Le Clézio, letras con arte y alma
Juan A. Flores Romero
No hace mucho que me rondó por la cabeza la idea de dejar de escribir. Tomé lápiz y papel desde que apenas tenía nueve o diez años y aún sigo practicando esta noble ocupación. No es que mi pluma sea nada del otro mundo, pero realmente la escritura sirve para ordenar mis pensamientos. Es un verdadero ejercicio consistente es extraer ideas de la cabeza y darles forma en un pedazo de papel o con la ayuda de un teclado de ordenador. Nada más y nada menos. Quise dejar de garabatear porque pensaba que ya estaba todo ordenado, sin embargo uno se da cuenta de que el puzle vuelve a descolocarse y es necesario bucear de nuevo en este océano lleno de misterios. Aparecen nuevas ideas escondidas tras barreras de coral o nuevas formas de expresar la misma idea. Siempre pensé que los escritores no dejan de escribir lo mismo pero de distinta forma. En el fondo aparecen las mismas obsesiones, los mismos anhelos, los mismos miedos, encarnados en distintos rostros. Escribir está al mismo nivel que pasear por el campo o dejarse atrapar por un buen libro. Y es precisamente esa la causa por la que decidí que tal vez un día debía dejar de escribir, por el miedo a pensar que estaba perdiendo horas de lectura, nuevas formas y más sublimes de narrar, de expresar belleza a través de las palabras. Y esto lo vengo pensando especialmente desde que descubrí a Le Clézio y pude leer en mis días febriles de la COVID una magnífica obra, titulada "La cuarentena", ambientada en un exótico lugar muy cerca de Mauricio, en mitad de las aguas del Índico. También surcando las arenas y bebiendo en los oasis de Desierto, otra monumental obra que nos habla de nosotros mismos y de nuestra esencia, a través de una mujer salida del desierto y a la que la vida urbana del primer mundo no le acabó de llenar, tal vez por eso de que un amanecer tiene más fuerza para algunos que un cóctel en una soleada tarde del paseo marítimo de Marsella.
También disfruté con la narrativa pulcra de "La música del hambre" y buceé en los entresijos de lo que realmente nos muestra lo más profundo y sencillo del ser humano en "Mondo y otras historias". Sencillamente, la vida me ha dado la oportunidad de conocer y disfrutar de un narrador como pocos, en un momento de mi vida como lector en que necesitaba tomar contacto con otras formas de contar, de detallar, de zambullir al lector en un universo de colores, de climas y de sentimientos que, como sugiero, nos hacen descender a la esencia de lo que somos y subir con fuerza al paraíso del verdadero significado de las pequeñas cosas.
Un maestro, monsieur Le Clézio, que nos hace disfrutar con cada una de sus páginas y que nos recuerdan en cada párrafo que los libros tienen alma y que está unida umbilicalmente entre un puñado de granos de celulosa y tinta a lo más profundo de nuestro ser. Los libros, como las personas, nos van moldeando. Es un placer haber topado en mi sendero con este autor que, además de ser premio Nobel, ya lo considero uno de los grandes de mi biblioteca.