Luz, agua y algún interrogante. Claves de la sinagoga del agua.
Juan A. Flores Romero
Como ya comenté en un "post" reciente, he podido visitar en unos de estos días libres la ciudad de Úbeda, dotada de un conjunto patrimonial digno de más de un elogio. Casas palaciegas, iglesias, plazas, murallas y calles con encanto. Pero sus piedras guardaban un secreto silenciado desde el siglo XIV. Se abonaba, como en muchos lugares de España, el campo para la explosión antisemita que llegaría a su cénit con el discurso del arcediano de Écija, en 1391, y la posterior quema de juderías en todo el territorio nacional (Córdoba, Sevilla, Ciudad Real, Toledo, Gerona, Barcelona,...). La ira descontrolada de un pueblo guiado por sus líderes más radicales, no solo religiosos sino políticos, dieron al traste con mil años de tolerancia y relativa convivencia. ¿El motivo? Las no pocas leyendas negras que surgieron en torno al pueblo hebreo o "pueblo deicida" (profanación de la Sagrada Forma, asesinatos rituales de niños para beber su sangre (por cierto, la sangre es un alimento prohibido al no ser considerado kosher o "apto"), envenenamientos de pozos, contagio de la peste,... Que muchos cristianos tuviesen deudas con ellos puede ser solo una curiosa casualidad.
Ya en tiempos de los visigodos se sabe que los judíos vivían en España. El mismo rey Sisebuto en el siglo VII ordenó conversiones masivas al cristianismo. El bautismo implicaba la cristianización del nombre. Posteriormente, nuevas remesas de israelitas fueron llegando desde Francia y otros lugares desde donde eran expulsados por reyes y nobles. Muchos de ellos medraron al amparo de las distintas monarquías, que les amparaban por el hecho de dotar al reino de finanzas y liquidez para hacer frente a los pagos derivados de las guerras. Los judíos no eran gente problemática para los reyes, se adaptaban bastante bien a su entorno e incluso adoptaban muchas costumbres. Es en ese contexto de inclusión en la sociedad cristiana donde tenemos que situar a la comunidad hebrea de Úbeda, de la cual poco ha quedado tras el edicto de expulsión de 1492 más allá de los centenares de conversos que a buen seguro fueron cebo vivo de la Inquisición.
Sorprendentemente, en 2007, cuando un constructor se disponía a edificar en unos terrenos vendidos en el que habían habitado tres familias y donde había pervivido durante años una peluquería de señoras, se fueron descubriendo -en lo que vulgarmente se conoce como "meter la pala"- lo que parecían restos arqueológicos: bóvedas, arcos, capiteles,... Cuando se va desvelando lo que yacía en aquel lugar cercano a la transitada calle Real, muchos fueron los sorprendidos. Había que interpretar el hallazgo porque algunos no daban crédito. Una sinagoga del siglo XIV en un lugar en el que ni siquiera había constancia de que hubiesen habitado judíos, ya que la judería no quedaba en ese lado de la ciudad. Posiblemente, y es mi hipótesis, fuese una casa perteneciente a un judío influyente, amparado por la corte, y en cuya vivienda construyó una sinagoga privada. No olvidemos que los judíos tienen pocas reglas para construir sinagogas. Sí es cierto que cuando visité este lugar pude constatar que lo que en un principio pensé que podía ser cualquier tipo de construcción sí era realmente un edificio de culto hebraico. ¿Por qué? Cuando comencé la vista, afloraron mis dudas sobre si eso era realmente lo que se decía que era. ¿Un reclamo turístico? Además, la titularidad es privada pues el coste de la entrada se la embolsa el constructor que prefirió renunciar a lucrarse vendiendo trasteros y locales comerciales a cambio de preservar el patrimonio cultural de su ciudad. Desde luego, de esos hay pocos. O quizá el hallazgo le salga rentable.
A medida que íbamos adentrándonos en los restos de la construcción, pude comprobar que efectivamente se trataba de una sinagoga o, al menos, un lugar privado de culto religioso judío.
