Los terribles años 20: de la gripe española a la hiperinflación alemana
Juan A. Flores Romero
En uno de mis artículos apuntaba la evidencia de que los años 20 no fueron todo lo buenos que se nos ha presentado. Ese oasis de felicidad contrastó con una situación que no animaba a festejar demasiado, si exceptuamos el brindis al sol tan común entre los mortales y tan practicado por algunos de los gobiernos surgidos de la desangrada Europa. Apenas unos meses después de iniciarse el año 1920, la mayor pandemia documentada de todos los tiempos -la gripe española- tocaba a su fin. El primer brote fue detectado entre febrero y marzo de 1918, ya que los primeros brotes se dieron en la base norteamericana de Fort Riley, si bien se rumoreaba que ya hubo casos anteriores en China y en el frente francés. Siempre he mantenido la teoría muy personal de que la pandemia aceleró el final de la I Guerra Mundial, ese conflicto tan enconado y enquistado en algunos momentos, pero que no pudo sacar pecho frente a una pandemia que se cobraba miles de víctimas (entre 40 y 80 millones de seres humanos en todo el mundo). Con los datos tan dispares sobre la COVID en pleno siglo XXI... ¿aún nos extraña que en 1920 no tuviesen claro el número de víctimas e infectados y se ofrecieran datos tan distintos? En España el número de decesos ascendió a unos 300.000 y varios millones de infectados que apenas desarrollaron síntomas o lo hicieron de forma leve. Aquellos que presentaban neumonía eran candidatos a pasar a mejor vida, ya que los antibióticos y medicamentos disponibles que suavizaran los síntomas eran muy escasos. Dos años de terror que, sin duda, hicieron mella en una población diezmada por la guerra y entre unas tropas cansadas de un conflicto que no pudo ver el final hasta noviembre de 1918. A la letal pandemia aún le quedaba más de un año. "El soldado de Nápoles" o "la enfermedad de moda" dieron paso a una nueva y definitiva denominación: la gripe española, llamada así porque fueron los medios de comunicación de nuestros país los que no censuraron que algo grave estaba sucediendo en el mundo y que estaba diezmando a la población de varios continentes.
En Europa se temía que esto produjese una desmotivación entre las tropas y por ello se trató de ocultar, si bien hubo miles de víctimas entre los combatientes. En abril de 1920, la enfermedad se daba por controlada si bien nunca se llegó a vacunar a la población ya que no se pudo hallar remedio en tan poco tiempo. Lo que sí se inició fue un proceso de inmunización natural por parte de la población. La enfermedad se dio por erradicada en las vísperas de todo un periodo convulso que, sin duda, marcaría la época de los años treinta y cuarenta: la gestación de los Totalitarismos; primero en la URSS y luego en Italia y Alemania, sin olvidar que en España la década de los veinte estuvo marcada por la dictadura de Miguel Primo de Rivera.
La maltrecha situación política, moteada de varios asesinatos políticos, dieron pie a una década marcada por la crisis económica, por una debacle que hizo que países como Alemania asistieran a un periodo de hiperinflación que ya venía arrastrándose desde el inicio de la Gran Guerra, pero que se enquistó y desbordó en la República de Weimar, especialmente entre 1921 y 1923. Gentes llevando dinero en carretilla para poder adquirir una barra de pan, niños jugando con fajos de billetes en el salón de sus casas o mujeres encendiendo la estufa con montones de marcos alemanes que habían perdido todo su valor. El aumento de los precios vino acompañado del incremento de los tipos de interés y el cuestionamiento de la moneda como verdadero valor de cambio. Es más que probable que esa situación de desesperanza diera al traste con vaporosas promesas democráticas e hiciera que la balanza se inclinase en favor de otras fórmulas que pasaran por prometer al ciudadano un futuro mejor: identidad nacional, estabilidad económica, deseos expansionistas,... Es justo lo que personajes como Mussolini o Hitler plantearon a sus conciudadanos. El resultado fue la derrota de la democracia por la propia democracia. La serpiente que se envenena a sí misma asestándose la dentellada mortal. Es quizá una lección que deberíamos extraer para tiempos presentes.
