Planeta Fukuyama

Juan A. Flores Romero
En 1992 aparecía publicado el mítico libro de Francis Fukuyama "El fin de la historia y el último hombre". En muchas universidades fue una obra de referencia por cuanto su autor alertaba de que habíamos llegado al final de los tiempos en el que el hombre había alcanzado su época de plenitud en plena libertad: llegó el liberalismo a todo el orbe...¡y para quedarse! El Apocalipsis tuvo lugar durante la Guerra Fría y finalizó cuando el monstruo del comunismo fue estampado contra el muro de Berlín y todo el Telón de Acero comenzó a fragmentarse; y el suelo se abrió y devoró las cartillas de racionamiento y las salas de tortura de la Stasi y las novelas de John Le Carré que nos hablaban de un mundo ceniciento atestado de espías. Los cielos se abrieron y por ellos bajó la corte de ángeles del capitalismo liberal, plantando el pecaminoso suelo del Este de Europa de nuevas oportunidades de negocio. Y aterrizó la Coca Cola,... pero esto es secreto de estado.
Esta publicación de la que hablé ha sido una de las lecturas básicas del pensamiento "neocon" en Estados Unidos. Fracasados el sistema soviético y algunos experimentos político-sociales alternativos a lo largo de los últimos tiempos, superados los esquemas de la esclavitud, el feudalismo o incluso el mercantilismo del los siglos XVI-XVII, había llegado el momento en el que el hombre había dado con la piedra filosofal: el capitalismo y el individualismo. Qué mejor medicina para prosperar. Y es que como se desprende del pensamiento de Fukuyama no hay mejor antídoto contra la depresión que el reconocimiento por parte de la sociedad. Esto es a lo que el hombre aspira y solo se puede conseguir en un clima de libertad y de clara competitividad: el hombre solo ante sí mismo y ante el mundo.
La economía dirigida (soviética, maoísta, nazi, fascista,...) frena los deseos del hombre por dejar de ser parte de una masa informe y así lograr el reconocimiento de la sociedad. Y solo una política que aboga por el individualismo estimula al ser humano a evolucionar. ¿Es eso la democracia liberal? Habría que decir que no le falta razón a Fukuyama cuando habla de este tema. Muchos le han denostado en los últimos tiempos. Quizá no le entendieron del todo o él no supo explicarse. Es más posible que le faltaran datos. Aún estábamos en 1992; acababa de caer la URSS y parte del bloque socialista se desgarraría en conflictos étnicos y fronterizos. Estados Unidos se imponía al resto del orbe. Oriente Medio, jaque mate. George Bush liberó Kuwait de los iraquíes y hasta parecía que el conflicto árabe-israelí iba a ver la luz al final del túnel; Rabin y Arafat reciben el Premio Nobel de la Paz.
La economía estadounidense iba viento en popa, dando pruebas sobradas de que cualquier método es lícito para conseguir objetivos. ¿El fin justifica los medios? Tal vez Bush leyó a Maquiavelo o le contaron la película. Ese lema hizo de Estados Unidos el árbitro indiscutible del mundo en el inicio del nuevo milenio; el negocio armamentístico iba viento en popa así como todo lo relacionado con el petróleo. Hace unos días era despedido John Bolton -un viejo zorro "de aquellos polvos que nos trajeron estos lodos"- quien acusó a la administración Trump de ser demasiado blando en política de defensa. Hay que invertir en armas y hay que controlar determinados puntos geoestratégicos del planeta con la excusa más peregrina posible. Al menos, eso siempre pensó Bolton. En esta misma línea estuvieron los grandes prohombres de la administración Bush jr.: Wolfowitz, Cheney o Rumsfeld.
El fin de la historia de Fukuyama se anuncia como un escenario de lucha sin cuartel por la preponderancia internacional, donde todo es posible. Una economía en manos de magnates y corporaciones que son sustentadas y amparadas por el silencio cómplice del estado. Por cierto, algunos hombres fueron más poderosos que los inquilinos de la Casa Blanca.
