La sinagoga del agua, un espacio cultural sefardí en Úbeda

11.02.2019

      Aunque voy a redactar en breve un artículo sobre algunas consideraciones simbólicas y artefactuales sobre este espacio cultural sefardí descubierto por mí hace unos meses en los medios y visitado ayer en un viaje a la ciudad de Úbeda, por cierto muy recomendable, os dejo con un estudio relatado en un blog titulado "Bajo el sol" en el que recoge una explicación bastante buena del espacio en cuestión en su contexto histórico:


   "Muy a nuestro pesar, a veces hemos perdido parte de nuestra cultura; unas veces sin querer, otras, sin querer ... evitarlo".


     Desde que en el año 1.492, la comunidad judía fue expulsada de la España antigua -de Sefarad-, u obligada a convertirse al cristianismo, casi todo su saber, casi toda su cultura, los lugares donde habitaron, donde rezaron y lloraron a sus ancestros, los ritos que practicaban y hasta su forma de cocinar se fue perdiendo poco a poco de nuestra memoria, obligados en gran medida por el miedo, la presión popular y la presión ejercida también, por el Tribunal de la Inquisición.Qué lejos queda aquel famoso año -1.492- y, qué sonoro aún el chocar del crucifijo, que según la leyenda arrojó Tomás de Torquemada -inquisidor general del reino- a los pies del rey Fernando "el católico" recordándole: ... Judas vendió a Nuestro Señor por 30 monedas de plata; su Majestad está a punto de venderlo de nuevo por 30.000. El comentario de Torquemada era un reproche al rey Fernando por haberse entrevistado con Isaac Abravanel, destacado miembro de la comunidad judía en esa época, el cual, habría ofrecido una gran suma de dinero al rey Fernando para que no hiciese efectiva la expulsión de su pueblo -uno de los mayores errores históricos cometido por los gobernantes en España, y, motivado entre otras causas por las matanzas causadas a éste pueblo y por el odio con el que eran tratados por los bandos enfrentados en las distintas guerras civiles a lo largo del s. XIV, y otros muchos y variados sucesos anteriores, a pesar de ser considerados "propiedad de la Corona"- que se consumaría durante ese 1.492 mediante el Edicto de Granada, tras conceder tres meses para vender sus posesiones y abandonar España.


     Hace relativamente poco tiempo -año 2.007, en Úbeda (Jaén), durante el derribo de unas casas en el barrio antiguo, camuflados entre los tabiques, fueron apareciendo una serie de piedras labradas, columnas, arcos, etc. No puede decirse que fuera algo premeditado pero, como si hubiesen formado parte de un puzle que casi nadie conociese, piedras, personas, espacio y tiempo, se conjugaron para dar sentido a todo el material que iba apareciendo desperdigado de distintos lugares de las viviendas durante el en un principio derrumbe, después meditada, estudiada, decidida y controlada reforma.
Desde su apertura al público, apenas un par de años después, había pensado que debería encontrar un hueco para visitarla pero, cosas de la cercanía -en el espacio-, siempre la dejaba para algo más tarde y, no llegaba a decidirme a visitarla. Hasta que en junio de 2.015, decidí que era el momento apropiado. Creo que elegí bien el día, ya que el calor en el exterior era bastante fuerte, no menos de 30ºC y, en el interior, el frescor, el rumor del agua en los pozos, el olor de la piedra -aislante natural de ruidos y temperatura-, el aire tranquilizador en que transcurrió la visita a la Sinagoga - guía y visitante, solamente-, hizo que me diera tiempo a disfrutar del lugar, y a meditar varias ideas ¿ilógicas?, sobre hechos curiosos de ésta cultura: el motivo de deber realizarse las copias de la Torah sin ninguna errata, totalmente fieles al original, en caso de haberla debe ser desechado el manuscrito; sobre la kabbalah y la alquimia; sobre los 4 elementos en que los griegos subdividían la materia: aire, agua, tierra y... fuego -que no recuerdo haberlo visto durante la visita, salvo en algunas velas-; sobre la numerología, iba buscando relaciones entre los números y los objetos que veía, 1 retrato de Hasday ibn Shaprut, 1 pozo con agua en movimiento -aunque todos tenían agua- y, 1 ¿tragaluz? en el suelo -no me imaginaba entonces para qué se utilizaba-, 2 personas en el interior de la Sinagoga y dos puertas en la misma -la de entrada de los fieles y la de entrada del rabino-2 galerías de las mujeres, 3 espacios en que estaba dividida por la situación de las columnas encima de las cuales se apoyaba la galería de las mujeres, 4 arcos de medio punto, 5 libros que forman el pentateuco, 6 puntas de la estrella hebrea, 7 pozos en la sala de oración y 7 las escaleras que había bajado para acceder al nivel del interior de la Sinagoga, 7 brazos la menorah, 8 lados tenían algunas de las columnas -de origen visigodo-, 8 número que representa el equilibrio y es representación de Dios en algunas culturas, 9 brazos en la hanukkah...


