Los perros no mean en sábado (microteatro)

14.07.2020


Juan A. Flores Romero

Café Bonheur. Diálogos entre Woody Allen, y Albert Camus.

(Sábado por la mañana. Interior de un confortable café. Es un espacio agradable, provisto de lámparas que más recordaba a la Viena del XIX que a la Inglaterra victoriana o al Nueva York de los 60. Varias lámparas cuelgan del techo y hay una gran bóveda decorada con algún mito griego que la vista nublada de un miope no alcanza a descubrir. En las paredes, algunos cuadros de Klimt y algún boceto de Magritte, de esos que solía comprar algún artista pop excéntrico. El café no está lejos del edificio Flatiron; cinco minutos a pie. En el local, la gente habla en un volumen más que discreto. No parece el clásico bar latino sino un señorial café del centro de Viena. Estamos en Nueva York y suena Let's fall in love, de Diana Krall. Apenas unos minutos ha estado lloviendo. Sobre la mesa un trozo de pastel, un café y un libro de Albert Camus que de repente cobra vida. En una silla Woody Allen contempla las imágenes de la sala e incluso el color amarillento de las paredes. Mientras, Camus se sitúa frente a él, sentado en una silla, recién salido de la obra que estaba sobre la mesa, y toma un papel y una pluma estilográfica ante la atenta mirada de Woody, que simplemente esboza una leve sonrisa. Este recordó por un instante que había olvidado el perrito que le confió su vecina en su apartamento. El pobre Leo tenía suficiente comida, pero quizá le hubiese apetecido dar un paseo matutino. Oh, qué cabeza la de Woody).

Albert Camus (mascullando mientras escribe): Las últimas páginas de un libro están en las primeras.

Woody Allen (carraspea): No es lo habitual, salvo que que el impresor sea lo bastante incompetente como para hacer una tirada de un millón de ejemplares. (Hace un silencio) Hay gente que no sabe hacer su trabajo, quizá hayan necesitado algunas clases más de sentido común, pero me temo que eso no se enseña en ninguna escuela. Mira Tom Sharpe, ideó un Wilt desesperado con su trabajo de docente pero aun así le quedaron ganas de vivir. Tal vez ese impresor haya tenido ideas suicidas y haya querido dejar su huella en el mundo con tamaña atrocidad. Claro, es preferible que atacar el Puente de Brooklyn con gas sarín...

Albert Camus: El suicidio responde a problemas íntimos, es una enfermedad incurable. El hombre es absurdo y no es libre, es conformista, agradecido con su amo y prefiere una moral dictada a la suya propia.

W. Allen: Oh, desde luego. Es muy interesante lo que dices. Lo bueno de los filósofos es que no se os entiende bien... por eso sois interesantes. Les pasa igual a algunas rubias. Y, en fin, si la vida te hace sentirte absurdo siempre hay alguna pastillita que te levante el ánimo, aunque te baje otras cosas. Quizá haya que ver el mundo con otros ojos. No sé, o cambiar de gafas. Por cierto, me encantaban las de Le Corbusier. Aún guardo un billete de diez francos de mi última visita a Suiza. Le quedaban bastante bien. Dicen que las diseñó el mismo artesano que se las hizo a Miterrand o a Onassis. Eran de carey, seguro que costaban una pasta. Qué absurdo, ¿no? Sí eso de gastarse el dinero en pagar un diseñador para que te fabrique unas gafas.

A. Camus: Lo absurdo depende tanto del hombre como del mundo. Cuanto más se ama tanto más se consolida lo absurdo. Habría que hacer como Werther...

W. Allen: Sí, claro, el de los caramelos (no recordó que se refería a la obra de Goethe). Y volviendo a lo absurdo (dijo con cierto tono musical), el mundo te pone las cosas en bandeja. En ocasiones, el mundo nos convierte en absurdos. Y muchos absurdos hacen que el mundo lo parezca. Y muchos absurdos hacen que sus jefes lo sean y viceversa. (Saca la lengua para humedecerse el labio inferior como si quisiera seguir diciendo algo interesante). ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Conozco alguna tesis doctoral que habla de ello. Eso sí, nunca me atreví a leerla por miedo a que afecte a mis preconcebidas ideas. Pero quizá ese escritor fuese consciente de lo que decía. ¿Quién sabe dónde reside la verdad? Claro que luego vendría el debate de que si el huevo ecológico o el industrial tiene más proteínas...Nada permanece, todo es efímero. Las obras de Goethe serán polvo dentro de diez mil años. Ni siquiera los inmortales lo son... Pero, ¿a quién le importa eso? Creo que lo leí en tu Mito de Sísifo.

