Las cobayas de Zuckerberg
Juan A. Flores Romero
Hace poco más de un año tomé la decisión de desconectarme durante cuatro meses de la red social Facebook. Me considero un ferviente defensor de estas estructuras que nos mantienen en contacto con millones de usuarios por diferentes motivos (personales, culturales, políticos, económicos,...). En aquella ocasión lo hice con una finalidad meramente personal. Era consciente de que mi gesto no iba a tener trascendencia alguna; sin embargo, opté por retirarme temporalmente de este mundo virtual como protesta por el mercadeo de datos personales que, de manera consciente y deliberada, había permitido el fundador Mark Zuckerberg. Este niño rico que se pasea por el mundo exponiendo las bondades de su magnífica creación (no lo pongo en duda) fue el responsable de la mayor filtración de datos confidenciales violando claramente la intimidad de sus usuarios y permitiendo realizar perfiles de millones de ciudadanos con fines comerciales, políticos o de cualquier otra índole. Por Dios, existe el derecho a la intimidad y solo yo decido cuándo se puede sobre pasar ese límite. Es algo parecido a lo que denunció Snowden en 2013 tras años de trabajo como asesor de la CIA y la DEA (entre otras agencias): el pueblo de los Estados Unidos, bajo los mandatos de Bush y Obama, habían estado sometido a un espionaje brutal a través de todos los dispositivos de los que disponemos en casa (teléfonos fijos, móviles, tables, portátiles,...). Todos debemos saber que nuestros aparatos ofrecen una puerta abierta a posibles programas que quieran saber datos de nuestra vida con fines de seguridad o simplemente con fines comerciales o de control social. Eso mismo había sido permitido por el gobierno de Washington para espiar a poblaciones en otras latitudes (Japón, Rusia, Europa Occidental, China,...). Y todo bajo el amparo de las tretas que la ley permite a quien la hace ("quien hizo la ley, hizo la trampa").
La última ocurrencia del niño Zuckerberg ha sido idear un mundo en el que la información fluya por todos los canales posibles; para ello se fijó en la institución civil más sagrada de cualquier país que se precie: la escuela. Y un buen día pensó: ¿por qué no crear un espacio educativo sin profesores con tan solo una información sin límites puesta al alcance de los niños que opten por elegir este novedoso modelo educativo? Tal vez no fue así del todo, aunque bien es cierto que el papel del profesor se convierte en residual y muy prescindible, como un mero acompañante esporádico de un discente pegado a una pantalla con millones de bits de información a su alcance. Pero la idea pudo parecer atractiva a muchos directores y padres de alumnos. Una escuela más creativa que fomenta la autonomía en el alumno. Y surgió en Cheshire (Connecticut) una propuesta basada en esta idea que acabo de exponer.
Se comenzó informatizando el centro. Ordenadores para todos, enseñanza personalizada, conocimiento al servicio de un alumno-cliente que elige el menú de aquello que le interesa aprender. Un profesor reducido a la figura de un mero árbitro-orientador. Un modelo, en definitiva, marcado por un mar embravecido de información pero sin apenas cauces eficaces para procesarla. El curso demostró que la interacción entre profesorado y alumno no era la adecuada y que los pupilos terminaban el proyecto piloto con dudas monumentales sobre problemas de matemáticas, sobre el procesamiento de información en el área humanística y con un deseo confesable de volver a la situación anterior en la que se demuestra que el papel del profesor sigue siendo, a día de hoy, insustituible.

Y es que no se trata de adquirir información por cualquier medio. Hay que aprender a integrarla, a cuestionarla, a ponerla en duda, a discutirla con el resto de iguales y a someterla a un criterio para que pueda sernos de verdadera utilidad. O dicho de otro modo, esa información debe ser procesada, sometida a juicio crítico y seleccionada de manera racional para integrarla en nuestras vidas cotidianas. Lo demás es una enorme biblioteca de Alejandría virtual que poco ayuda a la formación de unos adolescentes que disponen de medios para llegar a grandes volúmenes de información pero con un espíritu crítico aún en fase de formación. Y esto último se consigue con ayuda de buenos profesionales en educación que, en muchos casos, no son los que más conocimientos transmiten sino los que se muestran capaces de motivar, de ilusionar, de mostrar el camino para aprender, para hacer de la curiosidad una fuente continua de conocimientos. El libro no hace al alumno. Tampoco un ordenador. Simplemente son meras herramientas para el aprendizaje.
