Los misterios dormidos de Santa María de Melque

10.03.2019


Juan A. Flores Romero

   No hace muchos años oí hablar de este paraje que no situé sino en el imaginario de un lugar, Toledo, cargado de connotaciones mágicas tal vez por el misterio que rodea todos los avatares históricos, conquistas, reconquistas, saqueos, expulsiones, leyendas, que la emparentan con la ciudad de Jerusalén. Espacio mágico donde los haya. Cuna de científicos, escritores, soñadores, reyes, tiranos, sátrapas,... Quizá por eso es considerada por el mundo sefardí como la Jerusalén de Sefarad. Y no exagero pues las ciudades se visitan y se conocen fundamentalmente con el corazón y cada una de las piedras aún conserva los restos del olor, del sonido y de la luz de otros tiempos cuando otros hombres y mujeres como nosotros moraban cada una de sus calles. Piedras que ya son otras pero que mantienen el espíritu de las que un día estuvieron allí.

   Poniendo rumbo a San Martín por la CM 4000 en dirección a la Puebla de Montalbán y tomando desde esta localidad la CM 4009, se llega a un yacimiento visigodo que en su día fue posiblemente una quinta romana. Desde el primer lugar impresionan los restos de lo que fuese un conjunto religioso construido entre los siglos VII y VIII, muy poco tiempo antes de la invasión musulmana. Incluso se especula que cuando los musulmanes atravesaban la península, poniendo las semillas de Al Andalus, este espacio siguió construyéndose. Bajo el dominio del islam es posible que este conjunto pudiera estar habitado por una comunidad de mozárabes que, como sabemos, podían vivir bajo el islam pagando sus impuestos, formando parte, junto con los judíos, de lo que los musulmanes denominaban dhimmíes.

   Santa María de Melque no ha estado exenta de conjeturas pseudohistóricas, rodeándose siempre de un misterio que la han relacionado con una supuesta orden de oligarcas de origen hebreo que escondieron en sus entrañas - a través de una intrincada red de galerías subterráneas que pondrían este espacio en comunicación con el castillo de Montalbán- y custodiaron los tesoros del templo del rey Salomón, especialmente la famosa Mesa de Salomón, que aparece en las leyendas medievales del Grial, según los estudios de José I. Carmona Sánchez en su obra "Santa María de Melque y el tesoro de Salomón". La magia de lo desconocido rezuma en cada línea que se escribe sobre este lugar.

   Este espacio se construyó a unos 30 km de la capital visigoda, Toledo. Tras la invasión y creación de Al Andalus surge la torre que corona la iglesia. A mediados del siglo XII aparece referida en una bula del papa Eugenio III, fechada en Reims, con el nombre de Santa María de Balat Almelc. Quizá podríamos pensar que ese edificio pudo pervivir siendo tolerado por la comunidad árabe-bereber que eran los dueños de la península desde la invasión de 711. Pero su función litúrgica es una mera conjetura ya que hasta 1085, con la reconquista de Toledo por Alfonso XI, no hay constancia de su función sacramental.

   Otras fuentes que reflejan su existencia y uso son las Relaciones Topográficas de Felipe II (1575) y las Descripciones del cardenal Lorenzana (1784). Siempre se habló de un uso religioso y otro destinado a tareas de labranza hasta que con la Desamortización de Mendizábal todas las dependencias se convirtieron en pajares y establos para el ganado.

   Al margen de su historia y sus vinculaciones con las leyendas medievales, el recinto es digno de visitar. Aún podemos imaginar su cementerio visigodo del que quedan restos, su amplia nave central y su crucero y una ruda cúpula y sistemas de arcos y bóvedas que aún no nos recuerda al refinado estilo gótico. En el interior de la iglesia se respira esa humedad que exuda la piedra y una oscuridad que nos llama al recogimiento y a la oración como seguramente pensaban aquellos mozárabes perdidos en un bello paraje en las entrañas de Al Andalus, preocupados por sus labores agrícolas y por mantener una fe y una liturgia que ya en el siglo XV rescató el cardenal Cisneros. Aún hoy, en alguna iglesia de Toledo, podemos deleitarnos con una eucaristía al modo mozárabe. Un recuerdo único de aquella España de las tres culturas a la que tantas guerras y conquistas fueron destruyendo y modelando pero que afortunadamente la disciplina de la Historia tiene el deber de rescatar y ofrecernos de nuevo.


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