Verosimilitud, arma de desinform@ción masiva

14.03.2021

                   Juan A. Flores Romero


     Voy a comenzar a teclear en el ordenador sin saber muy bien qué voy a escribir. En algunas ocasiones, lo he sabido perfectamente y las teclas me han llevado por otros derroteros. No lo sé o quizá sí. Cada uno de estos aparatos que manipulamos no está exento de peligros. ¿Quién nos envía información comercial? ¿Cómo captan nuestros datos? ¿Sabemos qué implica realmente pulsar "aceptar" cinco o diez veces al día? Nuestros datos van circulando ¿sin control? por la red. Realmente sin control o con demasiado control. Los que van a utilizarlos saben perfectamente lo que quieren y para qué los quieren. Todo queda en manos de complejos algoritmos que van a hacernos sentir acompañados en nuestro paseo virtual diario ¿Necesitas comprar en Casa del Libro? ¿Te acuerdas de que hace unos meses husmeabas en la red en busca de un adaptador HDMI bueno, bonito y barato? ¿Necesitas relaciones sociales virtuales? La red parece saberlo todo de nosotros. Desde luego, las páginas que visitamos, con qué frecuencia lo hacemos. La red sabe aquello con lo que disfrutamos y todo lo que nos obsesiona. Todo está listo para hacernos sentir verdaderos consumidores, que no ciudadanos. "Consume, luego existe". Si no lo haces eres un ser invisible y poco o nada atractivo para los que mueven los hilos de este mundo.

     En este contexto de control,  surgen también los fact check o detectores de errores y noticias falsas en los medios. Pero, ¿quién programa estos instrumentos para decidir qué es lo falso? Tal vez los mismos que hacen listas con nuestras preferencias. Para la red no somos nadie, pero sí formamos parte de una masa de consumidores de productos, servicios o noticias. Por eso, los que mueven los hilos saben como condicionar nuestra toma de decisiones: el producto que utilizamos para lavarnos la cabeza o el partido político que más nos define. Pero el fenómeno fact check está ideado para detectar bulos y frenar su difusión descontrolada. Somos seres dotados de humanidad y confianza en el prójimo. ¿Quién duda de que lo que hacen estos algoritmos es lo adecuado? ¿Quién decide qué es lo falso? Pero... ¿qué importan la verdad y la mentira? Vivimos en la era de lo verosímil.

    En el mundo de hoy lo que prima es, sin duda, lo verosímil. Si parece verdad, es verdad. Realmente esto ha sucedido a lo largo de la historia. Una buena narración puede hacer que algo que no se ha producido jamás cobre tintes de realidad. Si me lo puedo creer, es cierto. Podríamos analizar cualquier información acerca de la COVID-19, bien la que han publicado las autoridades públicas o muchos de los lobbys de la comunicación. Crédulos y negacionistas están condicionados, sin duda, por una información que puede ser sesgada o intencionadamente falsa. Pero todo forma parte de un relato que ha de resultar creíble. Os invito a visualizar vídeos sobre la COVID defendiendo una postura y la contraria. Ambos pueden ser perfectamente creíbles. Pero, ¿dónde reside la verdad? Creedme si digo que eso jamás lo sabremos. Los fact check siempre responden a unos intereses y obedecen a un amo.

     Apenas un mes antes de la aparición de los primeros casos constatados de infección por SARS-COV2 en la ciudad de Wuhan, acabé una novela de más de 300 páginas cuyo tema era una conspiración para aniquilar una parte intencionadamente seleccionada del mundo a través de un arma biológica. No os preocupéis, en ningún momento menciono ningún coronavirus ni tan siquiera sabía de su existencia. Pero hace unos meses no salía de mi asombro cuando, en medios mundiales acreditados y serios, aparecía publicada por vez primera, una noticia sobre una curiosa reunión en octubre de 2019 denominada "Evento 201", que se celebró en Nueva York con la asistencia de varias decenas de invitados, justo cuando yo estaba terminando mi novela. Este "Evento 201" venía a recrear un eventual escenario de pandemia internacional para así luego proponer soluciones globales en las que estuviesen implicadas desde las compañías farmacéuticas, al sector privado, pasando por los estados y la OMS. ¿No resulta verosímil pensar que este experimento podría guardar relación con la COVID? Para más inri, una de las instituciones organizadoras no era otra que el Centro John Hopkins, tan mencionado en el seguimiento de la actual pandemia. ¿Curioso, no? Acompañado, cómo no, por el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill Gates, quien ya en 2015 anunció -y ahí están los documentos que lo demuestran- cómo sería un escenario como el que estamos viviendo desde los inicios del año 2020. ¿Verosímil?

