Sísifo en Nueva York

07.08.2020


Juan A. Flores Romero


Durante estos días he estado leyendo algunas obras de escritores norteamericanos, sobre todo algunos de los que más han sentido y descrito el inconfundible halo cosmopolita de Nueva York. Woody Allen, Arthur Miller o Paul Auster. Historias cuyo atractivo principal es el telón de fondo. Relatos condimentados con las especias de una ciudad repleta de rincones, de sabores, de aromas y de una especial manera de entender el mundo y el propio país. El cómico como Woody Allen describe en "Cuentos sin plumas" el devenir del motín del té en la no muy lejana Boston.

"Debe señalarse que, cuando concluye una revolución, los oprimidos con frecuencia asumen el poder y comienzan a actuar igual que los opresores (...). Un ejemplo típico de manifestación fue la fiesta del té de Boston, en la que americanos ultrajados, disfrazados de indios, tiraron al puerto el té inglés. Más tarde, indios disfrazados de americanos ultrajados tiraron ingleses auténticos al puerto. A continuación, ingleses disfrazados de té se tiraron al puerto entre sí. Finalmente, varios alemanes ataviados únicamente con vestuario de Las Troyanas saltaron al puerto sin razón aparente".

Que manera más estupenda de describir una revolución de la que solo conocemos lo que dicen los libros de historia escritos por los vencedores; qué magistral forma de simbolizar la inteligencia, la rivalidad, el pánico o incluso el ridículo, sin perder por ello un ápice de veracidad. Porque, ¿qué es la verdad histórica sino un hecho aderezado con miles de complementos?

Para complementos... Tiffany, establecimiento en el que Andy Warhol solía comprara piezas de cristal y objetos de colección para satisfacer su ego de "hombre pantera" con rostro de cera. Arte-objeto convertido en Historia del Arte... como Dalí, Duchamp y otros tantos. Como diría Woody Allen: "¿podemos considerar un objeto como una obra de arte si sirve además para encender la estufa". El debate entre lo bello y la utilidad. Nueva York es un expositor, en este sentido, de que cualquier manifestación humana puede convertirse en fenómeno cultural y en objeto de mercadeo.

Uno podría interpretar las obras de estos escritores con una cierta dosis de la idea de absurdo, que rondaba por la cabeza de Albert Camus, cuando escribió El mito de Sísifo o, como dijo Píndaro, "¡Oh, alma mía no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible". En Nueva York hay muchas maneras de agotar ese campo de lo posible. Uno no puede dejar de sentir atracción por muchos de los alicientes de una ciudad que solo conozco en mi imaginario pero que, igual que me pasó con Roma la primera vez que viajé allí, parecía que había estado ya mil veces.

La ciudad de Nueva York es aquella en la que uno puede elegir asistir a un espectáculo de Broadway por el mero placer de asistir a uno de los espacios culturales más célebres del mundo. NYC es también la ciudad del crack, la de aquel problema filosófico realmente serio del que también nos hablaba Camus; el suicicio. Cientos de neoyokinos se quitaron la vida cuando la bolsa estalló en aquel Crack del 29, una década antes de la II Guerra Mundial y que colapsó gran parte del mundo. En "Cuentos sin plumas" de Woody Allen dice "la vida carece de sentido. Nada es perdurable. Hasta las obras del gran Shakespeare desaparecerán cuando el universo estalle en llamas". Habla de cómo la Gran Depresión arruinó al tío de Weinstein, Meyer, a quien "no le quedó más remedio que tirarse por la ventana, pero al faltarle valor se quedó sentado en un antepecho del Edificio Flatiron de 1930 a 1937". Todo pasa y hay gente con mucha fe. Es la ciudad de la gente triunfante y del que está abatido, desahuciado o frustrado de por vida pero no tiene valor para apurar ese vaso de cicuta que, como nos dice W. Allen, la mayoría de las veces está en el fondo del vaso y nos resistimos a apurarla.

