La maravillosa librería de Petra Hartlieb
«¡Mierda, tenemos una librería!»
Y uno se ve con el parche tras la cámara, en la diligencia junto a John Wayne, al galope y con los indios pisándole los talones. Agárrense, porque es Petra Hartlieb, efusiva y pasional, temeraria y tenaz, lo que viene siendo una librera de ley, vamos, y con las sacas llenas de historias y libros.
Ya ves, dos copas, una subasta en internet, y ¡zas!, una librería: la vida y sus cosas. Dejar atrás Hamburgo y su trabajo de crítica literaria, de ejecutivo editorial su marido, y sin casa, dos hijos, ninguna experiencia y con un préstamo tremendo, buscarán su futuro en una librería tradicional de un barrio vienés. Sí, el librero que esto les cuenta intenta moderar su entusiasmo, templar el ritmo y la alegría de poder reseñar este libro, porque Hartlieb va a lanzarnos a compartir lo que significa vivir (de) la pasión por los libros. ¿He dicho pasión? La locura de querer ser librero, y Petra sabe bien que «los motivos que tuvieron para ser libreros unos y otras, lo único que todos tienen el común es una cierta dosis de locura: la obsesión por los libros, que sólo se puede entender cuando uno mismo está poseído por ella». Y claro, yo también estoy envenenado. Todavía recuerdo, tras un amplio análisis de una asesoría para mi librería, cuando una fría burócrata me dijo seria: "El problema con los libreros, en la gestión de su negocio, es que están enamorados del producto, y pierden la perspectiva empresarial". Mi sonrisa fue homérica, y supo que no había nada que hacer, somos casos perdidos.
Pero no se queden ahí, perdón, pasen, pasen, cojan el libro y abran la puerta de esa bella ilustración de Alejandra Manzano en cubierta, recorran sus páginas y sientan la emoción de compartir un sueño, con sus pesadillas, claro, plagado de anécdotas divertidas, clientes estrambóticos, escritores famosos, campañas navideñas, ayudantes libreras de día y músicas de Death Metal de noche, el agotamiento y la mala conciencia por la complicada conciliación familiar, luchar contra reformas imposibles que convierten la librería en una zona de guerra y gritos, comerciales que terminan comiendo pizza junto a tu hija que ya se ha acostumbrado al caos, presentaciones que acaban a la carrera, risas, lloros y libros, muchos libros porque, como dijo un ayudante que tuvimos un verano, "en una librería siempre es como el Día de Reyes", porque a pesar de pasarse uno el día moviendo cientos de títulos y contando mil historias y argumentos, cuando llegan las cajas de novedades nos tiemblan las canillas y las abrimos como si fuera el primer día, emocionados al ver a ese autor fetiche, aquella edición, pensando en el cliente exacto para esa historia, y al que harás feliz. Feliz, sí, porque esto es pasión con tintes apostólicos, pura diversión, o, como dice Hartlieb, los libreros siempre intentan «hacer lo que más les gusta y lo que mejor saben: contar historias, charlar con los clientes, envolver libros para regalar, divertirse».
Lo sé, amas los libros, acabas de terminar este, embriagado por esa prosa ágil y directa, y ahora mismo te mueres por abrir una librería. Pues ya ves, avisado quedas, sólo te lo recomiendo si tu psiquiatra ha confirmado el diagnóstico, y este es enajenación. Lo que es nosotros, los cientos y cientos de libreros que cada día os esperamos en nuestras pequeñas trincheras, ya no tenemos cura «todo lo demás nos parecería aburrido», y estamos afortunadamente condenados a «seguir porque no nos queda más remedio. Porque no hay nada que sepamos hacer mejor. Porque no hay nada que nos guste más».
P.D.: Ah, y no hacemos fotocopias, ni vendemos ese documento de hacienda, ni sabemos a qué hora pasa el autobús que va al centro, pero si vemos que te brillan los ojos al tocar ese libro, ese, vamos a llevarnos muy bien, querido lector, y esta ya es tu casa. Bienvenido a nuestra maravillosa librería ¿Se lo pongo para regalo?
Autor del texto: Adolfo López Chocarro, Librería Zubieta (Donostia-San Sebastián)
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