Comentaré varios de los elementos hallados y que lo definen como tal:
1. Los arcos eran típicos de las construcciones del siglo XIV (aunque probablemente la sinagoga estuvo en uso desde mucho antes). Aparecían muchas piedras que habían sido reaprovechadas en otros edificios contiguos e incluso en otros rincones de la estancia. El reciclaje estaba de moda. Pero esto por sí solo no dice gran cosa. De toda la vida los materiales se han reutilizado. El valor que se le daba al arte era, por así decir, "distinto".
2. Los capiteles hallados estaban labrados con las palmeras; curiosamente representadas esquemáticamente con siete brazos, que coinciden con los de la "menorá" (candelabro judío), que alude a la creación o a los días de la semana. El siete como número sagrado.
3. Los pozos de agua. Se hallaron siete de ellos aunque solo hay dos que pueden observarse al estar descubiertos. Toda sinagoga necesita del agua para las purificaciones, y ese agua tiene que ser viva, no estancada. El agua de los pozos cumple este requisito.
4. La galería de mujeres. Aparece una galería superior que recuerda la estancia en la que las mujeres tenían que seguir los servicios religiosos especialmente los de sabbat y las fiestas más señaladas. Los hombres se reunían en las sinagogas en un número no inferior a diez, lo que se llama el "minian" o quórum para poder celebrar un servicio. Las mujeres eran relegadas en el judaísmo sefardí a una zona alta de la sinagoga y estaban separadas de los hombres en todo momento. Salvo en las comunidades judías reformistas, surgidas en el siglo XX, en todas las sinagogas judías se establecía esta segregación, aunque las sinagogas asquenazíes (del centro y este de Europa) siguen otros patrones.
5. La piedra hueca con la estrella de David. Lo que los judíos conocen como "Maguen David" (o escudo de David) -que se representa con una estrella de seis puntas- aparece esculpida en una piedra hueca (con un agujero en el centro). La guía que nos acompañó aludió al sello inconfundible de que esa casa era judía. Esa piedra tenía un agujero en el centro y aparece sobre una puerta (aunque posiblemente no es su ubicación real por eso del reaprovechamiento posterior de los materiales). El significado que se le ha dado es que, a través de ese agujero, la luz de la calle pasaría atravesando todas las estancias de la sinagoga e iluminándola, llevando los rayos solares hasta un lugar del que a continuación hablaré. A mí me parece poco probable esa hipótesis dado que la casa no está orientada a la salida del sol. La respuesta la hallé (y solo es una hipótesis mía) cuando atravesé esa puerta hacia una estancia contigua. Al mirar la misma puerta por el lado contrario aparecía otro símbolo: una granada (en cuyo centro se abría el agujero que he citado anteriormente). Nuestra guía solo hizo alusión a una decoración vegetal en la cara contraria a la que estaba representada la estrella de David. Cuando vi aquella representación di por sentado que se trataba de una granada. Era evidente. Y la granada para el judaísmo simboliza los 613 preceptos o mitzvot, pues según la tradición, este fruto, símbolo de la cultura hebrea, contiene 613 granos, tantos como preceptos. Pues, ¡qué bien! Ya sabía que era una granada. No obstante, al llegar a casa caí en la cuenta de que si la granada simboliza los preceptos y ese objeto estaba sobre la puerta (o tal vez junto a ella, en origen) no podía ser otra cosa que una mezuzá (abertura en la que se insertaban los rollos de la ley y que definían un hogar como judío). Incluso en los años duros de la Inquisición los conversos los sepultaban bajo los muros para no ser denunciados al Santo Oficio. Por eso, creo que aquel agujero no era otra cosa sino el hueco dejado tras desaparecer los textos de la Torá de su interior. Los judíos solían llevárselos cuando se les expulsaba de sus hogares. Hay una escena en "La lista de Schindler" en la que aparece este gesto cuando una familia es expulsada de su hogar por los nazis.