A. Camus: Un hombre es siempre presa de sus verdades. Una vez las reconoce no puede apartarse de ellas. Un hombre que adquiere conciencia de lo absurdo queda ligado a ello para siempre. Y llega un momento en que hay que elegir entre la contemplación o la acción... y es un desgarro espantoso, pero necesario para corazones orgullosos.

W. Allen: Algunos pasaron a la acción quemando contenedores y no dejaron de pertenecer al reino de lo absurdo. Pero la verdad no tiene por qué ser absurda, querido Camus. Mira, conozco un comerciante de pieles de astracán en la Quinta Avenida que está convencido de que asesinar animales para la venta de sus pieles es colaborar con la lucha contra el cambio climático. Es cuestión de opiniones. El diésel contamina, pero también las granjas de vacuno. Y a los neoyorkinos nos encanta devorar una enorme hamburguesa o un suculento filete... Solo Dios sabe qué es lo absurdo. O quizá Dios es solo una proyección de nosotros mismos. Conozco un amigo católico que siempre está pidiendo cosas a Dios. Le dije que Santa Claus también venía por Navidad y que lo único que habría que tener es un poco de paciencia.

A. Camus: no se vuelve uno hacia Dios sino para obtener lo imposible. Para lo posible se bastan los hombres. Creo que lo leí de algún filósofo ruso.

W. Allen: Sí, a Marilyn Monroe le fue muy bien con los hombres. No sé si tenía alguna relación con lo divino, pero lo humano no lo controlaba nada mal. Pudo haber terminado como Desdémona, asesinada por los celos enfermizos de Otelo.

A. Camus: Ignoro si aquella belleza murió. Yo ya estaba en el primer sueño y no recuerdo nada. Es absurdo que uno tenga que dormir durante unos años el sueño de los justos. Crear es vivir dos veces, pero a mí solo me han concedido un rato para hablar contigo.

W. Allen: Sí, fue Yago... Sí, sí, el de Otelo,... El que malmetió para crear la tragedia. Una criatura con mal carácter. O quizá trató de gastarle una broma a Otelo. Oye... que tu amada te la está pegando con Casio... Claro, que eran tiempos para pocos chistes. Un mal movimiento y podías perder la oreja de un solo tajo. Lo de Marilyn es distinto... Había tenido demasiados amantes y no se ponían de acuerdo para ver quién debía darle el tajo... O quizá murió por desesperación...

A. Camus: La desesperación no es un hecho sino un estado, el estado mismo del pecado. Pues el pecado es lo que aleja de Dios... Lo dijo Kierkegaard.

W. Allen: Los clásicos están sobrevalorados. Yo tomo mis pastillas que me alejan de la desesperación al menos hasta que pasa el autobús que me deja a las puertas de mi apartamento. Entonces allí sigo tomando otra pastilla. ¿Es que no había píldoras en la época de Kierkegaard? Supongo que tampoco saldría a dar un paseo o a estar pendiente del horario del último autobús. Debería haber venido conmigo a algún espectáculo de Broadway. También dijo Husserl que "pensar es aprender de nuevo a ver, dirigir la propia conciencia, hacer de cada imagen un lugar privilegiado".

A. Camus: No hay verdad sino verdades, concluyó el filósofo.

W. Allen: Sí, cada uno tiene su forma de ver el mundo. Hay gente que está obsesionada con invadir el Área 51 o visitar la tumba de Lenin o hacer la Ouija para contactar con Presley y luego publicar unas memorias para que una editorial se deje una pasta en un libro que iría cogiendo polvo en las estanterías. ¿Quién va a creer a un chalado así? Bueno, en realidad a mí una vez me habló Sócrates pero estaba secándome el pelo y apenas pude escucharlo con el ruido del secador. Yo puedo escuchar o dejar de escuchar a quien quiera. Soy un ser libre.

A. Camus: el hombre absurdo comprueba que no es libre. Lo escribí el "El mito de Sísifo". Ni siquiera si mata a Dios, al estilo de Nietzsche. Sísifo es, querido amigo, el héroe absurdo, el obrero que se levanta por las mañanas para poder sobrevivir, el enfermo que traga con desdén su medicación para esperar el nuevo día en el que la misma situación se repite,... Y encima el hombre tiene conciencia de que lo que hace es absurdo. No hay esperanza, amigo, Sísifo es un juguete en manos de los dioses. Nuestras angustias son demasiado pesadas para sobrellevarlas. Son nuestras noches de Getsemaní.