Fukuyama, todo hay que decirlo, fue un poco cenizo. Parecía que el mundo había alcanzado su plenitud con la llegada del liberalismo a todas las naciones civilizadas. Pero tras la publicación de "El fin de la historia" los Balcanes saltaron por los aires, la economía china comenzaba su gran expansión y el predominio de los Estados Unidos era cuestionado por socios tan fieles como la Unión Europea. Otros epicentros de poder se han creado en el mundo desde entonces, peligrosos desafíos han dado prueba de que el capitalismo/liberalismo no es un modelo tan exportable ni tan aceptable. La corrupción hizo saltar por los aires el gobierno de Venezuela, que cayó en manos de una cúpula de militares y adláteres que pensaron más en crear una nueva oligarquía que en enriquecer a su país. China ha copiado el modelo productivo capitalista pero no así el sistema sociopolítico por el que se rige; y sigue en manos de un puñado de "mandamases" con cara de porcelana que dirigen la economía estatalizada sin posibilidad de que se reconozcan libertades civiles básicas. ¿Acaso importa? Comerciamos con ellos, admiramos su despegue económico, mientras Corea del Norte, Cuba o Irán siguen en la lista del Eje del Mal. Los movimientos sociales han explotado a partir de la crisis de 2008 en varios puntos del planeta, así como las plataformas antiglobalización, muy potentes desde 1999. En Oriente Medio, la alternativa antisistema ha sido sustituida por un nuevo modelo de hacer política: la teocracia. La población queda, pues, en manos de un puñado de dirigentes que hacen una reinterpretación de su tradición religiosa imponiéndola al resto mediante el miedo. ¿Qué mejor modo de controlar al personal? Por cierto, lo hacen usando el poder de las redes sociales. Irán, Hezbollah, Yemen, Arabia, Gaza; chíitas y sunnitas, algunos admirados por parroquias políticas de los países occidentales que no tienen ni idea de lo que estos países y organizaciones representan.
Sin embargo, pese a todos los obstáculos, el modelo preponderante sigue siendo el capitalista. Asistimos a un cambio de paradigma en que se busca que el ser humano viva cada vez más conectado pero del mismo modo más controlado a través de esas mismas redes que le facilitan la vida. La revolución del 5 G traerá un nuevo tiempo para la digitalización y la tecnificación de las tareas cotidianas, pero también un índice mayor de dependencia. Las redes están sirviendo para entretener a sus usuarios más que para hacer pensar. Las páginas más consultadas huyen continuamente de cualquier pensamiento crítico y la cultura se mercantiliza; ahora hay hasta una marca de camisetas que juega con la imagen y el mensaje de los grandes filósofos de la historia. Es posible que estas mismas redes nos estén acercando precisamente unos a otros para que esa manipulación sea más sencilla y natural. El poder del grupo siempre ha sido más ruidoso que el poder del individuo.
Las grandes marcas buscan cualquier espacio en internet para insertar sus anuncios siempre y cuando sea rentable. Lo que define esa rentabilidad es el número de búsquedas. Todo se monetariza y se mercantiliza. ¿Es posible que a pesar de todo Fukuyama tuviera más razón que un santo? En 1992 aún estábamos en la prehistoria de las redes sociales. Y estas no hubiesen existido o al menos desarrollado si no fuese por la fuerte asociación que las mismas tienen con el mundo del consumo. ¿Eran las redes sociales el epílogo que faltaba al libro de Fukuyama?
Consume, luego existe. El consumo justifica los medios. Las redes son el opio del pueblo. ¿O quizá el consumo? Detrás de cada búsqueda en internet se van desarrollando ciertos comportamientos fruto de la publicidad que nos aparece en nuestras pantallas. Y esos comportamientos se traducen en CONSUMO. Las nuevas generaciones entienden mejor que haya que crear millones de depósitos de basura bajo el suelo (aunque infecten las aguas subterráneas) que replantearse los hábitos de consumo con los que han crecido: "lo quiero, ¡click!, lo compro".
Y es que realmente Fukuyama vaticinó un modelo que no por ser el más perfecto se ha impuesto al conjunto de la humanidad. Actualmente preocupa el ritmo de consumo de países en vías de desarrollo mientras los que tradicionalmente más han derrochado pretenden mentalizar a sus ciudadanos de que la única solución a esa producción masiva es apostar por el reciclaje, la economía circular o la reducción de los hábitos de consumo.
Quizá la lucha de ideologías no ha concluido, como intuyó Fukuyama al sentenciar que el liberalismo sería el fin de la historia. Lo que sí se ha terminado por imponer es el sistema económico en sí, ya sea en el marco del liberalismo, de la economía estatalizada o en una teocracia (en Irán o en China también se consume en masa). Esto demuestra que las ideologías no son sino un mero adorno del sistema y que es este el que, por los medios que sea, se va a imponer como el único posible. Un estado medieval en Oriente Medio no sería nada sin la connivencia de la sociedad globalizada de mercado a la que terminará vendiendo su producción de crudo. El fin de la economía dolarizada no supondrá el fin del capitalismo; lo único que puede suceder es que este sistema cambie su epicentro mundial de poder. Cuando Washington era un territorio en manos de tribus indias ya fueron epicentros de poder económico y financiero ciudades como Venecia, Amsterdam o Londres. ¿Por qué Estados Unidos tendría que ser el perpetuo guardián de las esencias? ¿No fue meramente un heredero de las mismas? Y como todo epicentro de poder siempre se le termina dando un toque personal. Estados Unidos tendrá su final. La araña china sabe muy bien cómo tejer su tela. Maneja bien los tiempos. Cuando eso ocurra, tampoco estaremos ante el fin de la historia. Quizá el problema es que algunos entendieron que la historia tiene un fin en vez de entenderla como una lucha de contrarios.
