Ruta 66

tt
Juan A. Flores Romero
Las líneas intermitentes del suelo, tragadas por la noche,
aletean entre las zarzas y los cactus,
y el aliento perdido de las montañas
se encarna en huellas de toros y excremento de coyote,
disuelto entre el resuello de manadas
ansiosas de pegar la última dentellada.
El ruido del motor desplaza enjambres de mosquitos
salidos de las entrañas del Sheol,
en las interminables explanadas
tatuadas de cereal, de rojizos silos colocados por Dios
como en un homenaje al eterno alimento
de la humanidad, sacralizado por sacerdotes
y tahúres de la indefinida línea del firmamento.
La luna asoma entre un cinturón de nubes
y mi mente recuerda a los héroes perdidos en una noche estelar,
desmayados en el recuerdo de un viaje apolíneo
al más recóndito de los pliegues de Selene.
Allí descubrí la piel quemada del granjero,
el olor a vinagre mezclado con sudor
de los redneck, ansiosos de tomar un trago
y retozar entre las sábanas con una mujer
de mirada perdida,
ansiosa por escuchar una bonita canción
en la única emisora del condado.
Los coyotes aúllan en medio del vacío más absoluto,
las hileras de vacas caminan en medio de una nebulosa
que despide olor a América profunda,
entre los márgenes de la ruta 66.
Una bocanada de óxido flota en el aire
y el ambiente se cubre de sonidos de heno,
de aromas a sueños manchados de líquido de frenos.
Un taller en mitad de la nada, y al otro lado
un granero y una alfombra de maíz que se extiende
entre el infinito y la piel áspera de un suelo yermo.
En los márgenes del Mississippi cantan los braceros
salidos de otro tiempo,
y los desesperados niños roban en tiendas de barrio
ocultas entre los juncos en las orillas de los estanques.
Un hombre oculta su cara en el cálido asfalto
besado por mil bocas de alquitrán bajo la bota del sheriff.
Una bandada de aves cruza el firmamento,
quizá transporten el alma del bracero herido de muerte
o del negro que derrite sus labios en el suelo
resentido por un fino dolor y algún diente partido
que pasea entre su áspera lengua.
Rugen los coches y una larga vía se abre hacia el infinito.
Es la ruta 66, plagada de curiosos y turistas
que intentan emular viajes legendarios a lomos
de viejas furgonetas o destartalados Cadillac.
Dos jóvenes hacen el amor en mitad de la nada
entre la danza macabra de los maizales,
esperando retomar su camino, quizá hasta la próxima gasolinera.
Los braceros regresan a casa con las lágrimas contenidas
en sus ausentes miradas, lo hacen por un compañero muerto o
por el calor inmisericorde de la tarde.
La muerte no llama, nos sorprende en medio de la vida,
en medio de nuestras preocupaciones y sueños.
Un trago de whisky bastará para retomar la cordura
en la senda de los perdedores, como escribió Bukowski,
atravesada por mil ballestas en una América que sabe a plomo.
No volverán los que pasaron a lomos de caballos,
levantando polvareda, rumbo a un motel barato
en el que hallarán un efímero descanso
o una muerte rápida.
Los revólveres exhiben su presteza en medio de los campos,
de las llanuras, de los extensos pastizales,
de las rocosas sombras de Arizona;
tampoco rehúyen el anonimato de la noche,
que abriga mil crímenes enterrados en olvido
en el paraíso de las serpientes y los escorpiones,
donde las balas silban acompañando al viento
que serpentea entre cañones y riscos
pintados de ocre, en la infinitud de la nada.
Los lagartos duermen entre las losas levantadas
de un parking de las afueras,
mientras unos estudiantes sueñan con viajar
a Las Vegas como si no hubiera otro amanecer.
Las orillas oceánicas se repelen y sus miles de sones
se proyectan hacia un cielo rayado por un puñado
de obeliscos erectos sobre ciudades mojadas.
Las huellas de cien crímenes permanecen
en un extático silencio
como las bocas de aquellos que gritaron en estadios,
en los que el ruido es más fuerte que la palabra.
Ruta 66,
paradigma del deseo y del hedor irreverente de la vida,
borrada por el trazo disuelto de la calima
en una tarde de asfalto y humo
que acompaña la dulce cadencia de unos neumáticos
serpenteando entre las incandescentes brasas del paraíso.