Las colinas peladas de Marte

09.05.2021

Juan A. Flores Romero


He acariciado por última vez

ese libro que escribí en la noche de la vida,

el testamento perdido de Peter Sadusky; 

ese legajo que jamás verá la luz

mientras mis ojos la tengan

y mi memoria no sea pasto de alimañas

en la oscuridad perdida del olvido.

Aún recuerdo retazos de existencia

entre aromas de hierro y azufre,

con mi mirada perdida, esclavo de la anosmia

que me separa del cosmos cuando cierro los ojos.

Ya atravesé el cinturón de van Allen

justo en el instante en que mi mente

perdió el contacto con la atmósfera,

difuminando mis sueños y haciéndolos saltar en mil pedazos.

Hoy leí su testamento,

que es el mío, 

cuando mis emociones se apoderan de la razón

a través de los sueños,

en cuyo seno aún permanece la silueta

de un hombre abrasado

que despertó a la vida oliendo a fósforo

y que pasó largos años dormitando con gafas

porque sus sueños eran borrosos.

Hoy he logrado leer unas líneas de esos papeles

raptados al olvido

en el ocaso de una realidad que se dobla,

que se funde, que se disuelve

entre las brumas de una existencia

que nos engañó mientras permanecíamos

quietos ante la adversidad.

He logrado concluir unas líneas que me sitúan de nuevo

bajo la atmósfera marciana en la que resido,

creyendo volar entre praderas y lagos barridos por un viento tóxico

mientras acariciaba las amarillas hojas

de un cuaderno que reflejaba las peladas colinas de Marte

en un sueño crepuscular,

en medio de un paisaje tintado de rojo

en el que apenas lograba articular palabra,

ni tan siquiera recordar mi nombre

ni la mano que me sostiene mientras se borran

todos mis recuerdos,

disueltos en la efervescencia de una vida

de la que apenas quedaron sino sólidos fragmentos

diseminados por una gélida arena sobre un mar de silencio.


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