Tal vez la democracia liberal no será ese modelo perfecto en el que culminaría la historia, según Fukuyama. Pero el sistema pervivirá, sin duda. ¿Es posible que el autor se refiriese más al propio sistema económico que al meramente político? ¿No es el modelo productivo capitalista el que ha sobrevivido? ¿No será que China pensó que su sistema del siglo XXI solo sería posible en un mundo globalmente capitalista?

El sistema democrático está en crisis. Es obvio. Los poderes financieros cada vez presionan más a los gobernantes. Las decisiones de estos han de pasar por la aceptación de las grandes corporaciones. Se ha demostrado que la austeridad por sí misma no es una solución inteligente. Lo sería posiblemente en un estado autárquico. En uno globalizado basta que te suban el precio del petróleo, del gas, los intereses de la deuda o el precio del dólar para poder desestabilizar toda la economía. Estados Unidos puede jugar con bajar su divisa para que le compremos más en épocas complicadas y así desestabilizar a otros posibles vendedores. También puede jugar con elevarla para que nos sea más caro comprar los recursos energéticos que necesitamos o para pagar los intereses de la deuda. Pura y caprichosa especulación.
Hoy por hoy, la democracia se ha convertido en un sistema de elección cuya máxima finalidad es mantener el estado de cosas. Cualquier decisión política pasa por no alterar significativamente los intereses económicos de los lobbys de poder financiero. Por otro lado, las políticas sociales van a remolque de las decisiones macroeconómicas. Tal vez por eso van surgiendo movimientos contestatarios que piensan que el ciudadano ha quedado a merced de los caprichos de la banca y las grandes corporaciones. Otros abogan por un reforzamiento del concepto de estado-nación frente a los grandes espacios políticos; achacan el mal funcionamiento del sistema a enemigos externos en connivencia con los políticos globalistas que denigran al pueblo soberano y se pierden en un laberinto burocrático, tal y como ocurre en la Unión Europea.
El deseo de reconocimiento que trajo la economía liberal ha quedado, pues, en manos de monstruosas estructuras de poder que van limando el poder del estado, cuyo cuerpo legislativo está compuesto por aquellos que los electores hemos votado libremente. Eso se nota más en países con una fuerte presencia en la economía internacional. El pensamiento único va cobrando fuerza y es un anestésico que nos van inyectando a través de las redes, de los medios, de la propia administración. Siempre tengo la impresión de que la democracia ha perdido calidad en los últimos veinte años. Es posible que dé la sensación de que existe un mayor "libertinaje" pero la mayor parte de la ciudadanía vive instalada en lo políticamente correcto y en una posición acrítica. Los sistemas representativos han sido secuestrados por oscuros intereses ajenos a la democracia. La economía de un país puede sufrir un revés en apenas unos minutos. Los fondos de inversión tienen más poder que los parlamentos, convertidos en teatrillos donde se escenifica un auto sacramental de corte posmoderno. Los medios, en muchas ocasiones, nos ocultan lo realmente importante mientras el ciudadano apenas tiene tiempo de reflexionar después de haber intentado llenar la despensa en un mercado laboral cada vez más precario.
La democracia liberal no ha sido el eje del fin de la historia. Este papel está reservado al sistema en sí, que no es político sino económico. Las guerras en las que participó Estados Unidos nunca fueron un intento de restablecer el orden democrático en muchos rincones del mundo, sencillamente porque en la inmensa mayoría de esos territorios no lo había ni se le esperaba. Las decisiones político-militares han servido, pues, para mantener el "novus ordo" más allá de otras consideraciones. No me toques los oleoductos, ni la divisa internacional por excelencia, ni las propiedades de mis compatriotas. No ofrezcas al enemigo la explotación de un pozo de petróleo ni las reservas de coltán o diamantes. El liberalismo en el marco de la economía globalizada no es sino un sistema que busca perpetuar el modelo de epicentros de poder y no una democratización de la economía en igualdad de condiciones. El que pone las reglas siempre juega con ventaja y más si puede cambiarlas a su antojo cuando quiera. Es la clave de la desigualdad y de una economía basada en la ventaja del pez grande.
Francis Fukuyama debería actualizar su "fin de la historia" aunque sea para decir que posiblemente es el único modelo posible, aunque ni el más justo, ni el más ético, ni el más sostenible; tampoco el más libre. En él viven controlados sus ciudadanos con el pensamiento crítico congelado y la sensación de estar dormitando en una gran tela en la que varias arañas se disputan el espacio. El fin de la historia es quizá el escenario en el que varios sistemas políticos sobreviven y pugnan por el control del poder económico en el marco de un liberalismo descarnado que despoja de su dignidad a los que siempre fueron, son y serán los eternos perdedores.