5. El mikvé o baño ritual. Ese era el elemento que faltaba en la colección y fue descubierto mientras unos obreros sacaban a la luz unas bóvedas. Bajo en suelo dormitaba un mikvé o piscina en la que los judíos se dan el baño ritual para purificarse antes del sabbat, en las fiestas principales, cuando había un cambio significativo en sus vidas, previo a una boda, cuando querían dejar atrás algo,... Las mujeres también lo hacían tras la menstruación , antes de mantener relaciones sexuales con su marido. El Levítico y el Deuteronomio son muy estrictos con las purificaciones. El mikvé está muy bien conservado pues se surtía de las aguas de los pozos anteriormente citados y conserva los siete escalones que daban acceso a sus aguas (vuelvo a insistir en la importancia de este número que guarda una estrecha relación con la creación y con la obra de Dios, eje central del judaísmo junto con la alianza establecida entre Yahvé y Moisés.
Por tanto, los elementos que definen este espacio son el agua, que surte el mikvé para que los judíos pudieran purificarse, y la luz, definida por los elementos litúrgicos con los que seguro contaba la sinagoga, pues aquello de la luz incidiendo sobre el agujero situado en la entrada es más que cuestionable y a mí me parece una licencia atractiva -pero poco constatada- para suscitar el interés de los turistas. El lugar, en aquel siglo XIV, debería pasar lo más desapercibido, por eso la sinagoga está ligeramente bajo el nivel de la calle de entonces (ahora está mucho más abajo) y la altura del edificio no podía superar la de los edificios religiosos cristianos. Posiblemente se tratara del hogar de un rabino influyente en esa comunidad de Úbeda o de un hombre adinerado que prefirió vivir fuera de la judería (no era obligatorio en muchos momentos) por su cercanía al poder civil.
De cualquier modo, el lugar es muy recomendable para curiosos y entendidos del tema y un aporte más para nuestro vasto patrimonio en un país en el que se desarrollaron durante siglos las tres culturas monoteístas y que han definido toda una forma de ser de un territorio con sus luces y sus sombras.
La sinagoga del agua ofrece en sus estancias una recreación de los lugares litúrgicos judíos; el hejal o lugar en el que se colocan los rollos de la Torá, objetos típicos de las fiestas (carraca de purim o carnaval judío, plato de seder de Pascua o Pésaj, etc). Todo ello nos retrotrae a aquel momento previo a la expulsión en el que aún convivía esta población fundamentalmente con la cristiana, dejando su impronta en costumbres muy típicamente españolas como la cocina con aceite de oliva (en lugar de la grasa de cerdo de los cristianos), la cocina sefardí en la que no faltaba el pan, el vino (elementos básicos para la bendición del sabbat), el perejil (típico de la cocina judía) o la adafina (precursora de nuestro tradicional cocido). Platos típicos de una Edad Media en la que la contaminación cultural era normal y en la que, a pesar de las diferencias, varios pueblos y credos convivían a lo largo y ancho de esta península.
Finalmente, terminamos la visita en una bodega (obviamente una recreación) con sus tinajas para el vino y el aceite (este último, básico para muchas festividades como la de Janucá en la que son típicos los rosquillos fritos y otros dulces enaceitados . Allí la guía nos explicó algunos de los dichos y refranes que han quedado desde los albores de la Edad Moderna, como tirar el perejil (como signo de desprecio, ya que esta hierba era muy querida por los sefardíes), la expresión "tirar de la manta" (que era la tela enrollada con los nombres de los antepasados juzgados por el tribunal de la Inquisición por judaizantes y que cualquiera podía desenrollar para dejar a estas familias en evidencia ante el pueblo cristiano viejo) o "colgar el sambenito" (prenda que se utilizaba para señalar a judaizantes y que tras la muerte de los mismos se colocaban en las iglesias para que las familias viesen durante siglos a quien perteneció. Por cierto, leí hace un tiempo que esto lo acabó prohibiendo Isabel II al igual que el ya caduco Tribunal de la Inquisición.
Un paseo por la historia de Úbeda y un pedacito de nuestro pasado común. Sin duda, una experiencia para recordar y muy recomendable para interesados en patrimonio cultural. ¡Todo un descubrimiento!