Infortunios
CAMA SUPLETORIA
Sus dedos pulgares danzaban sobre aquel conjunto de teclas con las letras ya desgastadas. Aquel mensaje le había dejado pensativo. Ella aún deseaba desde el anonimato que concede la tecnología hacerle ver que lo suyo no iba en serio, pero merecía la pena. Aún recordaba aquella tarde de lluvia en que dio con ella en una popular página de contactos. "Te espero de nuevo, ya sabes que lo nuestro es fugaz, como la vida, pero necesario. Ni tú ni yo tenemos esa chispa para sobrevivir a la tormenta de nuestra realidad. Solo nos agarramos a un trozo de madera en medio del naufragio. Eso nos da un tiempo de vida. No lo pierdas. Te espero; no lo dudes. Te espero". Su mirada se clavó en aquel mensaje, que contemplaba con una mezcla de nostalgia y un halo moribundo de hilaridad. Él moría por estar con ella, con volver a otra cita a ciegas. Pero inesperadamente un dedo se deslizó. Como un torrente desbocado, uno de sus pulgares seleccionó la dirección que conduciría ese mensaje al whatsapp de su esposa en un gesto entre la culpa y la torpeza. Tal vez fue un acto inconsciente, un reflejo... Títítíí... Su mujer estaba a su lado con los brazos caídos por el sueño. Tan cerca y tan lejos. Él la observó lentamente mientras ella se aproximaba al móvil. Malditos whatsapps. No hay nada como dormir una siesta. Cariño, dijo a media voz, ¿me lo puedes leer y luego me estrechas entre tus brazos?
PRUEBA DE FE
Nunca quise pasar a una propiedad ajena. Y menos a una que claramente anunciaba "prohibido el paso", ya que era una reserva del ejército. Siempre había soñado con penetrar en terreno peligroso, más allá de aquellas atestadas tabernas en las que se coreaban eslóganes deportivos. Pero un día quise saber lo que suponía violar las normas. No quise empezar por cualquier cosa sino por algo que realmente fuese significativo para mí. Porque, ¿qué importancia tiene no recoger los excrementos del perro? ¿O saltarse un par de semáforos en rojo? Yo quise saber qué suponía violar normas de verdad y me dispuse a entrar en terreno sagrado, en el Sinaí de ese puñado de funcionarios que dicen defendernos del enemigo. Deseaba sobrevivir o morir en el intento, probar mi valor más allá de lo racional, porque en el fondo nos riega sangre carroñera. Quise probar mi valor atravesando ese maldito campo de tiro, esperando esquivar alguna ráfaga de ametralladora o una silenciosa mina semienterrada. Lo cierto es que paré el coche en la cuneta y, tras avanzar unos pasos sintiendo como mi cuerpo estaba a punto de desvanecerse, me quise convencer de que era buena idea violar las normas. Para ello contaba con otra media botella de whisky. A veces para entrar en trance uno necesita el elixir de los chamanes, porque ellos, como yo, necesitamos pisar terreno ajeno, probar nuestra valía y olvidar que lo hemos hecho. Solo así uno puede volver a hacerlo otra vez. Así fue como me adentré en aquella tierra baldía, porque siempre quise poner pie en tierra peligrosa. Por un momento, pensé que podría volar en mil pedazos después de notar un clic metálico bajo uno de mis pies. No fue así. En el suelo yacía un cartel de "Se vende terreno" junto a un par de azadas corroídas por el óxido. A un par de metros de mí, un conejo movía su hocico a una velocidad de vértigo. Luego me miró y se perdió en el infinito.
DULCES SUEÑOS
Pipo comió con fruición de su cuenco de pienso. Paseó sigilosamente, como si quisiera levitar, y comenzó a escarbar concienzudamente en el suelo. Apoyó sus patas traseras y orinó plácidamente. Tomó agua de su balde en el que aún no flotaba ni una sola fibra de su blanco pelaje. Pipo era un señor, por eso se estiró apoyando fuertemente contra el suelo sus patas delanteras, dejando caer las traseras. De nuevo volvió a posar orgulloso, cabeza en alto, sobre su balde de agua. Las noches son para los gatos, pensó la mascota. Porque los gatos piensan, sobre todo cómo vengarse de alguien que le reprende. Pipo comenzó a sentir un dulce sueño -después de retozar y de girar sobre sí mismo en un intento de atrapar su abultada cola- en el que seguramente aparecían gatitas en celo, pelotitas de muchos colores, esas gominolas que el amable dueño ofrece los domingos a sus consentidas mascotas. Pipo durmió evocando las ondas en el balde de agua que se iban borrando en su mente felina, poco a poco, hasta desaparecer en el sumidero de la nada más absoluta donde concurren todos los que un día optaron por dejar borrar su memoria. Pipo ya estará hecho un ovillo, pensó su dueña mientras conducía su coche y despejaba con cuidado los cabellos que caían sobre su cara. El sueño le vendrá bien después de esas noches que se pasaba maullando en medio de esos rayos de luna que le hacían lucirse majestuoso sobre la baja tapia del patio. Todo el mundo tiene derecho a descansar; también Pipo.
¿QUIÉN MATÓ A SHAKESPEARE?
Yo no maté a Shakespeare, dijo con voz enérgica el encorvado Shylock, aquel sucio y asqueroso comerciante que había renunciado a todo con tal de vengarse de aquellos que habían dañado su reputación. No me importa perder todo mi dinero con tal de recuperar mi dignidad -confesó a Porcia- . Yo no soy un asqueroso ser sin valores, sin normas, yo no he traicionado mis principios -masculló mientras la sujetaba con fuerza. Tal vez otros sí lo hicieron; tal vez los que mataron a Shakespeare y ahora gozan de dinero y reputación. Nadie tomó ninguno de mis venenos para acabar con él, pues están a buen recaudo; yo tampoco. Quizá alguien se apresuró a envolver el cuerpo sin comprobar sus heridas.
Aquel genio inglés fue enterrado en el más rotundo de los silencios. Bajo la tierra, la oscuridad devoraba vivamente todas las libras de carne que Shylock exigió al desafortunado Antonio en aquella obra ambientada en la sórdida Venecia. La creación, una vez más, se vuelve contra su creador.
¿QUIÉN SE BEBIÓ EL VINO?
Descansaba plácidamente mientras Marta, su mujer, le miraba atentamente. Aquella copa aún conservaba restos de un líquido rojizo, tal vez algo pegajoso. Pero Lucas ya no estaba para plantearse qué demonios bebía a cada minuto. Marta aún sostenía el teléfono. 016 o 092. Una lágrima le corrió por aquella mejilla surcada por días de luto y noches eternas. Lucas apenas había dejado de comer cuando el sueño fundió su mirada y borró sus recuerdos.
ALAS DE METAL
Federico descubrió atónito que la puerta de la celda estaba abierta. Lanzó una mirada a aquel corredor oscuro y comenzó a correr como una alimaña asustada hacia el fondo. Clac, clac, una puerta abierta. Clac, clac, y otra más. Clac, clac. Federico comenzó a sentir calor, mientras sus manos se enfriaban y su boca comenzaba a secarse. Con la cabeza en el suelo pudo sentir el frío reflejo de la luna atrapando cada uno de sus huesos.