     Las casualidades no terminan ahí. En este encuentro de octubre de 2019 se recrea de manera ficticia el impacto de un brote por coronavirus transmitido por un murciélago al ser humano a través del cerdo (os adelanto este detalle porque aún no se sabe qué animal ha transmitido el virus al humano). Ahí lo tenéis, fue el cerdo. Un animal muy presente en la dieta de los países orientales y en multitud de productos incluidos muchos de higiene y cosmética. Finalmente, el virus terminó transmitiéndose entre los humanos. Con la excepción de Irán, los países árabes no fueron, en principio, un escenario complicado tras el inicio de la pandemia (¡caramba, los musulmanes no comen cerdo!). Irán, por cierto, aunque poco amigo de lo porcino, tiene muchas relaciones comerciales con los chinos, esos grandes consumidores de cerdo. 

     ¿Verosímil, no? Esto aparece en documentos oficiales sin que nadie nos diga quién los elaboró y sin que haya posibilidad de contrastarlo. El "Evento 201" pudo tener lugar en algún oscuro despacho de Nueva York, y alguien dijo que todo lo que se habló allí es un calco a lo que viene ocurriendo desde los inicios de la pandemia. Vivimos en el paraíso de la verosimilitud y no podemos hacer nada por salir de él. Consulta cualquier medio a tu alcance y obtendrás una verdad. ¿Quién dijo que la fe había pasado de moda? Ahora hay más fe que nunca. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, hacemos un ejercicio de fe absoluta en los medios y redes que consultamos sin apenas cuestionarnos qué porcentaje de la información que recibimos tiene visos de verdad.

     Así, no es de extrañar que en este mundo de Dios surjan legiones de talibanes de la verdad, de negacionistas de lo políticamente correcto o de escépticos de todo pelaje. Pero dejemos la COVID y tomemos como modelo todas las verdades elaboradas en laboratorio que nos conducen a una auténtica teoría de la conspiración a nivel internacional: nada tienen que envidiar los Protocolos de los Sabios de Sión que en el siglo XIX parecían ser el origen de una conspiración judeomasónica que estrangularía el mundo. Hoy en día basta con crear una enigmática personalidad que esté detrás del acceso a los arcanos de la política... y llamarlo "Q". Ya tenemos el elementos esotérico, misterioso; por supuesto, sin contrastar con nada ni con nadie. Y así surge, por ejemplo, QAnon (Q-anónimo) que es el soporte de una siniestra teoría de la conspiración por parte de grupos que quieren tapar la boca a la cándida administración Trump, interesada en desvelar una "macrored" de pedofilia y prostitución en la que entrarían políticos demócratas y personajes de Hollywood. Esta trama urdida por la extrema derecha norteamericana denuncia a siniestros golpistas de la democracia americana que suponen un auténtico estado paralelo para acabar con la digna administración trumpista. En este complot no podrían faltar judíos como George Soros o multimillonarios filántropos, y por ende masones, como Bill Gates, fundador de Microsoft.

     Volviendo a la pandemia por COVID-19, vemos que tienden a repetirse los mismos nombres: hombres ricos y sin escrúpulos jugando con el destino de la humanidad, creando virus y antídotos para entretenerse un poco antes de emigrar a la Luna, como niños malos, que se divierten quemando hormigas con una lupa. Los mismos nombres, los mismos tópicos. Pero no dejan de ser historias e historietas verosímiles que bien hiladas pueden tener hasta un sentido pleno y consistente. Si retomamos el Evento 201, que anticipa lo que va a venirnos encima en 2020, podríamos decir que la enfermedad recreada en ese oscuro despacho neoyorkino se basa en el SARS, transmitida entre humanos, con síntomas leves, con origen en Brasil, hasta que termina saltando de país en país y de continente en continente hasta desbordarse, ocasionando graves daños a la salud y a la economía, y con una duración de 18 meses con un balance de 65 millones de muertos a nivel mundial. Dicho simulacro puso en evidencia la necesidad de colaboración entre los estados y el sector privado. ¿No es lo que ha acabado pasando? Verosímil, ¿no?

     Ahora queda la duda de si todo esto es un complot de las grandes corporaciones e industrias farmacéuticas para vendernos el antídoto de un virus creado para matar y también para hacer negocio con los deseos de evitar la muerte. 

      En esta época de democratización de las noticias, cualquiera puede publicar teorías de diversa índole. Solo necesitas que exista la posibilidad de que sea cierto. Si hay un atisbo de certeza se convierte en verosímil... y si es verosímil ya tienes el producto perfecto para crear una verdad y buscar un mercado de consumidores que pueden terminar por ser legión. Una pequeña chispa puede fabricar una gran verdad que a base de "compartir" y de "likes" puede sentar cátedra en una legión de incautos, aburridos y meros especuladores de la realidad, deseosos todos ellos de atisbar un nuevo orden mundial creado "ex profeso" para perpetuar el poder de una élites que habitan en las sombras de este mundo, detrás de las cámaras de televisión, de mamparas oscuras, esperando, como alimañas, hacerse con el botín  más preciado: una humanidad atrapada en las redes de una esclavitud rebozada en una fina película de libertad, deseosa de dar las gracias por los pocos derechos que aún le quedan y por el pedazo de pan que el sistema aún le permite llevarse a la boca. ¿Verosímil, no?

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