Leviatán al borde del precipicio
Juan A. Flores Romero
(Un mirador en un lugar indeterminado del mundo. No se veía desde allí ni la Estatua de la Libertad ni la Torre Eiffel. Paul Auster y Michel Houllebecq han quedado para reunirse y contemplar el atardecer. El mundo se debate en guerras, procesos electorales, terremotos y alguna que otra tormenta tropical en algún punto del planeta. En ese instante miles de niños veían por vez primera una tenue luz que les recibía en los brazos de este mundo y otros tantos exhalaban su último suspiro. Pero el atardecer siempre estaba ahí, tan igual, tan distinto. Paul Auster va impecablemente vestido con una camisa azul vaquera y unos pantalones cortos color caqui. Su rostro está afeitado y despide un olor a perfume. Es el típico dandy neoyorkino con vocación de boy scout. Houllebecq apenas había salido de su loft poniéndose la camisa. Su pelo, algo largo, caía sobre su frente y mostraba una barba de una semana. Daba la sensación de que había olvidado una cita importante con el final del día. Carraspeó y se acercó a aquel mirador donde sabía que esperaba Auster, un tipo puntual, con aspecto británico y con la mirada perdida entre aquellas montañas).
Paul Auster (después de dar una palmada a Houllebecq y mantener una pequeñas frases de cortesía): Supongo que habrá leído mi libro titulado "Leviatán". Hace un tiempo te escribí y te envié un ejemplar; intuía que había algo en la historia con la que te podrías sentir identificado. Aunque reconozco que con el que disfruté fue con Tombuctú y las aventuras de Míster Bones... Algunos lectores lo han infravalorado, pero respeto sus decisiones (dijo con tono serio y honesto). Me gustan los animales. Siempre tuve curiosidad por meterme en la piel de uno de ellos.
Michel Houellebecq (esboza una sonrisa y responde en tono irónico): Muchas señoras engalanadas de París asisten a la ópera embutidas en una de esas pieles: zorros, coyotes, serpientes, focas,... ¿Incluso algún perro? Claro, que no es lo mismo (lanzó su interlocutor una mirada irónica). No me subestime. Soy un tipo provocador pero no un imbécil. Y sí... he leído Leviatán. Me gusta esa concepción que tiene del libro como objeto misterioso... "una vez que sale al mundo puede ocurrir cualquier cosa". Palabras textuales.
Paul Auster: No recuerdo mis propias palabras pero sí el mensaje de lo que quiero transmitir. El gusto por la novela negra está sobrevalorado, prefiero identificarme con los personajes, indagar en lo más profundo, entender que no todo está perdido y que, aunque sea así, siempre existe Tombuctú.
Michel Houellebecq: A mí me gusta recrearme con la mujer. Utilizo una historia como pretexto para hablar de ellas. Es curioso que no le sucede a todos los hombres. En mi caso, tengo claro quién de los dos hermanos de mi libro "Las partículas elementales" soy yo. La mujer es un ser maravilloso.
Paul Auster: Sí, pero en tus obras es poco más que una máquina sexual al servicio del hombre. Eso ya lo hizo Bukowski en América.
Michel Houellebecq: No es solo eso. La mujer de mis libros es un ser humano perdido, necesitado de cariño, muy vinculada a la figura del ser amado hasta el extremo... y en todos los sentidos. En cambio, tus mujeres son más frías, eres un tipo demasiado intelectual que solo entras en la vida de los desconocidos a través de tus páginas. Claro, que para un escritor las palabras son lo único que permanece.
Paul Auster: Mientras el lector tiene un libro en sus manos solo te pertenece a ti. Puedes conducir su mente, hacerlo parte de ti sin que apenas lo intuya. Las curaciones necesitan su creador. Como escribí en Leviatán, "leen tu libro y algo de él toca una cuerda del fondo de su alma".
M. Houellebecq: ¡Qué poético! Yo lo hubiese expresado de forma visceral. Mis seres son personas desorientadas, perdidas en la vida, que descubren en el placer mundano una fuente de felicidad ya que todo es transitorio. No existe Tombuctú en el mapa de mi obra.
Paul Auster: Cambiar tu vida es lo mismo que querer ponerle fin, es mi filosofía. Uno de los personajes de Leviatán se lamenta: "toda mi vida ha sido un desperdicio, una lamentable cadena de pequeños fracasos".
M. Houellebecq: el hombre está siempre condenado al fracaso. Solo le queda sobrevivir. La vida es demasiado amarga, demasiado real, demasiada parca en sueños. Mucha gente se medica contra el insomnio. La gente está llena de problemas, necesitada de paraísos artificiales. La soledad es el mal de nuestra época.
Paul Auster: la soledad hace que te inventes personajes; son seres que te rodean cada minuto del día, que te acompañan y que sabes que un día saldrán a otras vidas sin dejar de estar contigo. Es curioso pero creo que se aproxima a la definición de Dios. Los personajes están por todas partes una vez que desvelas las claves de sus vidas a través de la lectura.