Catherine Madden, portavoz del Summit Learning, el marco de este modelo educativo lanzado por el fundador de Facebook, siempre negó que este proyecto patrocinado por la conocida red social fuese de ningún modo lucrativo; todo lo contrario, se trata de una oferta altruista que sirva de ayuda a alumnos y profesores. Achaca las críticas a las reticencia de muchos padres y profesores de asumir los cambios urgentes que deben producirse en educación para adaptarse al muevo mundo que está surgiendo y que no puede tener como modelo un aula estática, estandarizada, sino que debe constituirse en un espacio mucho más flexible. Yo, en particular, no le quito razón en esto. El modelo de escuela del siglo XXI no está concebido para una sociedad en continuo cambio, que demanda más trabajo en equipo, más apoyo a la excelencia, más abierto a capacidades distintas. El modelo del siglo XXI debería ser integrador, plural, pragmático, flexible, adaptado a cada momento. Lo académico no puede desvincularse del tejido socio-económico, de la realidad política, de la pluralidad cultural o étnica. Y la escuela sigue siendo esa vieja tortuga que avanza con pasos demasiado lentos. Pero eso no justifica que la solución debe venir por la mera informatización de la enseñanza. No hay que confundir herramienta con método, ni volumen de información con integración de esos conocimientos.
Pese a todo lo argumentado, nada justifica pasar a un modelo basado en la mera interacción "on line" con el profesorado, el acceso masivo a un volumen infumable de información que jamás podría procesarse ni pasar el escáner de la crítica. Zuckerberg sueña con modernizar el sistema educativo norteamericano, llevar la tecnología a la escuela. Pero él no es un pedagogo. Quizá lo primero que debería haber hecho es asesorarse bien; formar a profesores, familias y alumnos. Porque todos ellos constituyen parte de un todo. Nadie puede admitir en sus vidas un modelo tan novedoso si no se le ha hecho ver las bondades de este. Es cierto que todo cambio es un reto, pero una herramienta nunca debe dejar de ser eso.
Si la escuela tradicional sigue manteniendo el caduco patrón de la primera revolución industrial (pupitres, orden, horarios rígidos, gratificación personal por el trabajo,...) que recuerda al de la fábrica en la que el obrero pasaba demasiadas horas al día frente a su tarea encomendada para lograr sacar adelante con su aportación el gran proyecto en el que se hallaba inmerso, la escuela moderna debería adaptarse a una realidad mucho más cambiante. El modelo de "oposición-trabajo estable-protección del estado" va a ir cambiando en los próximos lustros; no sé si desapareciendo, pero sí transformándose. Los estados actuales no pueden soportar la carga tan enorme para el erario público que suponen los sueldos y prebendas de una legión de funcionarios que no hacen sido engrosar la deuda del estado y menos cuando el siglo XXI será el de las grandes rivalidades entre el control de la economía mundial por parte de los diversos bloques económicos. Y ningún epicentro de poder económico mundial debe permitir una sangría de fondos públicos que se pueden dedicar a la inversión y al apoyo a los emprendedores que son, en definitiva, los que hacen que la economía real se mueva. El sistema del siglo XXI apuesta más por la flexibilidad, por la salida de la zona de confort de trabajadores y empresarios. En siglo XXI será el de la búsqueda de nuevas fórmulas de empleo a través de la educación... o no será.
La idea de Zuckerberg recupera este sentido empresarial de la educación y la adapta al siglo XXI. Una escuela abierta, flexible, con capacidad para innovar, para crear, para contribuir al tejido económico; un lugar entendido como fábrica de ideas para poner en práctica en el mundo empresarial, por algo están de moda hoy las Start ups, que son el germen del tejido empresarial de este presente al que nos empeñamos en seguir llamando futuro.
Los resultados que arroja el experimento "Summit Learning" no son ni de lejos los que se hubiesen deseado en un principio. Tal vez sea cuestión de otorgar más tiempo para implementar estas nuevas estrategias para el aprendizaje porque la idea no es mala; el error es no haber contado con un mayor número de variables que no se han incluido en el proyecto (importancia de la socialización del alumno, trabajo en equipo, seguimiento emocional, una labor seria de tutorización,...). Lo que está claro es que, por el momento, se ha hecho cada vez más evidente que el contacto directo con el docente es fundamental y que no puede existir una educación meramente virtual que, además, privaría al alumno de una posibilidad real de interacción con sus iguales, de desarrollarse en habilidades sociales más allá de los conocimientos puramente académicos y de poder subsanar problemas emocionales propios de la etapa adolescente.
A pesar de todo, la iniciativa apoyada por la esposa de Zuckerberg sigue en funcionamiento, llegando a casi 400 colegios y a decenas de miles de alumnos, demostrando que esta plataforma tiene éxito y aceptación por muchos colectivos de padres. No obstante, en Pensilvania y en Kansas han sido muchos los centros que han dado marcha atrás en este proyecto. Es una plataforma que deja poco espacio para la interacción y la relación con los demás y ata demasiado tiempo a los alumnos a un ordenador que no deja de ser una herramienta más para el aprendizaje y, de ningún modo, la panacea de décadas de fracaso educativo.
Por tanto, el debate está servido. El cambio que propone Zuckerberg puede ser necesario pero quizá está en proceso de maduración y se necesitan más elementos que complementen aquellos que ya se han puesto en funcionamiento. Habrá que analizar dentro de una década si verdaderamente estas nuevas formas de entender la escuela puedan contribuir a crear una sociedad más próspera, justa y humana.