Lorca cantó a los fantasmas de esta gran urbe deshumanizada: "la aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas...". Una descripción de la ciudad muy acertada, con sus rascacielos, su polución y un caldo de angustia que todos los ciudadanos van arrastrando pesadamente en una época incierta. Como apuntaba Camus en el mito se Sísifo, "un hombre sin esperanza y consciente de no tenerla no pertenece ya al porvenir". Así se siente aquel ciudadano en una década oscura. Apenas quince años después el mundo despertaba con un nuevo amanecer para Estados Unidos. Una potencia que estaba rediseñando el sistema político y financiero del mundo en Bretton Woods y que marcó toda una época de explosión económica y cultural en la era del Pop Art, del Hiperrrealismo, de la explosión del cine con Hollywood. Miles de obras fueron objeto de admiración y de mercadeo. Claro que dentro de miles de años seguramente serán solo sombras de lo que fueron. Hasta el arte puede convertirse en mortal con el paso del tiempo. Según Camus, "las obras de Goethe se habrán convertido en polvo y su nombre se habrá olvidado dentro de diez mil años". Nueva York ofrece un universo de entretenimiento. Pero retomando al autor de "El mito de Sísifo", "llega siempre un tiempo en que hay que elegir entre la contemplación y la acción. Eso se llama hacerse un hombre. Esos desgarramientos son espantosos pero para un corazón orgulloso no puede haber término medio". El neoyorkino contempla la vida. Paul Auster hace descripciones inolvidables de la ciudad en Brooklyn Follies, con un personaje que regresa a la ciudad para morir en ella. Woody Allen crea un clima cálido y desesperadamente entrañable en muchas de sus comedias con personajes excéntricos, neuróticos, cansados, pero, a la vez, repletos de matices y de un vitalismo extraordinario en el que apenas entra el concepto de muerte trágica, salvo en algunos diálogos en que se trata de forma desdramatizada y en alguna escena de sus comedias. Pero como dice Allen, "no existe la muerte". Solo la verdad existe. La verdad y la belleza". Y La ciudad de los rascacielos tiene muchas aristas en las que residen ambos conceptos como encerrados en un mundo superior, el de las ideas, al que solo unos cuantos pueden acceder.

En medio del caos, de las prisas, del estrés, del crimen organizado, de la mendicidad, del bróker obsesionado con su móvil y que no contempla la belleza de la vida, salvo cuando respira aire puro en algún campo de golf. En el siglo XVII se levantó una ciudad que aún hoy sigue siendo símbolo de libertad, de convivencia, de vanguardia, de sueños, de belleza y, como no, de todos los antivalores que envuelven las palabras que he pronunciado. Porque en Nueva York se encierra, como en una pecera, un universo finito pero repleto de matices y encarna, como pocos lugares, la idea de "sueño/pesadilla americanos".

Esta ciudad hubiese sido mucho juego a Sísifo; transportando su piedra hasta la cima y echándola a rodar para retomarla de nuevo sin ningún aliciente nada más que realizar la misma actividad todos los días. ¿No es "La aurora" de Poeta en Nueva York otra reencarnación del mito de Sísifo? Esa sociedad sin esperanza, arrastrada por pesadas cadenas, envuelta en impúdicos juegos y en ruidos,... La esperanza se desvanece entre la belleza del puente de Brooklyn y la estatua de la Libertad, la ilusión se pierde entre los inmigrantes atrapados por toda la eternidad en la isla de Ellis.

Pero el absurdo de la ciudad queda compensado con mil formas de vivir en ese infierno de números y leyes, con la idea de vivir un día una nueva vida, con la posibilidad de formar parte del sueño americano... esperando ese amanecer entre las decenas de columnas de cieno que proyectan sus sombras sobre las vidas de millones de personas que han inspirado cientos de novelas y decenas de películas inmortalizadas por la absurda idea de recrearse en su bella y oscura inhumanidad. He de confesar que seguiré leyendo novelas en la que Nueva York siga siendo el escenario de la vida, con sus luces y sus sombras, con sus aristas y sus enjambres furiosos -tomando prestadas estas imágenes lorquianas-, encarnadas en la pluma de Paul Auster, de Woody Allen, de Isaac B. Singer o de Siri Hustvedt, o en la música incombustible de los inmortales Frank Sinatra o Leonard Cohen.


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