M. Houellebecq: Sobreestimamos aquello que creamos. No es sino la porquería que llevamos dentro. Nuestras fantasías, sueños, pesadillas, el miedo a ver un país transformado por un puñado de radicales, de perder tu identidad, tu libertad, de sentirte el amo de tu mundo, de tomar las riendas de la historia. En cada libro se narra un pellizco de nuestro propio fracaso y nuestros propios miedos.
Paul Auster (tomando un ejemplar de Leviatán): "He llegado a un punto en el que ya no sé qué estoy haciendo... No sé si es bueno o malo. No sé si es lo mejor que he hecho nunca o si es un montón de basura".
M. Houellebecq: en cada página que escribimos hay una dosis de basura. Aquella que se ha generado dentro de las sociedades que describimos tan acogedoras, tan multiculturales,... Eso pasa en Francia, Inglaterra, Canadá o Estados Unidos,... Pero hay mucha mentira en todo eso. Nuestra sociedades son hedonistas, consumistas, criaturas desesperadas de la globalización. ¿No lees a Zizek o a Paul Krugman? Todo lo bueno y lo malo reside en nuestras sociedades,... Yo no me quedo en los ligueros de aquellas chicas con las que comparto algo más que un café. Voy más allá... intento diseccionar esta basura en la que decimos sentirnos bien, esta parte del mundo en la que la generosidad se confunde con la hipocresía. Intento hacer ver que las sociedades no están tan unidas ni respetan los mismos valores.
Paul Auster: En mi país hay tantos americanos orgullosos de su bandera como aquellos que la escupen y la aborrecen. El objeto sagrado es el tótem de las sociedades. El símbolo tiene una fuerza brutal. Pero hay quienes piensan que no existe una sociedad sino un cúmulo de pequeños mundos que pugnan por imponerse. Nuestros ideales han ofrecido cobijo y consuelo a mucha gente. Ha hecho creer a la gente en un mundo mejor. No obstante, todo forma parte de un código para hacer a las sociedades más sumisas, más homogéneas y temerosas. Quizá no existe otra alternativa.
M. Houellebecq: Sí que la hay. La hay desde el punto de vista del intelectual que se refugia en su literatura para tomar las riendas de su libertad. Para teclear aquello que considera oportuno, necesario o simplemente apetecible. Fuera del arte no existe la libertad. Todos son convenciones, luchas de poder, imposición de verdades inamovibles por partes de lobbys,... La sociedad necesita su locomotora y sus vagones, incluso los de cola. Esta es la única lección que aprendes en el mundo. La libertad solo reside en el corazón del hombre. El resto es una manera mundana de matar el tiempo y de saciar el deseo. En nuestro caso, y en palabras de mi libro "Sumisión", "solo la literatura puede proporcionar esa sensación de contacto con la mente humana, con la integralidad de esa mente, con sus debilidades y sus grandezas, sus limitaciones, sus miserias, sus obsesiones, sus creencias: con todo cuanto la emociona, interesa, excita o repugna". La literatura va más allá de la vida en un mundo fascinado por el dinero, el estatus social y la fama.
Paul Auster: Es una forma de justificar la vida. Hay hombres que ya se han sentido realizados desempeñando su trabajo y echando una partida de golf el domingo con sus amigos, o yendo a cazar a los bosques, o pasando una eternidad intentando pescar una trucha,... Otros simplemente ponen la vista en su sucio dinero. Ese que les va a permitir pasar una vida deambulando por el mundo a su antojo o levantándose por las mañanas sin más horizonte que bajar a Montmartre o al puente de Brooklyn a tomar unos croissants o a mirar al infinito, como parte de una vida a la que nunca llegaremos.
M. Houellebecq: Una gran mayoría de los hombres no necesitan justificar su vida. En "Sumisión" ya lo dejé escrito: "viven porque viven y eso es todo, así es como razonan; luego supongo que mueren porque mueren, y con eso, a sus ojos, acaba el análisis".
Paul Auster: cada vida es un mundo. Nosotros creamos cuentos de ellas y algunos no saben ni vivir la suya propia. Es preferible, quizá, dejar de inmiscuirse en los asuntos de una humanidad que no acaba de creer que es la especie elegida y que la existencia abarca mucho más que donde llega su vista, a veces emborronada por noches sin dormir, como si nuestro yo se resistiera a salir de un sueño al que queremos volver cada vez que nos asomamos a la vida.
(A Houellebecq se le escapó un suspiro. Miró al vacío con ese rostro de intelectual francés de la Ilustración. La gran altura a la que estaban situados le produjo una angustia difícil de describir. Aún tenía muchas novelas que teclear. El mismo día que publicó "Sumisión" unos islamistas radicales asesinaron a varios periodistas de Charlie Hebdo. Pensó que es una pena que el mundo cayera en manos de esos energúmenos. Paul Auster dejó volar su imaginación. Ya tenía la mente puesta en su próxima novela y apenas se percató de que estaban sentados al borde del abismo. Una ráfaga fuerte de viento hubiese bastado para borrar de la faz de la tierra a dos hombres de talla, pero eso no ocurrió. Una bandada de aves ejecutaron una danza en el firmamento. La tarde caía y, desde aquella altura, la puesta de sol ofrecía un maravilloso espectáculo).