W. Allen: Parece que estoy dialogando con tu libro y me niego a pensar que soy un esclavo. Ayer mismo salí a tomar un baggel por la Quinta Avenida, silbé unas notas de "Bailando bajo la lluvia" e incluso me insinué a una madurita en una tienda de juguetes eróticos. Soy libre, Dios santo, con lo cual no soy ese hombre absurdo del que siempre hablas en "El mito de Sísifo". Estás obsesionado con ese tema. Dostoievsky también estaba obsesionado. El sentido, la búsqueda, bla, bla, bla,... Vive y deja vivir,...Creo que deberías haberte tomado unas vacaciones en Saint Tropez, y quizá hubieras vuelto con otros aires.

A. Camus (sonríe levemente): el hombre absurdo se centra en lo que tiene, vive de pequeños deseos constantes que son satisfechos. Ahí le viene una sensación de plenitud que se extingue rápidamente con otro nuevo deseo. La vida es una sucesión de absurdos deseos y las ansias de una moral dictada en la que se siente seguro. Cuanto más ama y desea el hombre absurdo más consolida su naturaleza insípida.

W. Allen: Realmente contigo dan ganas de suicidarse... Menos mal que dejé en el apartamento el blíster de pastillas, porque lo de colgarse de una lámpara parece bastante circense... y la escena de Marat en el baño con las aguas convertidas en el Mar Rojo tampoco es una sensación agradable. La idea de la muerte en sí es absurda. El mismo pasaje cambia según el momento del día o la climatología. El puente de Brooklyn no es igual de día que de noche, sobre todo si llevas alguna copa de más... Necesitas un psicoterapeuta o quizá un psiquiatra. Deberían mirarse esa extraña fijación por el absurdo. Sí, cada día sale el sol, y siempre por el mismo sitio. Hay guerras, conflictos, desplomes de la bolsa, edificios de diez plantas sin ascensor, bibliotecas llenas de ancianos oliendo a perfume de barbería, meadas de perro y caquitas de gatos domésticos por los jardines públicos. La gente es estúpida, en ocasiones. Pero es maravilloso despertarse una mañana y tomar ese oxígeno que nos hace sentir vivos una milésima de segundo comparado con la vida del cosmos. ¿No es maravilloso eso?

Albert Camus (levantando las cejas): No hay nada maravilloso en existir, pero he de reconocer que ha sido una charla amena. De hecho, solo he logrado ser inmortal en mis libros hasta que dentro de unos siglos, o quizá menos, me tomen por un completo idiota.

W. Allen: La cultura ha quedado en manos de las multinacionales; ya nada escapa a sus garras. Así que escribas lo que escribas todo será absurdo, un compendio de auténticas sandeces (movió ligeramente la cabeza mientras sorbía el café). Ah, y perdona que no te haya invitado a una copa o a un descafeinado. Tú solo existes mientras te leo, pero, ¿realmente yo existo para ti? ¿Podemos entablar un diálogo de tú a tú? Ahhh, qué cosas digo, todo esto es más que absurdo. Soy el hombre absurdo pero estoy aquí, tomando un café, viendo a la gente pasar con sus paraguas abiertos. Hummm, también veo algún idiota que se hace fotos en medio de la lluvia. Qué absurdo, ¿no? Quizá Camus tuviera algo de razón.

( Dos chicas jóvenes pasan por delante del ventanal y la camarera sirve la cuenta a un Woody que sostiene entre sus manos "El mito de Sísifo").

W. Allen: esto parece un cuadro de Hopper, pero al revés. Soy yo el que está dentro del escaparate y veo a la gente pasar. Ellos no saben que estoy aquí; van afanados en sus pensamientos, en proteger la prensa de una tremenda tromba de agua; un señor gordo abre la boca hasta el extremo para engullir de un par de bocados una hamburguesa que compró en un puesto callejero. La vida es así, al menos en Nueva York. Yo, tú, nosotros. La lluvia y la absurda manía de quedarse quieto contemplando cómo cae el agua mientras decenas de personas aligeran el paso como si esperasen un bombardeo inminente.

(La cuenta ya estaba sobre la mesa. Un café vacío, unas migas esparcidas sobre la madera y cincuenta centavos sobre una pequeña bandeja. Woody dejó el cambio, tomó su sombrero y ejecutó la absurda manía de apretarse la nariz con dos dedos antes de salir a la lluvia como si fuera a sumergirse en una piscina. Apenas se percató de que había dejado el libro de Camus sobre un extremo de la mesa).

Nota: Algunas expresiones de Albert Camus están tomadas de su obra "El mito de Sísifo".

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