre a aquel que se les aproxima demasiado; destrozan su cuerpo, ciegan su vista y arrojan al audaz al fondo del abismo del destino". En medio de todo su caos mental, Hölderlin ya ha decidido consagrarse totalmente a la poesía a pesar de su formación humanística y clásica, tomando como eje el dolor como medio para llegar a lo divino. Es un místico en plena era romántica. Defraudado por su realidad, crea su patria originaria en el mar y en el oriente y consagrando a Hiperión como "la sombra luminosa de Hölderlin".
Como hijo de su época, la existencia es una de sus preocupaciones. El suicidio se baraja como una salida a este mundo de sufrimiento y gravedad. Diría con vehemencia, "entregáos a la naturaleza antes de que sea ella la que os tome", y sobre la misión de los poetas en el mundo: "debe marcharse aquel cuyo espíritu ya ha hablado". La tierra es un mundo de tránsito hacia lo sublime. El ser humano no puede corromperse por vivir demasiado, por dejarse contaminar por los males y la inmoralidad. Por eso nos recuerda, "mueran, pues, los hombres libres, esos hombres felices, mueran antes de que caigan en el egoísmo, en la frivolidad o en la ignominia". El dolor es una peculiaridad del hombre y hay que evitarlo con la muerte o con la evasión a un paraíso perdido. El dolor es fuga pero, a la vez, encuentro con uno mismo. Recogiendo palabras de Nietzsche, "solo el dolor libera al espíritu, solo él nos obliga a descender a lo más profundo de nuestro ser".
Según Zweig, la poesía de Hölderlin goza de los tres elementos de la filosofía clásica: agua, aire y fuego. Le falta, pues, la tierra. Lo material o terreno no tiene cabida en la obra de Hölderlin como sí ocurre en autores como Goethe. Su poesía, dice Zweig, es "una victoria sobre la gravedad". En Hölderlin, la tierra se relaciona con el enemigo, la fuerza bruta, los bajos instintos. Pero su vida es ingrávida y musical. En "La lucha contra el demonio" se descubre todo un universo musical y etéreo en la obra del poeta alemán.
"La melodía de Hölderlin, como la de Keats, y a menudo como la de Verlaine, parece tomada de las regiones cósmicas de los sueños". Son poemas de difícil traducción; no se parecen en nada a los que escriben Schiller o Goethe. Su poesía representa al idealismo más allá del tiempo y el espacio. Como sentenciaría Stefan Zweig en su obra, "si Goethe es el Zeus de Otricoli, dios de plenitud y de fuerza, Hölderlin es el joven Apolo, el dios de la mañana y del canto". La música es la savia del romanticismo y del hombre truncado por el dolor de vivir. Según Nietzsche, "la música penetra siempre con más fuerza en los hombres sacudidos por la pasión, debilitados y sometidos a tensiones violentas o desgarrados en lo más íntimo de su ser".
La poesía y la música para Hölderlin tienen el valor de maestra; es más que un género, más que una disciplina. Es una creación del espíritu que nos vuelve sublimes que nos hace seres especiales ante el resto de la creación, que nos dota de la sensibilidad para mirar y admirar el mundo que nos rodea. La belleza es la esencia de la filosofía y esta nace en la naturaleza con toda su fuerza sagrada, muy alejada de la idea de Hegel de mantener la poesía en lo puramente filosófico en un experimento científico. Hölderlin se mira en el espejo de lo creado, de la maravilla que nos rodea y lanza el concepto de que "el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona". Apela a la infancia perdida en un mundo que solo supo juzgarle como un loco, una criatura desquiciada alejada de la realidad de un mundo que se transformaba a pasos agigantados y que perdía esa capacidad de soñar, de sentir el latido de cada instante e incluso de ser consciente de los últimos latidos como parte de la vida. Hölderlin fue un icono del Romanticismo alemán más puro y quizá uno de los grandes olvidados por el gran público en una sociedad que demanda no evasión sino una profundización mayor en la esencia de lo que somos y de la capacidad que tenemos para perseverar en nuestros sueños.