     Una primera parte de la visita bastante agradable, en la que llamó mi atención una piedra labrada y calada que se encontraba encima de la puerta del alma, por donde se supone que entraba el rabino a la Sinagoga. Una piedra con el sello de Salomón o estrella de David en la parte exterior de la sala de la Sinagoga, con el hexágono interior de dicha estrella hueco; desde el interior de la Sinagoga, la piedra tenía labrada una granada hueca. La guía, me informó que esa piedra originalmente debería estar encima de la puerta de entrada de los fieles -¿?-, el motivo, era que formaría parte activa del fenómeno solar durante el solsticio de verano.


     La visita continuó un nivel por debajo de la sala principal de la Sinagoga, que ya de por sí, se encontraba por debajo del nivel de la calle, y -también-, del nivel de las iglesias de la ciudad. Para acceder a esta remota y discreta sala, había que bajar unas escaleras excavadas en la piedra, de altura bastante irregular, que desembocaban en un estrecho pasillo semicircular que gira primero a la izquierda y después a la derecha; excavado todo en la piedra arenisca. A la altura de los ojos, unos canales excavados también en la piedra arenisca llevaban agua de un lugar a otro. A la vista, pero inalcanzables a la mano. Un dintel de piedra daba paso a una sala rectangular con las paredes laterales tapizadas con ladrillos macizos, formando un arco de medio punto. La pared del fondo, parecía encontrarse sin alterar. Con un aspecto de piedra arenisca amarillenta y bastante húmeda, excavada y desgastada durante años por el hombre y la humedad; un maltrato intemporal y aún así, aparentemente inalterable al tiempo. 

     En el centro de este espacio, un hueco en el suelo, rectangular, con siete escalones para seguir bajando hasta una pequeña balsa algo más cuadrada, llena de agua, de unos 65 centímetros de profundidad, aunque en la antigüedad debió tener un nivel más alto de agua a juzgar el desgaste -alrededor del 4º escalón de profundidad- en las paredes. Esta sala era el lugar más sagrado del complejo religioso antiguo en el que parece estar encuadrado el edificio. Un espacio sagrado desde la Edad de Bronce - muchos de los actuales edificios religiosos han sido establecidos encima de santuarios de otras culturas desde esa época, por ser lugares donde se perciben mejor las energías o chocan las líneas de energía terrestre-, el lugar con mayor poder energético, a juzgar por su forma circular y campaniforme, según se observa y destacan los estudios sobre el complejo. En la Sinagoga del agua, el mikveh, el baño sagrado, sería el alma del edificio, aunque aún no tenía excesivamente claro el motivo. Mi guía me preguntó si había visto el solsticio allí, pero era la primera vez que visitaba la Sinagoga de Úbeda-. Me contó que era un momento mágico. Consiguió despertar mi curiosidad y, junto a la tranquilidad y bienestar que sentía allí, decidí que tampoco perdía nada por averiguar algo más sobre el solsticio y si realmente era bonito e interesante, podría plantearme visitarlo.
     Continuamos la visita subiendo a un nivel intermedio entre la Sinagoga y el mikveh. Una sala llena de tinajas enfiladas a ambos lados del pasillo; un espacio dedicado en la época de uso de la Sinagoga a almacenar comida -carne seca y pescado salado-, bebida -agua y vino- hortaliza, fruta de temporada y otros alimentos. También almacenaban aceite de oliva para cocinar, típico en la cocina sefardí y hebrea por extensión.
La siguiente sala, era un espacio dedicado a cocina, y en determinadas ocasiones, comedor. Con abertura al exterior, pero a un supuesto patio interior ahora desaparecido de la Sinagoga. Unos escalones más y subíamos al nivel del complejo religioso, pero a la sala anterior al mismo, donde acabaríamos la visita.
Me quedé con la necesidad de repetir la experiencia. Las sensaciones que había experimentado: el frescor, la tranquilidad y relajación que entonces sentía, el aislamiento del exterior, la curiosidad por ver el solsticio y la agradable visita en general, me inducían a repetir -ahora tengo claro que no estaba equivocado-.


     Debería esperar hasta el solsticio, un par de semanas después, para repetir la experiencia y de paso, demostrarme a mí mismo, que merecía la pena una segunda visita. De momento, la visita sirvió para aceptar que no todo el patrimonio desaparecido se encuentra perdido; algunos objetos, historias, construcciones, tienen la rara facultad de aparecer en el momento oportuno para ser vistas, observadas, escuchadas; tienen la rara facultad de aparecer cuando pueden ser realmente reconstruidas, visitadas, apreciadas y, disfrutadas.Mi agradecimiento a la familia Crespo por recuperar, permitirnos visitar y hacernos disfrutar de este espacio perdido de la memoria; un espacio que devuelve a Úbeda una parte importante de esas tres culturas que durante mucho tiempo formaron cristianos, musulmanes y judíos; tres culturas que convivieron en la península ibérica, aunque por diversos motivos, sólo quedó -en apariencia- una.

Fuente: Bajoelsol.blogspot.com

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