La Doctrina Monroe y la América de Trump
Juan A. Flores Romero
Estamos ya a poco tiempo de conmemorar los 200 años de una de las estrategias políticas que han marcado no solo la historia del continente americano, sino el devenir de Europa y del mundo. Aún inmersos en aquella sociedad romántica de los Shelley y los Byron, de los imperios coloniales y de las pretendidas revoluciones napoleónicas, surge al otro lado del Atlántico, en 1823, la controvertida Doctrina Monroe que lleva el nombre del presidente que estaba en el poder aunque fue elaborada por John Quincy Adams. Aquella decisión establecía que no podía tolerarse ninguna intervención de las potencias europeas en el continente americano. Se hizo famoso el lema "América para los americanos" que suena mucho a esa otra que reza "América primero" y a aquella que defendía George Washington y que se basaba en una profunda desconfianza hacia las potencias colonialistas europeas, y tal vez muy similar a los planteamientos de Wilson, Roosevelt o Truman. Y es que América se hizo a base de crear una pretendida identidad nueva contra aquella que representaba la Europa del Antiguo Régimen basada aún en el poder de la monarquía y la nobleza que hicieron frente a los aires revolucionarios llegados a Francia desde las Trece Colonias. ¡Era posible enfrentarse al poder absoluto de los reyes! ¡Al fin la burguesía, esa clase social silenciosa, podía alzarse con el poder para lograr el buscado "laisser faire", clave en la economía que buscaba mercados internacionales a través de las compañías comerciales. Las revoluciones burguesas se abrían paso en medio de un continente que se estaba emancipando desde los albores del siglo XIX y que contemplaba como la Europa de 1815 había apostado por los viejos valores del régimen absolutista mientras un "novus ordo seclorum" surgía con fuerza. Hoy asistimos a una América que ha abandonado escenarios lejanos: Afganistán, Irak, Siria y que mantiene una tímida influencia en Oriente Medio. ¿Hay algo que se está moviendo en la política exterior de los Estados Unidos? Realmente un día antes de la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente venezolano, Marco Rubio, senador estadounidense conservador, había tenido un encuentro son Donald Trump y él mismo manifestó en redes sociales que al día siguiente habría un cambio importante para la política exterior de los Estados Unidos relativo al asunto de Venezuela. ¿Alguien puede creer que alguien se autoproclame presidente sin el apoyo tácito de una potencia extranjera como garantía? ¿Es posible derrocar a un tirano como Maduro sin una influencia exterior como Estados Unidos? ¿Es sensato pensar que eso es así sin intereses de por medio?
La América de Trump o la del tío Sam no quiere renunciar a mantener una hegemonía en el continente y, aún más, después de apostar por la retirada de otros escenarios que desde Corea y Vietnam no han traído sino dolores de cabeza para las respectivas administraciones norteamericanas y monstruosos ingresos para las arcas de la industria armamentística. Pero Trump quiere otro futuro para la política exterior de su país con una Europa de la que recela, a la que quiere subir las aportaciones a la OTAN, de la que disiente en muchos aspectos básicos, a la que en ocasiones ve cercana a su rival económico, China, y muy amenazada por la influencia de Rusia (no necesariamente por vías militares sino por medio del espionaje informático). Rusia es un factor de inestabilidad en una Unión Europea creciente,... y Estados Unidos lo sabe.
Trump quiere un continente que haga frente a los retos de un siglo XXI para América. Sí, Trump podrá ser un excéntrico, un grosero y un mujeriego compulsivo pero, ante todo, sabe lo que quiere después de haber visto que uno de los ejes fundamentales de la política norteamericana, la exterior, salta por los aires, embarrada en los cenagales de guerras interminables en el Medio Oriente, herencia de administración Bush. Y, como más de uno sabrá, las herencias suelen provocar jaquecas. El Tío Sam sabe que debe buscar nuevas áreas de influencia más allá de las arenas que inmortalizaron a Laurence de Arabia. Tal vez el Estado islámico celebre este nuevo giro y se plantee ocupar el solar vacío que dejan en ese suelo maldito o es posible que países como Rusia o Turquía, este último aliado de Estados Unidos y muy cercano a los planteamientos de Putin, apuesten por resolver los problemas de esa zona caliente del mundo como ya hicieron con los armenios o chechenos, amén de los kurdos de los que ya no se oye hablar (debe ser que ya no son útiles a la causa).
Estados Unidos siempre sorprende por sus giros, por sus propuestas. ¿Alguien imaginaba que aquel actor, Ronald Reagan, iba a ser una de las personalidades más influyentes en la geopolítica del siglo XX? ¿O que Lee Harvey Oswald diera un giro a un proclamado aperturismo al Este por parte de la administración Kennedy?
Para América, Europa siempre ha sido un aliado y un obstáculo. Fue América quien ganó ese pulso con el viejo continente tras las dos guerras mundiales, marcando las políticas que llevaron al reparto de influencias en Europa, a la creación del Telón de Acero, a la contribución a la reconstrucción del continente bajo los parámetros del modelo norteamericano, a la refundación de una pretendida sociedad de países, la ONU, en la que Estados Unidos iba a tener un protagonismo indiscutible, institución que bendijo muchas de las intervenciones bélicas protagonizadas por la potencia yanqui en defensa de sus propios intereses. ¿O alguien se planteó que una invasión de Kuwait por tropas iraquíes para controlar un campo de pozos petrolíferos podía provocar uno de los mayores conflictos de las últimas décadas? ¿O que la defensa de los derechos humanos podría ser la justificación para pulverizar gran parte del territorio sirio con ayuda de otras potencias aliadas? ¿O que Sadam Hussein era una suerte de ángel caído cuando desde décadas estaba masacrando y oprimiendo a su pueblo con ayuda financiera de Estados Unidos contra los intereses de los chiitas iraníes?¿Ya no hay derechos humanos que defender allí? ¿O por qué no lo hacen en los campos de refugiados saharauis o en los campos de los desheredados palestinos en Jordania? ¿Les preocupa siquiera que Yemen esté siendo bombardeado con ayuda saudí desde hace años? No, en absoluto. Trump no tiene problema en seguir visitando aquella monarquía medieval, paraíso del petrodólar, y mostrar su amable sonrisa a unos mandatarios que socaban sin pudor cualquier atisbo de Derechos Humanos.
¿La América de Trump se parece a esas otras Américas que hemos conocido en las últimas décadas? Es posible. Geopolítica, estrategia,... Ahora Trump se vuelve a su continente para refundar una pretendida alianza que haga reflotar ese prestigio perdido en otros puntos del mundo. No juzgo si está bien o mal, solo es una realidad a analizar y una reflexión sobre la dirección que puede tomar un mundo estructurado en bloques y en áreas de influencia en el cual Europa tendrá que encontrar su lugar no solo como socio sino buscando oportunidades para liderar esos cambios que se están produciendo en el mundo... en Cuba, Venezuela, Brasil, México,... La América del siglo XXI vuelve la vista a John Quincy Adams para proclamar con fuerza "América para los americanos" mientras Europa o China pretenden colarse por las grietas abiertas en unas sociedades que sopesan las virtudes de abrir los brazos al hermano del norte.