Umberto Eco y los mass media

05.08.2020

EL ESPEJISMO DE LO CIERTO: UMBERTO ECO Y LOS MASS MEDIA

Juan A. Flores Romero

Definitivamente habitamos un mundo en el que los grandes grupos de comunicación nos ofrecen la verdad en bandeja de plata, esa misma que vomitamos en cafés, tertulias intrascendentes y grupos de amigos sin más ambición que pasar el tiempo e intentar jugar a los dioses de la recreación. Decía Umberto Eco, "yo no estoy en Twitter ni en Facebook. La constitución me lo permite". Tal vez lleve razón, pero pocos son los grupos sociales que perdonan que una persona no se zambulla en las redes sociales al menos un tercio de su vida consciente. Las redes nos han invadido o quizá hemos sido nosotros los que, sin ánimo de trascender, las hemos ido invadiendo poco a poco. Todo aquello que cae en una de estas redes tiene una vida efímera. Se nos anima a leer literatura on line, a devorar comentarios sin más fundamento que el criterio de quien lo escribe,... Todo ello tiene una fecha de caducidad clara: el momento en el que dejamos de leer o seguir esos comentarios. Nuestra ambición por saber es efímera, porque se trata de un saber efímero per se, con minúscula, con poca voluntad de permanencia. El saber que consumimos es el que deglutimos con prisa y lo desechamos con aún más diligencia. Nuestro cuerpo, y no digamos nuestro cerebro, lo considera material de desecho. Hoy, sí, en este momento presente, estamos empachados de una información adulterada, de un arte sin más pretensión que el de esfumarse conforme la pantalla se va apagando y nuestros ojos cansados abren camino a la inconsciencia en tierras de Morfeo.

En el fondo, todo el mundo es un genio; es lo que piensa gran parte de la población. Cada individuo merece su minuto de gloria, exponer sus miserias en las redes sociales, ofrecer una vana sensualidad o una instantánea de luz en un paraíso de Egeo como colofón de un año jalonado de sombras. Surge la idea democrática de compartir imágenes, contenidos, ideas y por ello prolifera un ejército de youtubers y escritores que pululan entre sus blogs, sus cuentas de Instagram y otros instrumentos que fomentan la cultura popular. Cada uno expone su universo particular para deleite y envidia de una humanidad ansiosa de explorar a través del ojo de la cerradura. En Sombras sobre el Hudson, Isaac B. Singer anota "millones de personas beben Coca Cola y viven para contarlo". Es posible que con las redes pase lo mismo; dedicamos nuestra vida a engullir información y aún tenemos tiempo y deseos de no querer desprender el dedo de nuestras pantallas.

Las redes se han convertido en un modo de control social como nunca antes habíamos tenido. Un auténtico enredo dialéctico, pero con hilo de humo. Ni siquiera fueron tan eficaces la Santa Inquisición, la KGB rusa o la misma Gestapo intentando desvelar la teoría del complot judeomasónico, aunque, en palabras de Umberto Eco, fueron los jesuitas los que más hicieron por extender este bulo de una supuesta y oscura conjura internacional. Hoy, la Inquisición está en los mentideros mediáticos y cibernéticos, en un universo inmaterial repleto de bits y de píxeles que condenan al ostracismo a aquellos que osan no beber en sus mansas pero peligrosas aguas.

Hoy no necesitamos que nos visite la policía secreta, ni que nos introduzcan micrófonos en nuestros hogares. Nosotros solitos ya lo hacemos cuando tenemos a nuestro alcance, y desde distintos dispositivos, un abanico de micrófonos, cámaras y hasta un GPS que puede hacer que estemos todo el día localizados, y no solo localizables. Lo estamos comprobando en estos días de confinamiento en los que cada uno de nuestros movimientos, eso sí, de forma anónima, son registrados para crear un lienzo de sumisos ciudadanos prestos a colaborar en la erradicación de un enemigo silencioso que nos ha sorprendido mientras nuestros gobiernos invertían en armamento sofisticado para realizar incursiones en países del mundo donde la subsistencia o la sed identitaria se las tienen que ver con un modelo globalizador que no quiere tener puntos ciegos. Pero luego presumimos de transparencia cuando "lo bueno es que en la vida cotidiana- en palabras del ya mencionado semiólogo italiano en su obra De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera- no hay nada más transparente que la conspiración y el secreto" y que "las catástrofes de mañana siempre están madurando ya hoy en día, socarronamente".


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