La Gran Guerra había sido el escenario de una creciente emisión de moneda, esto es, de impresión de billetes debido a la imperiosa necesidad de tener liquidez para hacer frente a los pagos. Eso hizo que la moneda, el marco, se fuese devaluando paulatinamente hasta estallar al inicio de la década de los 20 una situación inaudita: el dinero había perdido todo su valor. Esta moneda débil ya no estaba respaldada por el patrón oro, sino que las emisiones estaban produciéndose a capricho del estado por lo que la economía real distaba mucho de esa economía ficticia plasmada en un pedazo de papel. Es uno de los momentos históricos en el que se plantea el verdadero valor del papel moneda, ya que es el oro el elemento que respalda tradicionalmente el valor de estos billetes. El pago por las reparaciones de guerra hizo mella en el agujero en la economía germana. La República de Weimar había heredado esa depreciación que ya se comenzó a gestar en el gobierno imperial que se esfumó tras 1918. El marco de oro, el que sí estaba respaldado en el áureo patrón, sirvió para el pago de compensaciones ocasionando un brutal déficit a la nación alemana. Pero, bueno, eso no nos debe extrañar. El patrón oro ya se abandonó hace tiempo y hoy la mayor parte de las economías occidentales están sustentadas en la deuda. Los depósitos de los ahorradores apenas suponen un porcentaje bastante bajo de la economía real. Y hoy, en pleno siglo XXI, la economía está más basada en lo que podemos llegar a tener (inversiones a futuro) que en lo que tenemos realmente (industria, ahorro de las familias, reservas del estado,...).
Los pagos al exterior, en los inicios de la República de Weimar, se comenzaron a realizar en especie debido al nulo valor de la divisa germana, y en 1922 comenzó a estabilizarse en torno a 320 marcos por dólar si bien a final de año se pagaban más de 8000 marcos por dólar. Una de las consecuencias de esta hiperinflación, que no dejó de crecer en unos años, fue la ruina de los ahorradores que vieron como su dinero se disipaba o acababa empapelando paredes. El trueque y pequeños vales de dinero emitidos por los ayuntamientos fueron moneda de cambio frente a un marco que se mostró inservible. La ocupación del Ruhr en 1923 por parte de tropas francesas y belgas no hizo sino complicar la maltrecha economía alemana, pero era una forma de garantizarse el pago de la deuda por parte de los países acreedores: ya nadie creía en el valor del marco alemán.
En noviembre de 1923 el Rentenmark sustituyó a la vieja moneda y comenzó un periodo de estabilización. Esta moneda estaba respaldada por bienes industriales y solariegos de la nación alemana que sirvieran de aval en caso de impagos. Sin duda esta maltrecha situación hizo que las opciones políticas más radicales se hicieran presentes en la vida política alemana. La hiperinflación marcó, sin duda, el destino de la República de Weimar a la que aún le faltaba una década de vida. Sin duda, fue la herida de muerte de la economía especulativa y el liberalismo, dos males que habían sangrado Alemania, que fueron el caldo de cultivo del nazismo y que volvieron a resucitar con el Crack del 29 y el hundimiento de la bolsa de Nueva York. El mensaje estaba claro: los especuladores juegan con nosotros. Había que buscar modelos que luchasen contra ese modelo económico en favor de una economía nacional y entroncada en los valores del pueblo. El mundo se hundía a finales de 1929. Nuevas sombras se cernían sobre Europa. Los años veinte habían mostrado los coletazos de un liberalismo que comenzó a verse como uno de los enemigos de la nación y del progreso. Un nuevo mundo se abría paso a finales de esta década, un largo túnel que daría origen a varias guerras que desangrarían la Vieja Europa.